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Iglesia

Fraternidad de las comunidades cristianas

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario


La Palabra de Dios de este Domingo XXIII del Tiempo Ordinario nos hace meditar entorno al modo cómo debe vivirse y construirse la fraternidad en el interno de las comunidades cristianas. Podríamos sintetizar esta enseñanza con la frase de Pablo en la Segunda Lectura: «amar es cumplir la ley entera». 


Escuchamos en el Evangelio un fragmento del capítulo 18 de Mateo, este capítulo nos presenta uno de los cinco grandes discursos de Jesús, conocido como el discurso eclesial, donde el mismo Cristo da herramientas a la comunidad cristiana naciente para que puedan construir la comunidad, la unidad, las relaciones humanas en medio de las diferencias que puedan existir en un grupo de distintas personas como lo es la Iglesia. 


Específicamente hoy Jesús quiere enseñarnos a practicar la corrección fraterna. En la vivencia comunitaria, encontraremos situaciones en las que hermanos han cometido errores e incluso pecados. ¿Cómo está llamada a reaccionar la comunidad eclesial ante esta situación? 


La Primera Lectura nos presenta la vocación del profeta Ezequiel, quien es llamado centinela, es decir vigilante del pueblo de Israel. Dios le encomendará la misión de advertir al malvado sobre su conducta y, si este centinela no cumple su misión, el pecado del malvado será castigado también en él. Este hecho muestra cómo existe una responsabilidad comunitaria en el camino de conversión del hermano.


Jesús, en el Evangelio, presenta un camino sencillo y claro, pero no siempre puesto en práctica durante estos dos mil años de camino eclesial. Nos enseña Jesús, que la vocación de centinela de Ezequiel, hoy en la Iglesia, es misión de cada miembro de la comunidad eclesial y que la corrección debe darse, en primer lugar, en privado; si no hay cambio, se hará con dos o tres testigos, si persiste la situación, con toda la comunidad y si la situación continúa es cuando el miembro de la comunidad se considerará pagano o publicano, es decir un pecador que ha decidido mantenerse en esa situación de error. 

Insisto, Jesús propone un camino sencillo y claro, que desgraciadamente no siempre es vivido en nuestras comunidades eclesiales. Se puede constatar cómo muchas veces se hace un camino a la inversa, iniciando con comentarios en medio de la comunidad, chismes que destruyen al hermano y que destruyen comunidades como tantas veces lo ha recordado el Papa Francisco. En muchas ocasiones el involucrado nunca es interpelado porque es juzgado con anterioridad, sin darle la ocasión de rectificar e incluso, en ocasiones, dolorosamente, sin tener certeza de que la situación denunciada sea verdadera. 


La propuesta de Jesús, es un llamado a construir la comunidad teniendo como base el respeto por el hermano, por su integridad, por su buena fama y por su camino de conversión; es decir un llamado a la vivencia del amor que es el cumplimiento de la plenitud de la ley como lo ha recordado San Pablo. 


Por tanto hermanos, si aspiramos a tener comunidades cristianas más parecidas a las queridas por Jesús, el llamado que hoy se nos hace es que desterremos todas aquellas situaciones y costumbres que puedan destruir al hermano y en consecuencia que pongamos en práctica esta enseñanza de Jesús que tiene como objetivo que la misma comunidad eclesial colabore en el crecimiento y en la conversión de todos sus miembros, ya que todos, sin excepción, estamos en camino de conversión y ninguno está exento, en algún momento de su vida, de cometer un error y por tanto de necesitar de los hermanos para superarse. 


Con la corrección fraterna, practicada tal y como la enseña Jesucristo, la comunidad eclesial está colaborando en que el hermano que ha fallado haga experiencia del amor de Dios, que en Cristo se ha revelado como misericordioso, compasivo y paciente. Esta experiencia del amor de Dios, todos sin excepción la necesitamos en nuestro camino de cristianos. Por eso la corrección fraterna no nos hace mejores o más santos que el hermano que recibe la corrección, sino que nos hace compañeros de camino, todos necesitados del amor de Dios y de la cercanía del hermano para crecer y mejorar. 

San Pablo VI decía en su exhortación Paterna cum benevolentia «La corrección fraterna es un acto de caridad mandado por el Señor [...]. Su práctica obliga a quien la realiza a sacar primero la viga de su ojo (Mt. 7, 5), para que no se pervierta el orden de la corrección, busca la conversión interior y el amor unificador en Cristo». 


La Eucaristía, hermanos, es signo de reconciliación y vínculo de unión fraterna, por eso pidamos que esta palabra que nos exhorta y que orienta el caminar de nuestras comunidades (familiares, eclesiales, laborales, etc.) y la comunión eucarística que nos fortalece y nos anima a amar como Cristo, nos permita a todos vivir según Sus enseñanzas y por tanto construir unidad y nunca división.