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San Pancracio, Mártir

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar Arquidiócesis de San José

Celebramos con toda la Iglesia, la fiesta de San Pancracio, Mártir. Un joven que a sus 14 años dio testimonio de la fe con su propia vida al negarse abjurar de Cristo, de la Iglesia y de su doctrina.

En este templo, en el cual hoy celebramos esta eucaristía (Parroquia Nuestra Señora de El Carmen), se le rinde gran devoción a lo largo de todo el año, ya que muchos piden la obtención de un empleo digno y estable a través de su intercesión.

Hoy, las lecturas que se han proclamado, nos permiten comprender las virtudes que condujeron a la santidad al joven Pancracio.

Los Hechos de los Apóstoles nos narran la persecución vivida por Pablo y Bernabé en Listra durante su viaje apostólico. Persecución anunciada por el mismo Cristo y que ha vivido la Iglesia a lo largo de la historia. Persecución que anima la fe y da testimonio, tanto que en los lugares donde existe persecución y martirio la fe crece y se fortalece, ya decía Tertuliano «que la sangre de los mártires es semilla para nuevos cristianos».

¿Por qué existe ese convencimiento de la fe tan profunda, que mueve incluso a dar la vida por Jesucristo? El cristiano auténtico es consciente de que la vida verdadera es la que nos ha regalado Cristo con su muerte y resurrección, es la vida que viviremos eternamente, una vez glorificados, una vez resucitados, o como decía la segunda lectura, una vez hayan sido lavadas nuestras vestiduras con la Sangre del Cordero.

Cuando existe este convencimiento, que vivimos para Cristo y para estar con él eternamente, nuestro peregrinar en este mundo es un prepararnos continuamente para participar de este regalo de su misericordia.

Este era el convencimiento de San Pancracio. Él encontró sentido a su vida en la conversión al cristianismo; y ese sentido profundo de su existencia lo transformó de tal manera, que sabía que su vida encontraría la auténtica verdad, la auténtica libertad, el auténtico valor y el auténtico amor en Cristo y en su vida unida a la Suya. Por eso no tuvo ningún temor de entregarla, sabiendo que eso significaría participar de la pascua de su Señor.

Cuando en la Iglesia celebramos a los santos, lo hacemos por dos razones, por la veneración, porque sabemos que en la comunión de los santos, ellos intercedan a Dios por nosotros y nuestras necesidades.

San Pancracio, recibe muchísima veneración en este templo, su altar se ha convertido, a lo largo de la historia, en un santuario donde muchas personas vienen diariamente para pedir su intercesión, especialmente se ha considerado patrono y defensor de aquellos que buscan un trabajo. Y es por esa razón en especial, que muchos vienen hasta su altar, para pedir un trabajo o para agradecerles que por su intercesión ya lo hayan conseguido.

Por eso hemos querido celebrar su novena y esta eucaristía, porque en las condiciones actuales son muchos los que están sin empleo, según indican las estadísticas, llegará el desempleo al 30%, un número muy alto, tal vez el más alto de nuestra historia. Eso son vidas humanas, familias completas que se han quedado sin su sustento diario. Pedimos por ellos, los encomendamos para que San Pancracio, interceda para obtenerles trabajo y salud. También pedimos para que haya políticas estatales que los ayude a la superación de esta crisis y pedimos que florezca una verdadera solidaridad entre quienes nos decimos cristianos.

Pero además de la veneración, la Iglesia celebra a los santos para que nos recuerden que la santidad es posible, que seres humanos como nosotros, vivieron heroicamente la fe y que por tanto esa vocación a la santidad no es para unos, sino para todos.

San Pancracio es una santo laico, y desde su vida como laico dio testimonio de la fe. Todos podemos dar testimonio de la fe, es decir vivir la fe en cada momento de nuestra existencia. Hoy no van a asesinarnos por decirnos cristianos, al menos no aquí en Costa Rica, pero ciertamente sí nos corresponde dar testimonio de la fe, con nuestras acciones en medio de la familia, del trabajo, en fin en medio de la vida cotidiana. Que nuestras acciones, palabras y gestos manifiesten que seguimos a Cristo y que deseamos gozar de los frutos de su muerte y resurrección.

Vivamos el amor, la solidaridad, la oración, la fraternidad. Digámosle al mundo que creemos en Cristo y que buscamos vivir según sus enseñanzas, como lo hizo San Pancracio a quien le guardamos tanta devoción, que no solamente lo veneremos y le pidamos, sino que también pedimos a Dios que nos regale la gracia de imitarlo en la radicalidad de la vivencia de la fe.