(VIDEO) Mensaje de Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José.
Desde la semana anterior la Palabra de Dios nos está preparando al final del año litúrgico. Pedagógicamente, la liturgia de la Palabra, nos está insistiendo para que no olvidemos esa verdad de fe que repetimos en el Credo: Jesucristo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos.
Por esto, la Palabra de Dios, continúa exhortándonos a estar preparados. San Pablo en la segunda lectura nos dice que el Señor llegará como un ladrón, por sorpresa y por tanto debemos estar vigilantes y sobrios, viviendo como hijos de la luz y no como hijos de las tinieblas.
¿Cómo vive el cristiano en esta constante vigilancia? ¿Cómo podemos ser perseverantes en ese llamado de ser hijos de la luz?
El domingo anterior se ponía como ejemplo a las vírgenes sensatas y previsoras que tenían aceite de repuesto en sus lámparas para seguir esperando al esposo.
Hoy, Jesucristo en el evangelio de Mateo, nos narra una parábola. El amo que deja al cuidado de sus bienes a tres servidores dándoles talentos para que puedan realizar su trabajo. Durante la espera del regreso del amo, dos de ellos, con su trabajo y esfuerzo multiplican los talentos ofrecidos, pero el tercero, por temor, no hace nada y esconde el talento para no desperdiciarlo.
La espera de la segunda venida del Señor a la que está llamado el cristiano, ese estar vigilantes, es precisamente poner al servicio del Reino (de Dios, de la Iglesia y de los hermanos) todos los talentos que se nos han dado y cumplir con las responsabilidades recibidas en las distintas vocaciones a las que el Señor nos llama, así seremos luz en medio de las tinieblas del mundo.
Estar vigilantes, cristianamente hablando, nunca es una espera inactiva, apática o despreocupada, al contrario; esperar al Señor debe ponernos a trabajar en su Reino y cumplir con todo aquello que Él nos ha confiado como bautizado, como consagrado, como esposo, como padre de familia, como profesional, como académico, como político y desde esa realidad contribuir en la construcción del Reino, es decir construir una comunidad eclesial y un mundo cada vez más cercanos a lo querido por el Señor, una comunidad cada día más justa, misericordiosa, pacífico y donde sea respetada la dignidad de cada persona humana.
Estar inactivo y ocioso no es el modo cristiano de esperar la segunda venida del Señor.
El Papa Francisco tiene una frase que dejó plasmada en la Evangelii Gaudium 49: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades». Aferrarse a las propias seguridades fue precisamente lo que hizo el tercero de los siervos de la parábola, y esa actitud no le permitió crecer, no le permitió servir, no le permitió construir.
Hoy el llamado es a poner nuestra vida al servicio del Señor y construir, siendo conscientes de nuestras limitaciones, pero confiando en los talentos que han sido dados por Dios, para que nuestra vigilancia nos permita ser verdaderamente Hijos de la Luz.
Ejemplo claro de cómo se debe vivir la vigilancia y la espera del Señor, es la mujer que el libro de los Proverbios elogia en la primera lectura.
Esta mujer, ideal de lo que debe ser el pueblo de Israel, realiza aquello que le corresponde, con tal excelencia, que multiplica sus talentos, alegra a su familia y es misericordiosa con el desvalido y el indigente. Ella ha puesto sus talentos al servicio del otro y se convierte en ejemplo para muchos. Esta mujer, hoy es presentada por la Palabra, como prototipo de vida cristiana porque hace lo que le corresponde con los talentos que Dios le ha dado.
La segunda venida del Señor que la Iglesia espera, como lo dice la profesión de fe, se dará el día en que Cristo venga a juzgar a vivos y muertos, también la parábola del Evangelio presenta el encuentro del amo con sus siervos como un juicio. San Juan de la Cruz nos recuerda que al atardecer de la vida seremos juzgados en el amor. Y amar, del modo cristiano, no es esperar perezosamente, es ponernos en acción, es poner nuestra vida al servicio del Reino, es construir para crecer juntos y multiplicar los talentos que nos ha dado Dios.
Que esta palabra nos ayude a todos a hacer examen de conciencia sobre el modo en que estamos esperando al Señor. Esperar y estar vigilantes debe ponernos a trabajar por el Reino, desde nuestra propia vocación, para transformar el mundo, viviendo como hijos de la luz.