Mensaje para el tiempo de Adviento de los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
«¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación» Isaías 52, 7
Nos alegramos por el inicio de un nuevo Año Litúrgico, el cual comenzamos gozosamente con el Adviento, tiempo de esperanza y de gracia para preparar la venida del Señor a nuestras vidas.
Siempre, pero especialmente en este 2020 marcado por la crisis y la prueba, Adviento es tiempo propicio para acrecentar nuestra esperanza y nuestra confianza en Dios. Es oportunidad para superar todo obstáculo que nos impida manifestar el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Es momento de promover la esperanza, de multiplicar la solidaridad y de consolidar la fraternidad.
Al prepararnos durante cuatro semanas para conmemorar el acontecimiento que transformó la historia humana, debemos hacer conciencia de la oportunidad que se nos da para ser mejores, para cambiar aquello que nos aparta del amor a Dios y al hermano, para adentrarnos en el llamado de ser como niños y buscar el Reino de los cielos (cfr. Mateo 18, 3).
El Adviento debe ser una experiencia profunda para despertar y prepararnos a recibir al que viene a salvarnos (cfr. Mateo 24, 42). Adviento es reforzar nuestra espera y vigilancia ante el Señor que viene a nuestro encuentro, especialmente en la persona del hermano y en los signos de los tiempos que experimentamos.
Como decíamos en nuestro Mensaje de conclusión de nuestra Asamblea Ordinaria CXX, del pasado mes de agosto, «estamos en la misma barca», y por ello hacíamos un llamado para que «venzamos la soledad, el aislamiento, la indiferencia que también nos enferma. Promovamos espacios de encuentro, nuevas formas de fraternidad, de hospitalidad, expresiones creativas del cariño».
En este espíritu del Adviento, nos solidarizamos con todos nuestros hermanos que durante este año han pasado difíciles momentos a consecuencia del COVID-19. Ponemos en oración a aquellos que perdieron su vida por esta enfermedad, confiamos en que puedan gozar de la presencia del Señor. Nos solidarizamos también con el dolor de los seres queridos que experimentan la dura partida de un familiar, amigo o allegado. La esperanza cristiana nos anima y fortalece.
Igualmente, elevamos nuestra plegaria por las demás y duras consecuencias que ha dejado la pandemia como la pérdida de trabajo, pérdidas materiales y muchas otras situaciones que solo Dios conoce, y que están en lo profundo del corazón de cada uno de ustedes. Les recordamos que nuestro Dios es un Dios de esperanza, de misericordia y fidelidad, él no nos abandona, pues nos ha hecho pueblo suyo (cfr. 1 Samuel 12, 22).
Este tiempo de gracia es motivo también, para que, aún en medio de la crisis sanitaria, podamos generar encuentro y cercanía sincera desde el corazón. Ciertamente hay distanciamiento físico, pero no dejemos enfriar nuestras relaciones interpersonales. Reiteramos lo que decíamos en agosto: «es necesario que nos comprometamos en la construcción de la familia, en el respeto mutuo, ejercitándonos en el diálogo, la comprensión, la solicitud amorosa, la educación en valores, el compartir tiempo de calidad que afiance progresivamente los lazos familiares».
Adviento es tiempo para unirnos al Dios que viene a nuestro encuentro, el Emmanuel, el Dios con nosotros. Es tiempo, también, para asumir la actitud de la Virgen Santísima, nuestra madre, quien dijo al Ángel «hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). Tomemos esa actitud dócil y obediente, actitud de servidores para con el Dios de la vida que quiere renovar nuestra historia y nuestro mundo.
«Cada uno juega un papel fundamental en un único proyecto creador, para escribir una nueva página de la historia, una página llena de esperanza, llena de paz, llena de reconciliación», nos decía el Papa Francisco el 5 de setiembre de 2019, en un encuentro interreligioso con jóvenes en su viaje apostólico a Mozambique, Madagascar y Mauricio. Por consiguiente, seamos portadores de esperanza, actuemos como aquellos que anunciamos la paz, siendo especialmente pregoneros de la Buena Noticia de la salvación (cfr. Isaías 52, 7).
Al abrir el nuevo Año Litúrgico renovemos nuestra esperanza, sepamos vivir este tiempo en la espera confiada del Señor, tratemos de evitar ser parte de la corriente consumista que nos priva de los verdaderos valores que nos distinguen como hijos de Dios.
Disipemos las tinieblas del pesimismo y la desconfianza. Abrámonos a la luz de la esperanza, de la fe y del amor. El desafío es abrirnos a esa luz que ilumina toda la existencia del ser humano, luz potente, que lo transforma todo; luz que solo puede ser Dios (cfr. Lumen fidei, n. 4).
Deseamos para Costa Rica y el mundo un tiempo de Adviento lleno de paz y solidaridad. Que el Dios de la vida nos ayude a unirnos, a ser más fraternos y superar las diferencias para caminar y construir un mañana mejor sustentado en la fe y el amor.
Extendemos también nuestro mensaje de esperanza hacia todas las personas que recientemente se han visto afectadas por los huracanes e inundaciones que han azotado a Centroamérica, incluidas diversas zonas de nuestro país. Nuestra palabra de aliento y consuelo en el Señor para todos.
Finalmente, exhortamos a todos los creyentes y a las personas de buena voluntad a ser portadores de esperanza, a estar realmente cerca de los más necesitados, y manifestar así nuestra solidaridad.
Con gran esperanza nos acogemos al amor maternal de nuestra Madre, la Virgen María, que nos da dado al Dios con nosotros. Que ella, como Reina de los Ángeles y patrona nuestra, siga intercediendo por esta nación que la ama y le agradece el don de su Hijo.
En la sede de la Conferencia Episcopal, San José, a los 27 días del mes de noviembre del año del Señor 2020.
+JOSÉ MANUEL GARITA HERRERA
Obispo de Ciudad Quesada
Presidente
+DANIEL FRANCISCO BLANCO MÉNDEZ
Obispo Auxiliar de San José
Secretario General