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Silencio y acción misionera en tiempos de pandemia

Una reflexión por el Padre Rolando Gutiérrez Zúñiga CM.

Leer los signos de los tiempos es siempre la primera tarea misionera, a la cual toda la Iglesia está llamada, y de donde brotan los compromisos evangelizadores más necesarios para cada momento de la historia. 

Sería, por tanto, una contradicción y un escándalo, que quienes hemos sido llamados a una vocación netamente misionera, como es el caso de la Congregación de la Misión, a la cual pertenezco, y otras tantas expresiones de vida consagrada presentes también en Costa Rica, permaneciéramos indiferentes a una circunstancia donde más de dos millones y medio de personas en el mundo han sido contagiadas de Covid-19, un número mayor a ciento setenta y cinco mil han fallecido; y el desempleo y la pobreza extrema se están disparando a escalas no vistas desde hace varias décadas. 

Ante este panorama, a la luz de la vida y obra de San Vicente de Paúl, el binomio de silencio-acción es una propuesta misionera que podría ser tomada en consideración. 

"El bien no hace ruido y el ruido no hace bien" es quizá una de las frases célebres del Santo de la Caridad. En efecto, San Vicente de Paúl tenía como regla importante el silencio en el servicio a los pobres para evitar protagonismos de nuestra parte, principio quizá un poco olvidado en la época de las redes sociales, pero sobre todo el silencio de Vicente se trata de la actitud que precede a la obra, de la contemplación del misterio de Dios en medio del sufrimiento, de la sensibilidad por una realidad que nos debe interpelar antes de tomar resoluciones pastorales. 

La actual pandemia del coronavirus, que nos sorprendió justo cuando estábamos en el corazón de la cuaresma y nos ha hecho vivir una pascua tan silenciosa, es entonces una buena ocasión para detenernos a contemplar, escuchar lo que Dios nos está diciendo como Iglesia en la a veces predomina la tendencia a dar respuestas preconfeccionadas y recetas preparadas (Chistus Vivit 65), sin dar espacio a la escucha, al silencio, a la contemplación. 

Así las cosas, aun cuando los templos estén físicamente vacíos, y se tuvieran que cancelar todas las actividades masivas que tan finamente se habían organizado en nuestras agendas, diré que este es un tiempo para entrar en actitud de silencio, porque es allí donde el corazón humano vuelve la mirada hacia lo esencial, es así como nos damos cuenta en qué medida hemos confundido los medios con los fines y descubrimos el verdadero rostro de Dios en una Iglesia peregrina que parece más hermana y discípula, antes que la maestra que dicta clases sus a aprendices.  ¡Que provechoso tiempo de conversión misionera el que estamos viviendo! 

El fruto del auténtico silencio es la acción. Y cuando las cosas se ponen complicadas para actuar, porque el confinamiento y las medidas de salud nos recuerdan que no estamos ya en épocas de gloria clericales para pretender ser la portada de los periódicos con nuestras obras de caridad, entonces toma fuerza otra convicción de San Vicente de Paúl: "el amor es inventivo hasta el infinito". Y debo decir que, a pesar de mis años de formación como misionero vicentino, este principio lo entendí en las montañas de Talamanca con mis hermanos de congregación y con Monseñor Javier Román, allí donde las madres tienen muy poco, pero inventan mucho, siempre creativas para ver crecer a sus hijos de la mejor manera desde sus precarias posibilidades. 

Hoy, cuando parece que nos han cortado las alas pastorales con las que estábamos acostumbrados a volar, entonces es cuando debe surgir el "amor inventivo" del que habla San Vicente de Paúl. Más allá de las imagines y las transmisiones en vivo que son un recurso sumamente valioso, a los misioneros nos corresponde encarnarnos en cada realidad y como "levadura en la masa" (Mt 13, 33) ofrecer los signos proféticos del Reino de Dios también en tiempos del Covid-19. 

Desde las palabras que se transmiten por diferentes medios, como sucede en nuestro caso con una emisora cultural, la Voz de Talamanca, fundada por nuestra Congregación hace varias décadas, hasta los gestos asistenciales en tiempos de emergencia, que nos permite sentir a una Iglesia como "un hospital de campaña a donde llegan personas heridas buscando la bondad y cercanía de Dios" (Papa Francisco, discurso 19/09/14). 

Silencio y acción misionera parecen ser una buena combinación en medio de la pandemia.