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Obispo Auxiliar

Preparen el camino del Señor

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

En este II domingo del tiempo de Adviento, la Palabra de Dios sigue exhortándonos a todos a prepararnos para la venida del Mesías.  Y aunque la celebración de la Navidad, es decir de la conmemoración de la primera venida de Jesucristo, se ve muy cercana; la Liturgia de la Iglesia, como se ha indicado el domingo anterior, insiste en que debemos estar preparados para la segunda y definitiva venida de Cristo.

¿Cómo será este regreso de Cristo, que se anuncia con insistencia en la Palabra de Dios durante este tiempo del Adviento?

La profecía de Isaías, en la primera lectura de este domingo, lo explica de manera muy hermosa.

El Mesías, es un renuevo del tronco de Jesé, es decir un descendiente de David, que viene a traer vida, justicia, salvación y paz para todos los pueblos de la tierra.

Ante la inminente invasión extranjera, la destrucción de la Ciudad Santa y el exilio a Babilonia que trajo destrucción y que arrasó incluso con los bosques de Israel, el Señor promete, que aún en medio de esa destrucción, de un tronco talado y que parece sin vida, resurgirá aquel que traiga salvación para la humanidad.

El Mesías, tiene la plenitud del Espíritu, actuará con justicia, con misericordia, acordándose de los más vulnerables, como lo recordaba el salmo 71 que indica que «Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres», y esto lo hará no con poder político o militar, sino con la sabiduría de Dios, que inundará todo el Monte Santo y que es capaz de traer paz, unidad y concordia incluso donde solamente hubiese sido posible ver una lucha, como sería lógico en el encuentro de un león y un cabrito, o contemplar muerte, como ocurriría si un niño jugara con una serpiente venenosa.

Esto, nos permite recordar nuevamente, que esperar la segunda venida del Señor, no debe ocasionar en ninguno de nosotros temor o angustia, porque lo que se nos promete es que este momento, culmen de la Historia de la Salvación, será un encuentro con Dios Padre que es amoroso y misericordioso tal y como lo ha revelado por Jesucristo.

El domingo anterior, se nos recordaba que una actitud que el creyente debe vivir mientras espera la venida del Señor, es la virtud de la esperanza, que consiste en una vigilancia activa, construyendo desde ahora el Reino instaurado por Cristo, con gestos de solidaridad y fraternidad, ya que los bienes mesiánicos de la justicia, la paz, la misericordia y la unidad se deben empezar a vivir desde que peregrinamos en este mundo.

Este domingo, el llamado que se nos hace es, que además de la vivencia de la esperanza, el cristiano espera la venida del Mesías, viviendo la experiencia de la conversión.  Éste es el llamado de Juan el Bautista, quien se presenta en el evangelio como aquel que está preparando el camino del Señor.

El llamado a la conversión, lo hace el Bautista, durante las jornadas en las que él bautizaba a quienes llegaban al río Jordán en búsqueda del perdón de sus pecados.  El bautismo de Juan es, precisamente, un signo de conversión, de arrepentimiento ante los pecados cometidos y de búsqueda de renovación de la vida según las enseñanzas de la Sagrada Escritura.

Eso significa una verdadera actitud humilde del ser humano delante de Dios que es el único que puede transformar la vida y dar la gracia de un verdadero arrepentimiento y la fuerza para vivir según los valores del Reino, que Juan anuncia que ya está cercano.  Esta gracia la recibimos con el bautismo que trae el Mesías y que Juan mismo indicaba que nos dará el Espíritu Santo.

Esa actitud de conversión no la tenían los fariseos ni los saduceos y por esto el Bautista les recrimina diciéndoles Raza de víboras, porque el gesto de acercarse al Jordán era sólo para ser vistos, ya que nunca han dado frutos de conversión, es decir sus acciones seguían siendo contrarias a los valores del Reino de los Cielos.

Este domingo, esta exhortación a vivir no sólo la esperanza sino también la actitud humilde de la conversión es un llamado a reconocernos limitados, necesitados de la misericordia de Dios que transforma la vida y, con humildad, pedir la gracia de su Espíritu, para dar testimonio de la fe, viviendo los valores del Reino de los Cielos, es decir, siendo constructores de la Unidad, instrumentos de la Paz y reflejo de la Misericordia y de la Justicia de Dios en medio del mundo.

Nos recordaba al respecto el papa Francisco: «El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras - cada uno de nosotros tiene una - y ponernos a la fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad: purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los demás a hermanos y hermanas, a pecadores como nosotros y ver en Jesús al Salvador que viene por nosotros, no por los demás, por nosotros; así como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados» (04.12.2022).

Que, en este Adviento, con la gracia del Espíritu Santo, que nos dan los sacramentos, de manera particular el bautismo, la eucaristía y la reconciliación, trabajemos en fortalecer nuestra vivencia de la conversión.  Para que con humildad reconozcamos la necesidad que tenemos de Dios y nos dejemos transformar con su misericordia, para que, siendo semejantes a Él, podamos ser portadores de los valores que hacen presente, ya desde ahora, del Reino instaurado por Cristo.