Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El domingo anterior, Jesús
insistía en la necesidad de no apegarse a los bienes de este mundo y a poner el
corazón en los bienes del cielo, confiando únicamente en Dios que dará la
verdadera riqueza: la herencia eterna
del cielo.
Continuando con esta temática,
Jesús sigue enseñando que es necesario que todo ser humano acumule un tesoro en
el cielo, porque donde está el tesoro ahí estará el corazón.
El llamado de Cristo es para que
toda persona humana peregrine por este mundo con la mirada puesta en la
eternidad, confiando en que las promesas de Dios se van a cumplir.
Tanto la primera como la segunda lectura
hacen este llamado a confiar en las promesas de Dios, poniendo como ejemplo
experiencias del antiguo testamento.
La lectura del libro de la
Sabiduría, indica que el pueblo de Israel, incluso viviendo como esclavos en
Egipto, confiaban con firmeza en la promesa de la liberación, y esta confianza
les dio la fuerza para soportar ese tiempo de esclavitud porque sabían que
serían cubiertos de gloria.
La Carta a los Hebreos hace un
elogio a la fe de los patriarcas (Abraham, Sara, Isaac y Jacob), especialmente
señalando a Abraham, como aquel que por su gran fe supo obedecer al llamado de
Dios de dejarlo todo, confiando en la promesa de una tierra y una descendencia,
confianza tal, que obedeció incluso cuando se puso a prueba su fe al pedírsele
el sacrificio de Isaac, porque Abraham, sabía que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos.
Esta total confianza en Dios y en
su promesa de salvación es la que Jesús pide que se tenga, cuando en las
parábolas del evangelio de este domingo manifiesta que el creyente debe estar
listo, con la túnica ceñida y las lámparas encendidas, en la espera de la
llegada del señor de la casa.
La indicación de la túnica
ceñida, según la forma de vestir de aquella época, es referencia al hecho de estar
preparado para salir a trabajar o a ponerse en marcha para un viaje, es decir,
que el estar listos para el encuentro con el Señor, significa que el trabajo
cotidiano lo realizamos con los pies en la tierra y con la mirada, llena de
esperanza, en el cielo.
Eso queda aún más claro, cuando,
a la pregunta de Pedro, Jesús responde con otra parábola indicando que aquel
que tenga una responsabilidad, debe ser encontrado por el amo haciendo lo que
le corresponde.
Jesús no indica que nuestra
misión implique actos extraordinarios o que nos saquen de la realidad, sino que
indica claramente que se nos debe encontrar haciendo
lo que nos corresponde según la vocación de cada uno.
Por tanto, estar preparados no
significa que nos desapeguemos de nuestro quehacer diario o que no asumamos
nuestras responsabilidades humanas y cristianas, mientras aún estamos en este
mundo. Por el contrario, se nos indica
que es necesario hacer lo que nos
corresponde en la vida familiar, social, académica, laboral y por supuesto
espiritual, sin desatender nunca nuestra responsabilidad cristiana con el
prójimo.
Nos enseñaba el papa Francisco al
respecto: «"vigilar significa también ser responsables, es decir,
custodiar y administrar con fidelidad los bienes que Dios nos ha dado. Hemos
recibido tanto: la vida, la fe, la familia, las relaciones, el trabajo, pero
también los lugares en los que vivimos, nuestra ciudad, la creación. Hemos
recibido muchas cosas. Tratemos de preguntarnos: ¿cuidamos de este patrimonio
que el Señor nos ha dejado? [...] ¿somos custodios de lo que se nos ha dado"» (07.08.2022).
Pidamos, como lo hemos hecho en
la oración colecta, que el Señor intensifique en todos nosotros el espíritu de
hijos de Dios, es decir, que seamos más conscientes de que esa filiación nos da
como herencia, el cielo; y de esta forma todos los creyentes, mirando siempre
hacia el reino celestial, haciendo lo que nos corresponde y dando frutos de
buenas obras, estemos preparados para el momento en que se cumpla en nosotros
la promesa que profesamos cada domingo cuando con el Credo afirmamos que esperamos la vida del mundo futuro.