(VIDEO) Mensaje de Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José.
La Fiesta del Bautismo del Señor que celebramos este domingo, es el enlace entre las fiestas navideñas que hoy terminan y el inicio del Tiempo Ordinario.
La distribución del Año Litúrgico, pedagógicamente lleva de la mano, no sólo las celebraciones rituales de la Iglesia, sino que por medio de estas celebraciones nos introduce profundamente en las verdades de la fe que profesamos.
Concluir el Tiempo de la Navidad, con la Fiesta del Bautismo del Señor, inicio de la vida pública de Cristo, fiesta que también marca el inicio del Tiempo Ordinario, nos hace recordar las palabras de la Calenda que escuchamos la noche de la Navidad, «La solemnidad de esta noche nos recuerda aquella otra, la más importante del año: la Vigilia Pascual. El nacimiento de Cristo presagia su pasión y su resurrección gloriosa: el pesebre y la noche de Belén evocan la cruz y las tinieblas del Calvario; los ángeles que anuncian al recién nacido a los pastores nos recuerdan a los ángeles que anunciaron al Resucitado».
El acontecimiento del nacimiento del Salvador no puede nunca separarse del acontecimiento pascual, el niño nacido en Belén, es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el mismo que predicó, el mismo que hizo milagros, el mismo que murió en una cruz, el mismo que resucitó y ascendió al cielo para llevar a cada miembro de la familia humana junto con él.
Ver entonces a Jesús adulto, recibiendo el bautismo en el Jordán de manos de Juan, en este último día de la Navidad, nos ayuda a comprender el misterio profundo del Dios que se hace hombre para salvarnos.
La Palabra de Dios proclamada, nos ayuda a adentrarnos en este misterio. Las tres lecturas hacen mención del Espíritu Santo. El Profeta Isaías, en este cántico del Siervo de YWHW, dirá que este personaje misterioso recibirá el Espíritu del Señor que le permitirá promover la justicia, devolver la vista a los ciegos, liberar de la mazmorra a los que están en tinieblas y dar la luz a las naciones, también Pedro en la lectura de los Hechos de los Apóstoles, manifiesta que Jesús ungido por el Espíritu Santo pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
El texto del Evangelio, que narra el bautismo de Jesús, presenta una Teofanía, una manifestación del Dios trinitario: el Hijo que recibe el bautismo, el Espíritu que desciende sobre él y el Padre que habla «Tú eres mi hijo amado, yo tengo en ti mis complacencias».
Estas palabras del Padre, nos permiten comprender la relación profunda de esta fiesta del Bautismo, con la totalidad del misterio salvífico que abarca desde la encarnación del verbo hasta el acontecimiento pascual.
Jesús es el hijo amado del Padre, es el Siervo de YHWH anunciado por el profeta, es el que cumple todas las promesas y en quien habita el Espíritu desde la eternidad. No es que Jesús recibe el Espíritu con el Bautismo en el Jordán, sino -como decíamos en la oración colecta- es proclamado solemnemente por el Padre, para que así inicie la vida pública. En palabras actuales, el Padre le da las credenciales al Hijo, para que inicie la misión, encomendada desde siempre a quien ha sido Dios, con el Padre y con el Espíritu, desde la eternidad.
El Dios que ha entrado en nuestra historia naciendo de María Virgen en Belén de Judea, en un momento de su vida terrena, precisamente en el momento del Bautismo, inicia su vida pública, y se hace luz de las naciones, haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal y llevará a culmen su misión, muriendo y resucitando por nuestra salvación.
Por eso esta fiesta nos permite contemplar la totalidad del misterio salvífico y nos prepara para que durante el Tiempo Ordinario, captemos con más fervor y con más apertura de corazón, las palabras, los gestos y las acciones milagrosas de Cristo durante su vida pública.
Pero el Bautismo de Cristo, necesariamente nos hace volver la mirada a nuestro propio Bautismo. Porque nosotros sí recibimos el don del Espíritu en el Bautismo y nos transformamos en Templos del Espíritu Santo en ese momento de nuestra historia personal. Este Espíritu es quien nos da la fuerza para cumplir nuestra misión de cristianos en medio del mundo.
Como Jesús, tomemos en serio nuestro compromiso bautismal y llenos del Espíritu Santo, hagamos el bien a los hermanos, seamos manifestación de la misericordia de Dios con los que sufren y procuremos colaborar para que tantos hermanos que están oprimidos por el mal, en medio del sufrimiento que ha dejado lo acontecido en los últimos meses, hagan experiencia del amor de Dios, gracias a nuestra cercanía y solidaridad.