El mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, Corazón amoroso traspasado por nuestras rebeliones.
Es una de las fiestas y advocaciones de Nuestro Señor Jesucristo, sumamente querida por nuestros pueblos y familias, patrono de muchas parroquias, capillas filiales y comunidades. Entrañablemente clavado en el corazón de los cristianos, cuantos de nuestros hogares cuentan con la bendición de haber entronizado solemnemente, entre cantos y devoción, una imagen o un cuadro del sagrado Corazón de Jesús, y responder confiadamente ?en ti confío?.
Próximos a la celebración de su Solemnidad, cuanto amor, entrega y dedicación continuamos experimentando muchos de los que nos detenemos por unos instantes delante de su amada imagen que nos recuerda el amor de Dios por todo el género humano, amor oblativo hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Y es que el corazón de Cristo, Hijo del Padre, nos muestra en filial obediencia el cumplimiento fiel y sincero a la voluntad del Padre, y en la relación fraternal, el amor de un hermano que, en su deseo de salvación y pasión de las almas, ha hecho de nosotros, sus hermanos, objeto de amor y misericordia que celebramos gozosos en estos días del mes de junio.
La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús continúa durante los siglos y generaciones, fijando más que nuestra atención en el amor puro, generoso y verdadero de Dios. Es la fiesta del Amor, sí, con mayúscula, porque a quien celebramos es al Amor mismo, Dios es amor, que, desde la figura y revelación de su corazón, ama día y noche a todos los hombres, y no recibe de ellos más que pecados y desprecios. Dios simplemente ama, Él es la fuente misma del amor.
Por sus apariciones místicas a Santa Margarita, y según los signos que son plasmados en sus imágenes, el corazón de Cristo, encendido en fuego que consume por el amor, conserva los signos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, mientras se encuentra rodeado de esplendor y gloria.
Veamos, es un Corazón traspasado, sí, por nuestras rebeliones. Nos dice el Evangelio, que, una vez que Jesús entregó su alma en la Cruz y para comprobar que ya había expirado, el soldado romano atravesó con su lanza el sagrado costado del Señor, y al instante brotó sangre y agua. Y como dice un hermoso himno de la liturgia, y corazón que, escondido en la herida del costado, día y noche nos está esperando.
Ese corazón traspasado también está rodeado por una corona de espinas, la corona con que el Rey fue burlado y abofeteado por los desalmados soldados que se mofaban del Señor: salve, rey de los judíos. Y además de la corona de espinas, tiene también sobre sí la cruz, signo de salvación y pasión, madero santo del cual colgó el precio de nuestra redención.
Y esa pasión de amor del Dios por la salvación de las almas, está significada en las llamas que rodean el corazón del Señor, llamas que consumen en amor puro y santo para que el hombre se sienta amado y santo. Llamas que queman y transforman a todos aquellos que se rinden ante la Majestad Suprema del Amor de los amores.
Y, para terminar, ese corazón traspasado, coronado, abrazado y crucificado, está envuelto en radiante luz de la gloria de Dios. Lleno de luz y vigor, ilumina las amadas almas que le buscan con sincero corazón. Ese amor eterno de Dios, manifestado al mundo en Cristo crucificado y glorificado, ha quedado por siempre plasmado en el amado Corazón de Jesús, ante quien decimos: en ti confío.
Comentario por el Padre Ronald Fallas