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Obispo Auxiliar

La Fe, nos hace mirar el futuro con esperanza

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

La Palabra de Dios que la liturgia de este domingo XXVII del tiempo ordinario nos propone para nuestra reflexión nos recuerda una de las enseñanzas fundamentales que Jesucristo deja a sus apóstoles y, en ellos, a todos los que hemos decidido seguirlo:  La vida de fe no es completa sin una vida de servicio a Dios y a los hermanos.

El profeta Habacuc, en la primera lectura, ante las amenazas de invasión por parte de Babilonia, hace un reclamo a Dios:  ¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas, te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones?

El profeta, que generalmente habla al pueblo para que vuelva su corazón a Dios, ahora está hablando a Dios para que vuelva su mirada al pueblo que está sufriendo y que siente que sus súplicas no son escuchadas.

Ante este intenso ruego del profeta, el Señor hace un llamado a tener confianza, indicando al profeta y al pueblo que está sufriendo que el altanero no triunfará; pero el justo vivirá por su fe.

Por tanto, el llamado que Dios hace, ante la súplica del profeta, es a mantener la fe; porque a pesar de las adversidades que se van presentando y a las injusticias ocasionadas por el mal uso de la libertad que hacen algunos, el Señor promete que el bien siempre triunfará y la salvación llegará sin falta.

El papa León XIV nos recuerda:  «Cuando la fe es verdadera, se confirma nuestra esperanza. La gracia de Cristo actúa y nos es devuelta la vida» (25.06.2025).

Esta fe, que nos hace mirar el futuro con esperanza, a pesar de las adversidades, las oscuridades e incluso el mal que afecta la vida de todos nosotros, es la que los apóstoles, en el relato del evangelio, han pedido a Cristo que les aumente.  Los apóstoles son conscientes de que la vida sin esta fe, se hace insostenible y más dura de lo que ya, de por sí, es.

La respuesta de Jesús ante esa petición es que basta tener la fe como un granito de mostaza y que así se podrán hacer grandes cosas.  Sobre este tema el papa Francisco nos enseñaba «La fe comparable al grano de mostaza es una fe que no es orgullosa ni segura de sí misma [?] Es una fe que en su humildad siente una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él» (06.10.2019).

Por tanto, este domingo, el Señor nos está exhortando a tener fe, esa fe que nos hace sentirnos necesitados de la grandeza de Dios que nos impulsa a seguir peregrinando hacia la Jerusalén Celeste, en medio de las dificultades de este mundo.

¿Cómo podemos saber si en nuestra vida hemos logrado tener esa fe, que nos hace poner nuestra existencia en las manos de Dios y que nos permite decir que somos verdaderamente cristianos?

Jesús, en la segunda parte del evangelio nos da la respuesta.  El Maestro, inmediatamente después de hablar de la fe introduce el tema del servicio, enseñando a sus apóstoles que la fe no se queda en un ejercicio del intelecto, sino que debe concretizarse en la vivencia cotidiana de servir al hermano, como Él mismo lo ha hecho.

Y servir, como Jesús nos enseña, es un elemento esencial del cristiano, porque como indicaba la conclusión de este evangelio, la vida de entrega al hermano significa hacer lo que debemos hacer, porque no somos más que siervos, una vida en la que no servimos al prójimo, no puede llamarse una vida de fe, no puede llamarse una vida cristiana.  El papa León XIV ha sido claro en esto al afirmar «la fe auténtica es aquella que se convierte en criterio de vida diaria, capaz de inspirar decisiones difíciles, de vencer el egoísmo y de sostener el compromiso por el bien común, la paz y la justicia» (24.08.2025).

Por eso, como Pablo pide a Timoteo en la segunda lectura, también nosotros reavivemos el don de Dios en nuestras vidas, porque el Espíritu, desde el bautismo y la confirmación, principalmente; pero también con los demás sacramentos que nos dan la gracia santificante, nos ha dado el don de la fortaleza y del amor, con los cuales debemos dar testimonio de nuestra fe en Jesucristo y este testimonio siempre debe ser imitar al Señor en la entrega generosa de la vida, sirviendo y haciendo el bien a los hermanos.

Que la fe, aunque sea pequeña como el grano de mostaza, nos permita vivir con alegría, aún en medio de las dificultades que se van presentando, primero, porque nos sabemos salvados por el Señor y después porque testimoniamos esa certeza de la salvación, sirviendo a nuestros hermanos, especialmente a aquellos, que en medio de sus sufrimientos, más necesitan hacer experiencia del amor y del consuelo de nuestro Dios.