Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Desde
el domingo anterior, la Palabra de Dios nos está preparando para el final del
año litúrgico, el cual cerraremos el próximo domingo con la solemnidad de Jesucristo
Rey del Universo.
Este
domingo previo a Cristo Rey, la liturgia nos quiere recordar, que del mismo
modo que los años llegan a su final, nuestra vida y este mundo creado llagará a
su final, para dar paso a los cielos nuevos y la tierra nueva donde el mal
ya no existe y Dios sea todo en todos.
Esto
es parte de nuestra fe, así lo afirmamos cada domingo y cada solemnidad, al
profesar la fe: afirmamos que Jesús volverá para juzgar a vivos y muertos y que
su reino no tendrá fin y también que
esperamos la vida del mundo futuro.
La
Palabra de Dios que se ha proclamado, busca llenar de esperanza el corazón de
los creyentes y quitar todo temor ante la verdad del final de los tiempos,
porque ese momento, trascendental de la historia de Salvación, es,
principalmente, encuentro con Dios, que es amor, misericordia y compasión.
El día del Señor, como lo llama el profeta
Malaquías, es un día en el que se alegra la creación y se regocija el ser
humano, como canta el salmo 97, porque el Señor viene a gobernar con justicia y rectitud.
Durante
este año litúrgico, que hemos escuchado el evangelio de San Lucas, nos ha
quedado claro, que la justicia y la rectitud con la cual Dios gobierna, no son
las categorías humanas que consideran que la justicia es dar a cada cual lo que
merece y que la rectitud es una vida sin defectos. Sino que el Señor gobierna con la potestad
que lo caracteriza, que es el amor que perdona, que tiene compasión y que llena
de misericordia el corazón del ser humano, que busca con sinceridad la
conversión, como lo hizo con el hijo pródigo, con los leprosos y con Zaqueo.
Cuando
la Palabra de Dios anuncia que el Señor viene a gobernar con justicia y
rectitud, tenemos claro entonces, que Él viene a llenar con su perfección toda
la creación y a colmar con amor y misericordia al ser humano, al hacerlo
partícipe de su misma vida gloriosa.
Y
esto, lo profesamos como verdad de nuestra fe, porque así lo ha prometido
Cristo, que ha peregrinado hacia Jerusalén, precisamente para realizar con su
entrega en la cruz y su manifestación gloriosa en la resurrección, el acto de
nuestra redención, que nos libra del pecado y nos une a la vida del cielo.
Aunque,
tanto la lectura de Malaquías y el texto del evangelio de San Lucas, hablan de
situaciones difíciles que el ser humano debe enfrentar, al final, en ambos
relatos, se habla del Señor como Sol de Justicia, que trae salvación y que trae
vida para todos los creyentes que perseveren y que teman al Señor.
¿Qué
significa, por tanto, perseverar y temer al Señor?
Las
situaciones difíciles, que presentan las lecturas, se han vivido en muchas
ocasiones a lo largo de la historia de la humanidad; incluso en nuestros días, hemos
visto nuevamente, acontecimientos vividos en siglos anteriores: Guerra en varias partes del mundo, la
pandemia de hace 5 años, inclemencias climáticas, las situaciones de pobreza en
el mundo y en nuestro país.
Claramente
estas situaciones pueden desencadenar desesperanza, dolor y falta de fe, porque
pareciera que Dios no está actuando.
Esto muchas veces se ha aprovechado, como Jesús lo anunciaba, para que
vengan falsos mesías, anunciando el fin del mundo. Eso también lo hemos vivido en varias
ocasiones en las últimas décadas.
Por
esto, la exhortación de Jesús es que el cristiano espere, contra toda
esperanza, porque Dios siempre va a actuar.
Temer
y perseverar, entonces, serán sinónimos de confiar en que Dios siempre actuará
y hará sacar, como lo hizo en el Gólgota, salvación, vida y gloria de donde
parece que sólo hay muerte.
Al
respecto nos enseñaba el papa Benedicto XVI:
«La Iglesia, desde el inicio, recordando esta
recomendación, vive en espera orante del regreso de su Señor, escrutando los
signos de los tiempos y poniendo en guardia a los fieles contra los mesianismos
recurrentes, que de vez en cuando anuncian como inminente el fin del mundo. En
realidad, la historia debe seguir su curso, que implica también dramas humanos
y calamidades naturales. En ella se desarrolla un designio de salvación, que
Cristo ya cumplió en su encarnación, muerte y resurrección» (18.11.2007).
Los
falsos mesías anunciados por Cristo en el evangelio, existieron, incluso, en
las primeras comunidades cristianas, por esto Pablo es tan fuerte al decir a
los tesalonicenses, que el que no quiera
trabajar que tampoco coma. Porque
ante los falsos anuncios de la inminente venida del Señor, algunos en esta
comunidad, decidieron, simplemente sentarse
a esperar, desvirtuando lo que verdaderamente debe ser la esperanza
cristiana.
Porque
la verdadera esperanza cristiana, según nos enseña el catecismo «corresponde
al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las
esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para
ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo
desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna.
El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la
caridad» (CEC 1818).
Por tanto, la actitud
con la que el cristiano espera el Día del
Señor, debe ser la de vivir la virtud de la esperanza, que como nos recordaba el papa Francisco significa: «Permanecer
firmes en el Señor, en la certeza de que Él no nos abandona, [...] trabajar para
construir un mundo mejor, no obstante, las dificultades y los acontecimientos
tristes que marcan la existencia personal y colectiva, es lo que cuenta de
verdad; es lo que la comunidad cristiana está llamada a hacer para salir al
encuentro del "día del Señor"» (13.11.2016).