(VIDEO) Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
La pandemia del Covid 19 ha puesto a prueba, como a todas las otras formas de existencia contemporánea, la espiritualidad que, bien entendida, es todo un estilo de vida.
Con esperanza he podido constatar cómo, a pesar de las graves dificultades que muchos atraviesan y las dudas experimentadas, en el corazón del creyente brota una profunda convicción, bellamente plasmada en la Palabra: " ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? (...) en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro."[1]
La historia confirma, cómo la fe de muchas personas se mantuvo y se mantiene firme en los países con regímenes abiertamente intolerantes a la religión, donde la persecución y las prohibiciones, no logran su objetivo. Los primeros creyentes, por ejemplo, en el anonimato de las catacumbas, se mantuvieron fortalecidos por la Palabra, la oración y la convivencia fraterna.
Nuestra espiritualidad mira al seguimiento de Jesús, imitar su estilo de vida en su fidelidad al Padre, su amor y misericordia hacia el prójimo, su coherencia entre la palabra y la acción. "Aquí no se trata de seguir una idea, un proyecto, sino de encontrarse con Jesús como una Persona viva, de dejarse conquistar totalmente por él y por su Evangelio".[2]
Por ello, aunque se vea inevitablemente interrumpido nuestro encuentro comunitario celebrativo, por medio de la escucha y la lectura de la Palabra de Dios, la oración personal o en familia, la meditación, la lectura espiritual, es posible estar en relación constante con el Señor y sentirnos Iglesia.
Como nos recordaba el Señor el pasado domingo en su Palabra: "Nos lo dejaré huérfanos"[3]. Así, la presencia viva del Resucitado, por la acción del Espíritu Santo, hace posible fortalecerse en la fe, en el amor y entrega a Dios, asumiendo el dolor, pena e incertidumbre desde la Pasión de Cristo y, de esa forma, abrirse para el encuentro y ayuda solidaria con el hermano que sufre, en quien encontramos, especialmente, a Cristo que sufre.
Creo que como Iglesia hemos dado prueba de alta responsabilidad observando y animando a los fieles a acatar las disposiciones sanitarias, incluso tomando nosotros siempre la iniciativa. Los resultados positivos que a nivel país se han conseguido, responde en gran medida a la historia que entre todos hemos forjado, tanto las generaciones pasadas como las presentes, en aquello que mira a la educación, a la seguridad social impregnada de la doctrina social de la Iglesia y a la acción conjunta de instituciones.
Invito a los fieles católicos, a tener paciencia, a alimentar la fe en la esperanza que llegará el momento que podamos de nuevo celebrar comunitaria y alegremente nuestra fe.