Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Este 1º de octubre iniciamos, oficialmente, el proceso electoral en nuestro país. Comienza una etapa que suele poner en evidencia nuestras diferencias, muchas veces con un tono de confrontación y descalificación. En este contexto, los cristianos estamos llamados a asumir con mayor convicción nuestra identidad misionera: ser testigos del Evangelio de comunión, en medio de las diferencias de pensamiento, buscando siempre construir antes que dividir y confrontar.
Vivimos tiempos marcados por tensiones crecientes. La polarización, la violencia, el desánimo y la falta de escucha son signos visibles en la sociedad costarricense. Basta asomarse a las redes sociales o escuchar las conversaciones en la calle para advertir un clima de juicio rápido, división y desesperanza.
Pero no somos un pueblo sin rumbo. Como cristianos, sabemos que la última palabra no la tienen la violencia ni la confusión, sino el amor de Dios, que sigue actuando en nuestra historia. He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10), dice el Señor. Esa vida que Cristo promete no es abstracta ni lejana: se hace real cuando somos capaces de encender la luz de la esperanza ahí donde hay oscuridad.
El llamado misionero, que se intensifica en este mes de octubre, no nos saca del mundo, nos introduce más profundamente en él. En nuestras escuelas, barrios y familias se manifiestan las heridas de la división. Ahí estamos llamados a estar: acompañando, escuchando, siendo signos vivos del amor de Dios. La misión no consiste en grandes discursos, sino en presencia constante, en gestos de misericordia y en el testimonio de una vida coherente.
En este proceso electoral actuemos desde nuestra fe. También allí debemos ser sal y luz. La misión cristiana en tiempos electorales significa promover el respeto, el diálogo y el discernimiento. No se trata de imponer creencias, sino de contribuir a una cultura política más humana, donde las ideas no destruyan personas, y donde el bien común sea el centro de nuestras decisiones.
Participar en democracia es parte de nuestra vocación ciudadana, pero hacerlo desde el Evangelio implica construir, no derrumbar; proponer, no atacar; escuchar, no imponer. En medio de discursos agresivos, mantener una decisiva visión que edifica desde la paz. En medio de un país dividido, debemos construir espacios donde se aprende a convivir, donde las diferencias no son amenaza, sino riqueza. El Evangelio se vuelve visible cuando perdonamos, cuando priorizamos el bien común sobre los intereses personales, cuando cuidamos al más frágil.
Costa Rica necesita personas que despierten el ánimo del pueblo, que no se resignen al pesimismo ni se dejen arrastrar por la hostilidad. Nuestra misión es sembrar esperanza con pequeños gestos: acompañar al que sufre, promover la paz en las redes, tender la mano al que piensa distinto.
Nuestra fe no nace de la nostalgia por un pasado idealizado, sino de la certeza de que Dios sigue actuando. Lo manifestó Jesús: Yo estaré con ustedes todos los días (Mt 28,20). Esa promesa nos impulsa a ser testigos valientes de su amor, también en los escenarios más difíciles.
El mandato de Cristo sigue vigente: Vayan y hagan discípulos (Mt 28,19). En este tiempo electoral y en medio de los desafíos sociales, se nos pide una misión concreta: ser promotores del bien común, sembradores de paz y constructores de una sociedad más justa.
No nos dejemos arrastrar por la apatía. Seamos misioneros del Reino también con nuestro ejemplo ciudadano, con nuestras palabras y nuestras decisiones. Que Costa Rica siga siendo tierra de paz, gracias a hombres y mujeres que optan por la paz y la verdad en todos los espacios de la vida.