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Iglesia

Jornada de los migrantes y refugiados

Mons. Quirós: "muchos de ellos tuvieron que dejar su país no por propia elección, sino obligados por pobreza, violencia y persecución".

Homilía de Monseñor José Rafael Quirós, arzobispo metropolitano, por la Jornada Nacional de los migrantes y refugiados.

La Santa Eucaristía se celebró este sábado 26 de setiembre desde la Catedral Metropolitana:

Hemos de sentirnos plenamente gozosos al ofrecer al Padre el Sacrificio por excelencia que Él acepta, donde nos ofrecemos todos, y nos sentimos plenamente acogidos y amados, pues el Sacrificio de Cristo en la cruz fue por toda la humanidad. Por ello, podemos afirmar que la cruz es el árbol del cual brotan frutos abundantes de fraternidad, solidaridad y entrega por el hermano, en especial por el que sufre. Con mucha sabiduría nos enseña san Pablo, "De este modo restableció en sí mismo la paz, y de los dos pueblos creó una sola y nueva humanidad, reconciliándolos con Dios en un solo cuerpo mediante la cruz," (Ef. 2, 15). Si somos en verdad hermanos, desde Cristo nadie es extraño y por tanto no existen fronteras.

Comprendemos también la forma en que se expresa el profeta Jeremías, donde empleando términos sugestivos para hablarnos de su relación con Dios y su vocación, nos dice que se dejó seducir por Él. La respuesta que da Jeremías, le lleva a una entrega total en el amor, esta realidad profunda que supera todo sentimentalismo o mero afecto, para convertirse en una verdadera entrega que incluye muchas veces el dolor y el sacrificio. De ahí su lamento, en ser conciente que ante el pecado del pueblo,  tenía que anunciar las consecuencias de aquel pecado: guerra, devastación, destrucción. Aunque internamente se resistiera a hacerlo.

El mensaje de Dios que ardía en el corazón de Jeremías como un fuego, no podía dejárselo o acallarlo, necesariamente tenía que comunicarlo para que el pueblo reaccionara y de nuevo retornara a su relación con su Dios, que lo había liberado del cautiverio y esclavitud en Egipto, y lo condujo a la tierra prometida, tierra que mana leche y miel. 

Por la muerte y resurrección de Cristo, alcanzamos todos la plena y total libertad, ya la humanidad no está sujeta a ninguna esclavitud, somos liberados hasta de la muerte. El texto del evangelio, nos presenta a Jesús que anuncia su pasión, y con paso firme y decidido se encamina a Jerusalén para cumplir con la voluntad del Padre. Él nos invita a seguirle, "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Constatamos que los límites están bien trazados, es seguirlo según su estilo y criterio, porque es la forma perfecta, no estamos nosotros autorizados a cambiarle nada. 

Es que nuestros criterios meramente humanos no son los de Dios, tal cual se lo manifestó Jesús a Pedro, y lo enseñó al resto de los discípulos: ??el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.? Bien vale la pena empeñarlo todo por el Señor, es en la donación plena aunque no resulte en nada  fácil, donde se encuentra el verdadero sentido de toda existencia humana. En la medida que la humanidad logre superar el espejismo que se ha fabricado, y lo de todo por encontrar la verdadera vida, se superarán muchas de las situaciones dolorosas que hoy vive. 

Hermanos al celebrar la "Jornada de los migrantes y refugiados" hemos de sentirnos llamados a entregarlo todo por el Señor y hacerlo en quienes en este momento están viviendo la dura experiencia de estar en tierra extranjera, muchos de ellos tuvieron que dejar su país no por propia elección, sino obligados por pobreza, violencia y persecución. Lo cierto es que como Iglesia nos toca fijar nuestra mirada en quien necesita de una palabra o  gesto que le diga, no estás solo, aquí están tus hermanos que te acogen. 

Como nos enseña el Santo Padre en su mensaje del presente año para esta "Jornada del migrante y refugiado", muchas de las dolorosas situaciones que ya vivían muchos en el mundo, con la pandemia Covid-19 se han agravado, pero qué peligroso es que el aluvión de información relacionada con la salud, invisibilice verdaderos dramas humanos. Dice el Papa "este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas" (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020).

En este sentido son determinantes para la acción pastoral, los verbos que el mismo Papa Francisco ha colocado como fundamentales: acoger, proteger, promover e integrar. Cada uno de ellos contiene una fuerza transformadora inmensa que no excluye a nadie, y que permitiría superar toda xenofofia destructiva. 

Es en ese sentido que como Iglesia, estamos llamados en ver en cada ser humano un hijo de Dios que debemos tratar con el mayor cuidado, ternura y amor. En primer lugar, nuestras comunidades parroquiales, nos pide el Papa, deben ser lugares de acogida. Esto significa que sean un espacio donde la persona que ha llegado dejando su familia, su terruño y sus redes familiares y afectivas, encuentre brazos abiertos, cordiales y solidarios. Deben sentirse como en casa, aun cuando no sean miembros de la Iglesia católica. De ahí que las parroquias deban ser una fuerza de animación en los barrios, caseríos y pueblos que alcance a todas las personas de manera tal que lleguen a convertirse en agentes de acogida. 

Íntimamente ligado al verbo  acoger está la integración. Podemos vivir como hermanos, solidariamente y trabajando todos por el bien común, con el mayor respeto a la manera de ser, pensar y sentir de la persona, que encarna la cultura en la que  nació. Con sus diferencias, debemos integrarlos a nuestro diario vivir.

También debe ser la Iglesia protectora, porque es presencia del único Dios que se nos ha revelado en Jesucristo "el Señor de los señores, el Dios grande, valeroso y temible, que no hace acepción de personas ni se deja sobornar. El hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero y le da ropa y alimento. También ustedes amarán al extranjero, ya que han sido extranjeros en Egipto"  (Ex 10,17-19). Es que todos formamos la familia de Dios que peregrina hacia su verdadera patria, en este sentido todos somos extranjeros en esta tierra. 

En este mismo orden, no podemos dejar de alzar la voz por las personas migrantes que sufren la explotación laboral,  el abuso del coyotaje o por cualquier otra razón, nuestras comunidades eclesiales deben ser lugares donde las personas migrantes se sientan protegidas y, por ende, seguras. No puede ser que haya quienes se sigan aprovechando de las personas indocumentadas, que viven en condiciones inhumanas, hacinados en cuarterías donde se les cobra injustos alquileres. Dígase lo mismo de los que tienen que someterse a las condiciones laborales al margen de la ley. Lo que sí está claro, es que un cristiano no puede llamarse tal si ejecuta este tipo de acciones.

De ahí que sea fundamental impulsar todo aquello que conduzca a la promoción de las personas migrantes, esto significa facilitarles caminos  para que logren salir adelante en todas sus necesidades. En medio de la gran crisis que estamos experimentando en el campo sanitario, económico y social en el país no podemos olvidarnos de esta tarea evangélica, que sin duda nos corresponde a todos, si queremos superar las injusticias y lograr una mayor equidad, de frente a la desigualdad que cada vez se ensancha más y más.

El Santo Padre señala algo que tal vez entre nosotros no es visto como un hecho urgente al que se ha de responder, se trata de la migración interna. Con la crisis económica que ha profundizado la crisis sanitaria, el alto porcentaje de desempleo y en consecuencia la falta de ingresos tiene a muchos hermanos, viviendo en verdadera angustia, por la vivienda, la alimentación y demás necesidades. 

Muchísimos se ven ahora en la encrucijada de alimentarse o pagar el alquiler de su vivienda. Tenemos un déficit habitacional grave, hay alrededor de 420 asentamientos en condición de precario y tugurio. Existe la amenaza de que se vea afectado el presupuesto para la construcción de vivienda social para el próximo año. ¿Qué va a pasar con estas personas? ¿Cuántos de ellos, pasarán a vivir en condiciones de hacinamiento? ¿Cuántas personas no tendrán más remedio que pasar a vivir en un rancho? Se dará dolorosamente esa migración interna, no solo de lugar sino de condiciones de vida, se dará un descenso sin duda alguna. No podemos quedarnos indiferentes, necesariamente hemos de sentirnos interpelados, y llamo a quienes corresponde tomar decisiones macroeconómicas, a fin de que consideren que no todo son cifras o números, de ganar o perder, sino, detrás de ellos hay rostros sufrientes muy concretos.

Nos dice el Papa "Jesús está presente en cada uno de ellos, obligado "como en tiempos de Herodes" a huir para salvarse. Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25,31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos el haberlo conocido, amado y servido". (Mensaje 2020). 

Hermanos, al prepararnos para sentarnos a la Mesa Santa del Señor, sintamos cercanos a cada hermano migrante o refugiado, que al igual que nosotros ha sido llamado a peregrinar hacia la plena participación en el Banquete del Reino Eterno.