Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Septiembre
es el mes en que los colores patrios ondean con orgullo, las bandas escolares
llenan las calles de música, y el fervor cívico despierta un entusiasmo
compartido. Es un tiempo de celebración nacional, de memoria histórica y de
identidad. Pero más allá del desfile y del canto de himnos, este mes debería
invitarnos a una pregunta más profunda: ¿qué significa verdaderamente la patria
para nosotros? Y aún más importante: ¿cómo se expresa, de forma real y
concreta, el amor por ella?
Amar
a la patria no se reduce a conmemoraciones ni a gestos simbólicos. Amarla es
servirla con honestidad, sanar sus heridas, y construir - desde cada rincón - una
sociedad más justa, más digna, más humana. Es comprometerse con quienes la
habitan, sobre todo con los más frágiles y olvidados.
Hoy,
Costa Rica atraviesa una etapa compleja. La desigualdad, la corrupción, la
violencia y el narcotráfico amenazan nuestra convivencia y erosionan la
confianza. Estas son heridas profundas que no se curan con discursos vacíos ni
con promesas pasajeras. En muchos espacios prevalece el egoísmo: cada sector se
atrinchera en la defensa de sus intereses, aunque eso signifique el deterioro
del bien común.
Durante
años, muchas decisiones políticas, económicas y sociales han favorecido más a
grupos particulares que al conjunto de la Nación. Esa lógica fragmentaria nos
aleja del verdadero amor a la patria, porque han transformado a Costa Rica en
una suma de parcelas enfrentadas, y no en una casa común que nos cobije a
todos.
El
amor auténtico a la Patria nos llama a reconocernos como hermanos. La
solidaridad no es un gesto optativo ni un valor romántico: es el alma misma de
nuestra identidad nacional. Y junto con ella, la defensa de la verdad. Ninguna
sociedad se construye sobre la mentira, la manipulación o las verdades a
medias. Necesitamos recuperar la cultura del diálogo sincero, donde las
diferencias no se conviertan en trincheras, sino en oportunidades para el
encuentro.
Desde
la fe cristiana, amar a la patria se arraiga en el mandamiento del amor: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22, 39). La patria no es una idea
abstracta ni un nombre en un papel: la patria tiene rostro humano. Es el niño
que necesita educación, el anciano que merece cuidado digno, el agricultor que
sigue trabajando la tierra en el olvido, el trabajador que espera un salario
justo, la familia que anhela seguridad y paz. Amar a Costa Rica es amar a esos
rostros concretos, porque en ellos se refleja el rostro mismo de Dios.
Pero
ese amor no es pasivo, ni resignado. No basta con proclamar amor a la patria si
no estamos dispuestos a transformarla. Se necesita una ciudadanía activa,
participativa, crítica y esperanzada. Una ciudadanía que construya, que vigile,
que exija con firmeza y que también sepa tender puentes. Amar a la patria es
dejar de ser espectadores y asumir con responsabilidad el protagonismo en su
historia.
Este
mes patrio es una gran oportunidad para repensar el verdadero sentido del
orgullo de ser costarricenses. No podemos refugiarnos solo en la nostalgia de
lo que fuimos, ni en la queja amarga por lo que vivimos. El amor a la patria
debe proyectarse hacia el futuro con compromiso y visión.
Hoy
más que nunca, necesitamos traducir ese amor en gestos concretos: en la
honradez del trabajo bien hecho, en la generosidad hacia quien sufre, en la
responsabilidad ciudadana, en la participación activa en la vida democrática. Sin
dejar de lado la educación cívica.
Que
este septiembre no sea solo un mes de fiesta, sino un tiempo de compromiso. Que
las banderas que ondean se traduzcan en corazones dispuestos a servir, con la
profunda convicción de que Costa Rica merece lo mejor de cada uno de nosotros.