Mensaje para el tiempo de cuaresma 2021 de los Obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica.
A las puertas de este tiempo de gracia, penitencia y conversión, tomamos conciencia de que "La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 540).
Llegamos a este santo tiempo, y lo hacemos con esperanza, para recorrer junto a Jesús su camino hacia la cruz, al subir a Jerusalén. Conmemoramos su paso de entrega a la muerte, tras ser maltratado y azotado, pero después, como lo revela el Evangelio, resucitar al tercer día (cfr. Mateo 20, 18-19), lo que nos hace recordar que el camino cuaresmal es un itinerario o peregrinación espiritual hacia la Pascua.
Este gran momento celebrativo lo vivimos también acogiendo el llamado del Papa Francisco, quien titula su mensaje para este tiempo: «Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad».
Tras la pandemia que hemos vivido, y de la cual aún no hemos salido, renovamos nuestra esperanza en Aquel que no defrauda (cfr. Rom. 5, 5); lo hacemos con un espíritu llamado al amor fraterno y a la caridad, a sentir con nuestros hermanos que habitamos juntos una misma Casa Común, y que tenemos que cuidarnos mutuamente, mostrando un testimonio efectivo de amor y entrega, especialmente por los más pobres (cfr. Laudato Si, 232).
La pandemia provocada por el COVID-19 nos ha mostrado, más que nunca, cuán conectados estamos en este mundo, nos ha hecho ver cuán frágiles somos como seres humanos. Hoy, el tiempo de la Cuaresma nos debe hacer conscientes del espíritu solidario que habita en nosotros para entregarnos a los demás, mediante gestos que son propios de nuestra vida cristiana.
De manera catequética el Santo Padre nos resume la fe activa que debemos convertir en obras: «El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante».
La Cuaresma, que comienza con el Miércoles de Ceniza y culmina en la tarde del Jueves Santo, es como una escalada que nos lleva a la cima de nuestra fe, pues, en efecto, celebraremos, al terminar este recorrido de 40 días, los misterios centrales de la redención como lo son la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Lo podremos hacer, de mejor manera, abrazando el ayuno, la oración y la limosna.
Tras vivir este recorrido de Jesús hacia Jerusalén, podemos también ver su paso en nuestra vida, particularmente en momentos de dolor y de dificultad, pero con la certeza de que su compañía nos fortalece y anima. Jesús acompaña a los enfermos, a los que sufren de agresión, a los desempleados, a los más pobres, a quienes viven sin esperanza, a los que están solos. Jesús se compadece y actúa en la vida de todos, especialmente de los más vulnerables.
Por eso, nuestra vida, que está hecha para trascender más allá de este tiempo y espacio, pensada por Dios para la eternidad, debe también reflejar estas acciones de Jesús, dígase gestos de compasión, de ternura y solidaridad.
Recién, en diciembre, celebramos el misterio de la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios, y esta continuidad celebrativa nos ayuda a comprender el misterio de la fe para el cual hemos sido creados. Como decía San Atanasio de Alejandría: «Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios».
El tiempo de la Cuaresma nos recuerda que hemos renacido del agua bautismal, por ello se trata de un camino de renovación de nuestro bautismo. Vivamos este tiempo litúrgico fuerte con esa conciencia y actitud, pues si no nacemos del agua y del espíritu, no podremos ver el Reino de los cielos (cfr. Juan 3, 5). Para eso ha venido el Señor a nuestras vidas, para hacernos nacer de lo alto y poner nuestra mirada en los bienes eternos.
Estos 40 días son una invitación a reconocernos frágiles, pero, al mismo tiempo, nos abre el entendimiento para sabernos hijos de Dios y actuar como tales. Estos días de gracia son también para recordar que no hay resurrección sin cruz, es la invitación apremiante a hacer pascua. Asimismo, Cuaresma es una pedagogía que nos hace entender que la fe y la esperanza en el Señor nos ayudarán a dejar atrás todo momento de oscuridad, para aprender de las lecciones que nos deja la pandemia y así poder unirnos como una sola familia renovada desde el amor pascual.
Precisamente, como familia humana y de fe, sabemos que muchos son los retos por superar, que somos golpeados muchas veces por el egoísmo, el materialismo, el individualismo, por pensamientos, ideologías y actitudes que nos tientan a olvidar a Dios y al hermano.
Por ello, es importante recorrer de nuevo con Jesús ese camino hacia Jerusalén, hacia la Pascua, para abrazar la cruz que nos libera del mal y del egoísmo, a fin de caminar hacia el proyecto de amor y vida eterna que Dios tiene para nosotros.
En Evangelii Gaudium (n. 70), el Papa Francisco nos muestra claramente la meta hacia la cual caminamos: «La nueva Jerusalén, la Ciudad santa (cf. Ap 21,2-4), es el destino hacia donde peregrina toda la humanidad. Es llamativo que la revelación nos diga que la plenitud de la humanidad y de la historia se realiza en una ciudad. Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas (...). Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia».
Como familia eclesial que camina en la fe, pidamos al Señor que nos ayude en este tiempo de gracia a comprendernos más hermanos. Así, y juntos, podremos salir adelante con nuestros desafíos y dificultades. Sólo renovados en el amor, que es Jesús, el cual se humilló hasta morir en la cruz (Filipenses 2, 8), podremos entonces aspirar a las metas más altas y a lograr en la tierra tomar parte de la gran celebración que se vive en la santa ciudad de Jerusalén (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 8).
Pidiendo para todos ustedes la intercesión y protección de la Santísima Virgen María y de San José, nosotros, pastores de la Iglesia costarricense, les saludamos cordialmente y les hacemos llegar nuestra bendición pastoral con la esperanza de que tengan una santa y fructuosa Cuaresma.
En la sede de la Conferencia Episcopal, San José, a los 15 días del mes de febrero del año del Señor 2021, dedicado a San José, Esposo de la Santísima Virgen María.
JOSÉ MANUEL GARITA HERRERA
Obispo de Ciudad Quesada
Presidente
DANIEL FRANCISCO BLANCO MÉNDEZ
Obispo Auxiliar de San José
Secretario General