Mons. Daniel Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José.
En este último Domingo de agosto, nuestra parroquia (Nuestra Señora del Carmen en San José) cumple con la Promesa Jurada que nuestros antepasados hicieron durante la epidemia del cólera en 1856. Ante la dolorosa experiencia de aquella enfermedad los habitantes de esta ciudad de San José prometieron a Dios realizar el último Domingo de agosto de cada año una celebración eucarística y una procesión dedicada al Dulce Nombre de Jesús.
Hoy no es posible realizar la Procesión Jurada, por la pandemia que vive el mundo entero. Pero con esta celebración eucarística, queremos unirnos en oración, no sólo para cumplir con la promesa de nuestros abuelos, sino también para encomendar a Jesús, Nuestro Salvador, que cuide y que salve a nuestro pueblo en esta nueva situación dolorosa que estamos viviendo.
Y es que Jesús, el Dulce Nombre de Jesús, significa precisamente Yahveh Salva, por tanto ya el sólo nombre de Jesús indica cuál es su misión; su misión es salvar. La imagen con que la tradición representa la devoción del Dulce Nombre es un Jesús siendo niño, pequeño, tierno y hasta podríamos decir indefenso. Pero ese niño es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Dios Omnipotente, Omnisapiente, Omnipresente, que ha querido, por pura misericordia, ser cercano a nosotros, asumir nuestra condición humana para llevar a plenitud la misión, encomendada por el Padre, de salvarnos.
El texto del éxodo que se ha proclamado como primera lectura, ya nos permite experimentar con claridad la cercanía de este Dios Salvador, que desde siempre ha salido a nuestro encuentro para cuidarnos y manifestarnos su amor. El Señor revela su nombre a Moisés, su nombre es Yahveh (Soy el que soy ? soy el que está); su nombre no sólo revela quién es, sino que revela cómo es: Dios es presencia, Dios está a nuestro lado y escucha nuestros clamores. La respuesta del Señor a Moisés es muy hermosa y manifiesta su constante preocupación por su pueblo: «El clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí y he visto cómo los oprimen».
El Señor se revela como aquél que escucha y que ve a su pueblo, lo escucha en sus necesidades, lo ve sufriendo y siente compasión, sale a su encuentro enviando a un liberador, Moisés, quien es sólo anticipo del verdadero liberador, del verdadero salvador: Jesucristo.
Jesús revela a Dios como Padre, como misericordia, como amor y revela además, como hemos escuchado en el evangelio, que este Padre es tan cercano, que se deja «mandar» por nosotros. Jesús ha dicho a sus discípulos «cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá».
Esto revela la grandeza del amor de Dios. Una «estrategia» que nosotros mismos utilizamos, es decir, pedir en nombre de otro porque pareciera que es más eficaz, Jesús nos autoriza a utilizarla con el Padre. Podemos pedir en el nombre de Jesús, pedir en el Dulce Nombre de Jesús, con la confianza de que el Padre siempre nos escucha y nos concederá aquello que pedimos.
Esto lo tuvieron muy claro nuestros abuelos, cuando en medio de una situación difícil como fue la peste del Cólera en 1856, decidieron pedir al Padre en Nombre de Jesús que la peste se detuviera. Efectivamente la peste se detiene y surge este compromiso de celebrar el Dulce Nombre de Jesús, para que se cumpla lo que Pablo nos decía en la Segunda Lectura: «que al Nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra y en al abismo».
Hoy nuestra petición es la misma: suplicamos al Padre en el Nombre de su hijo Jesús, en el Dulce Nombre de Jesús que cese la pandemia, que escuche nuestro clamor como escuchó el clamor del pueblo sufriente de Israel y que siga cuidando y protegiendo nuestro caminar y nuestra historia.
Hoy nos seguimos llenando de esperanza porque estamos convencidos de que el Padre misericordioso nos escucha y nos salva en la persona de Cristo.
Hoy, en medio de esta situación difícil que vivimos, queremos unirnos más íntimamente a Él, que ha tomado la iniciativa de revelarse, de decirnos su nombre y de salir a nuestro encuentro. Por tanto celebrar esta promesa jurada al Dulce Nombre de Jesús, es mucho más que venir a ver y venerar la sagrada imagen, ciertamente muy hermosa, sino que es celebrar esa cercanía e intimidad con la que Dios ha querido relacionarse con nosotros.
Esto hermanos, hoy se realiza con un compromiso, porque cuando nuestros antepasados prometieron, bajo juramento, celebrar esta fiesta en honor al Dulce Nombre de Jesús, quisieron que se anunciaran y se testimoniaran los portentos que Dios ha realizado y realiza siempre en favor de la humanidad y cómo Él sigue irrumpiendo en nuestra historia para sanarnos y salvarnos.
Por eso el cumplimiento de la promesa jurada del Dulce Nombre de Jesús debe ir acompañado de este compromiso de ser testigos de las obras maravillosas que Dios sigue realizando en medio del mundo, testimonio que se debe concretizar en las acciones solidarias, misericordiosas y compasivas que podamos realizar para que los hermanos que más están sufriendo en esta pandemia, puedan experimentar la cercanía del Dios misericordioso revelado por Jesucristo, ese Dios que hoy sigue haciendo maravillas en la vida de aquellos que claman en medio del sufrimiento.
RENOVACIÓN DE LA PROMESA JURADA AL DULCE NOMBRE DE JESÚS
Señor Jesús ante cuyo Nombre, «toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el abismo» (cf. Flp. 2, 10), nos dirigimos a Ti llenos de confianza, para elevarte nuestra alabanza, nuestra acción de gracias y nuestra súplica, «porque no se nos ha dado bajo el cielo, ningún otro Nombre en el que nos podamos salvar» (Hch. 4, 12).
Tú eres nuestro Dios y Salvador, por ti «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch. 17, 28). Tú eres la fuente de la vida, la gracia que nos salva y la misericordia que socorre nuestras necesidades y tribulaciones.
Invocamos tu santísimo Nombre, porque sólo «tú has sido nuestro refugio de generación en generación» (Ps. 89, 1).
Postrados ante tu sagrada imagen, recordamos agradecidos y confiados, los beneficios y gracias que siempre nos has dispensado. Así como en otro tiempo nos libraste misericordioso de la peste del cólera, de la poliomielitis y de otros males, hoy te pedimos Señor Jesús, que mires con misericordia al mundo entero y de manera particular, a nuestro país Costa Rica y con tu poder infinito, líbranos de esta pandemia que nos aflige.
Atiende benigno y misericordioso nuestras súplicas y por la invocación de tu santísimo Nombre, aleja de Costa Rica y del mundo entero, esta enfermedad que nos oprime; concédenos la paz y la esperanza de saber que siempre vienes con nosotros y que no permitirás que nada, ni nadie nos arrebate de tu mano.
A ti Jesús, Nombre-sobre-todo-Nombre, Rostro misericordioso y salvador del Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, te damos el honor, la gloria y la alabanza, por los siglos de los siglos.
Amén.
Sea bendito, alabado, ensalzado y glorificado el santísimo y dulcísimo Nombre de Jesús, por los siglos de los siglos. Amén.
Por tu santísimo Nombre, misericordia, Señor.