Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
La palabra que más resuena hoy no es "Verdad", sino "opinión". Abundan las voces que aseguran, pero escasean las que iluminan; se
multiplican las aseveraciones, pero se apagan las certezas. En medio de tanto
ruido, el corazón humano busca, casi a tientas, un punto firme donde descansar.
Vivimos en una época en la que cada persona se erige
como su propia autoridad, donde el criterio individual pretende sustituir toda
referencia común a la verdad. Las redes sociales amplifican la subjetividad y
convierten las emociones en argumentos, las percepciones en juicios y las
opiniones "a menudo no constatables" en verdades absolutas. En la esfera
pública, la idea de una verdad objetiva se considera anticuada o incluso
peligrosa. Se nos repite que no hay brújula, solo preferencias.
Pero, como creyentes, sostenidos por la certeza que
nos da el Espíritu Santo, sabemos que esta relativización de todo es una de las
mayores amenazas para la paz del corazón y para la armonía de la vida en común.
Cuando ya nada parece verdadero, el alma se desorienta y las personas viven
entre la duda y la desconfianza. Si todo es relativo, en lugar de libertad,
aparece el cansancio de no saber en qué creer, ni a quién confiarle la propia
vida.
Por eso, en medio de este tiempo incierto y de "verdades a la carta", la voz de nuestro Señor Jesucristo se vuelve más clara y
necesaria que nunca. Él no es una opinión más entre tantas, sino la Verdad que
da sentido, la luz que disipa las sombras y el camino seguro que nos conduce a
la verdadera libertad.
En efecto, cuando hablamos de vivir según la Verdad,
no nos referimos a seguir una filosofía, una ideología o un código moral, sino
a acoger a una Persona viva: Jesús, quien reveló de sí mismo: «Yo soy el
camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Vivir según esta Verdad significa abrirnos a su enseñanza y permitir que
guíe nuestros pasos.
La Verdad no cambia. Mientras las opiniones, las
tendencias y las narrativas culturales se disuelven, la Palabra encarnada
permanece como una roca firme (cf. Mt 7,24).
La Verdad da coherencia y sentido. Cristo nos revela
la verdad sobre Dios - que es Padre y Amor incondicional -; la verdad sobre
nosotros mismos ?que somos hijos amados, no errores?; y la verdad sobre la
historia, donde nada está perdido porque existe un propósito mayor. Sin esa
coherencia interior que nace de la fe, el ser humano se fragmenta, pierde su
centro y termina esclavo de la ansiedad y del vacío.
Vivir según la Verdad es llevar la luz de Cristo a las
zonas más oscuras de nuestro tiempo. El mundo grita que libertad es ausencia de
límites, pero la experiencia enseña lo contrario: sin límites, la libertad se
vuelve caos y termina en nuevas esclavitudes, ya sean adicciones, consumismo o
soledad.
El Señor prometió: «Conoceréis la verdad, y la verdad
os hará libres» (Jn 8,32). La libertad cristiana no es hacer lo que se quiere,
sino querer lo que es bueno y verdadero. Es la disciplina del amor la que nos
libera de las cadenas del egoísmo.
Vivir la Verdad es cultivar la virtud, ser dueños de
nuestras decisiones y no víctimas de nuestros impulsos. Es ser fieles a la
palabra dada, justos en nuestras acciones y auténticos en lo que profesamos
porque el mundo no necesita más discursos. Vivir según la Verdad, que es
Cristo, exige valentía y humildad: valentía para nadar contra la corriente, y
humildad para reconocer que no somos el centro del Universo.
Les exhorto a buscar al Señor en la Eucaristía, en la
Palabra y en el servicio al prójimo, para que Su Verdad se encarne en nosotros.
Solo así podremos ser para el mundo una prueba viva de que la Verdad existe, y
tiene nombre: Jesucristo.