(VIDEO) Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José, III Domingo de Adviento
Llegamos a este tercer domingo del tiempo de Adviento, al cual la Iglesia le ha dado el nombre de Gaudete, palabra latina que significa Alégrense, regocíjense.
Este nombre nace del mensaje de nos da la palabra de Dios que se proclama en este domingo. Se nos está llamando a estar alegres porque el Señor está cerca. Junto al llamado que se nos ha hecho durante estas semanas a vivir la virtud de la esperanza, hoy se nos invita además a estar alegres.
Esta alegría proviene del ver ya cercana la celebración de la Navidad que llena de gozo y regocijo el corazón de todos los creyentes, pero es importante que, a la luz de la Palabra, reflexionemos sobre qué -o mejor dicho quién- motiva esta alegría.
La alegría que el cristiano está llamado a vivir es un gozo que viene de la certeza de saber que Jesús está cerca, es más, que ya está en medio de nosotros, como lo ha anunciado el Bautista. Es el gozo de saber que ese Jesús que entra en nuestra historia es el Emmanuel el Dios con nosotros, el Mesías esperado, el Dios que nos salva.
Es la alegría que también el profeta Isaías exhorta a vivir, cuando en la primera lectura invita al júbilo porque el Señor nos ha revestido con vestiduras de salvación y nos ha cubierto con el manto de justicia.
También Pablo deja claro, en la segunda lectura, que la alegría cristiana radica en la inminente llegada del Señor y en la certeza del cumplimiento de todas sus promesas de salvación.
Por tanto hermanos, esta alegría a la que nos llama la Palabra es, como lo ha dicho el Papa Emérito, «sentir que un gran misterio, el misterio del amor de Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos» (Angelus 13.12.2009).
También dice el Papa Benedicto, que la alegría no es algo que nace del divertirse que etimológicamente significa desentenderse de las obligaciones y de los empeños de la vida, sino que es algo que nace del encuentro con Dios y de dejar que el Espíritu guíe nuestra vida.
Con esta explicación tan hermosa del Papa Emérito, podemos entender claramente la primera parte de la lectura del profeta Isaías, cuando habla del Espíritu que unge y que envía al Mesías de Dios, para «anunciar la buena nueva al pobre, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros». Enseñándonos que la alegría cristiana no es ausencia de sufrimiento, sino que es el fruto de la esperanza cristiana que nos asegura que a pesar de las situaciones difíciles, Dios está a nuestro lado y todo lo transforma en salvación. Y esto es certeza, porque Cristo ya lo ha hecho al transformar la Cruz en Gloria y la muerte en vida.
Pero este Espíritu no unge y envía únicamente al Mesías Salvador, sino que todo bautizado y todo confirmado también es ungido y enviado por el Espíritu Santo para testimoniar a Cristo, para anunciar su mensaje de salvación y para hacer presente la cercanía y la misericordia de este Dios que salva.
Por tanto hermanos la alegría cristiana va más allá de un bello sentimiento, que podría caer incluso en individualismo. La alegría cristiana es compartir con el hermano, con signos concretos de amor y compasión, el gozo de la salvación, el gozo de la misericordia, el gozo de la certeza de una vida perfecta junto a Dios.
No es una alegría que esconda o cubra el sufrimiento, sino que es el gozo de acompañar el sufrimiento del hermano con nuestra solidaridad y de experimentar la cercanía y la ternura de Dios en medio de nuestros propios sufrimientos. Como ha dicho el Papa Francisco «no se trata solamente de una alegría esperada y prometida para el Cielo: aquí estamos tristes pero en el Paraíso estaremos alegres. ¡No! No es ésta, sino una alegría real y experimentable ahora, porque Jesús mismo es nuestra alegría» (Angelus 14.12.2014).
Sigamos este recorrido del tiempo de Adviento, anunciando con auténtica alegría cristiana la verdadera razón de estas fiestas que están próximas: Cristo está cerca, -es más- ya está con nosotros y nos salva.