Mensaje de Mons. José Rafael Quirós Quirós, Arzobispo Metropolitano
"Dios jamás abandona a su pueblo, especialmente cuando el dolor se hace más presente".[1] Con esta profunda convicción el Papa Francisco nos alienta a enfrentar, ya no sólo esta Pascua marcada por el coronavirus, sino el difícil horizonte que se avecina.
En efecto, superada la imprevista crisis sanitaria causada por el Covid-19, las afectaciones en el orden económico y social, de forma global, se harán sentir, pero, lejos de encarar con escepticismo esta situación, el creyente percibe la presencia gozosa del Señor que sale a su encuentro para transformar su duelo en alegría y ser consolado en medio de la aflicción.
Es esta la certeza que anima nuestra fe pascual pues el Señor quiere hacernos participes de la condición de resucitados que nos espera, como a aquellas mujeres que, al llegar al sepulcro, son invitadas por el mismo Jesús a experimentar un regocijo inmenso: "Alégrense" (Mt 28, 9).
Hoy pareciera que todo nos habla de desconfianza y adversidad y, como insiste el Santo Padre: "Invitar a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos sufriendo" "aún más, "no son pocos los que podrían pensarlo, al igual que los discípulos de Emaús, como un gesto de ignorancia o de irresponsabilidad (cfr. Lc 24, 17-19).?
Francisco nos lleva a una interrogante: ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? y, con claridad nos responde: "Es la pesantez de la piedra del sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza " esa pesantez que parece tener la última palabra"; sin embargo, es el Señor quien con su aliento de vida, en esta tierra desolada se "empeña en regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza: "Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?" (Is 43, 18b).
Con el Covid19 la mayoría, en actitud humilde, hemos constatado nuestra fragilidad y finitud y debemos asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo favorable del Señor: tiempo para "unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral", tiempo para superar la indiferencia y el nefasto individualismo que entrañaba esta generación.
Hago también mía esta inquietud del Papa: ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? Todos debemos preguntarnos: ¿A qué estoy dispuesto a renunciar? ¿Puedo renunciar a esa existencia cómoda, apática y frívola? ¿Optaré, en adelante, por lo que es esencial, a saber, mi vida y toda vida humana desde el momento de la concepción, mi familia, los otros?
Si la Cuaresma, vivida en el contexto de confinamiento, significó un llamado ensordecedor a la conversión, a contracorriente al estilo de vida superficial, desordenado e ilusorio, que nos arrastraba, la Pascua vivida en actitud de liberación y reconstrucción, nos exige poner nuestra mirada en lo más alto de la vida cristiana "y no es una simple decisión moral que rectifica las conductas, sino una elección de fe, que nos lleva a la íntima unidad con Jesús."[2]
Es que también, desde el punto de vista técnico en lo económico y social, han de dejarse los espacios suficientes a la globalización de la solidaridad. No dejemos pasar la opotunidad, para dejar el espacio que ocupamos, como uno de los países más desiguales de América Latina.
Que a los virus morales que hoy amenazan a la humanidad, "podamos hacerle frente con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad" y con Francisco anhelo que "en este tiempo de tribulación y luto " allí donde estés, puedas hacer la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: "Alégrate".