Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Hay
momentos en que la conciencia se despierta no por teorías, sino por gestos
concretos. Una sequía que no cede. Una tormenta que arrasa hogares humildes. Un
río que arrastra lodo y basura. No hace falta ser científico para advertir que
la Tierra está herida. Basta con ser sensible para escuchar el gemido de la creación. Porque cuidar
la casa común no es una opción, sino un acto urgente de justicia y de fe.
Desde
esta lógica profundamente humana "desde la mirada de quien pisa la tierra con
responsabilidad y con fe" recibimos con profunda esperanza la noticia de que el
Papa León XIV ha aprobado una nueva celebración litúrgica: la "Misa por el
cuidado de la Creación". Este gesto, que puede parecer apenas simbólico para
algunos, tiene una fuerza pastoral y profética enorme. Porque lo que entra en
la liturgia entra en el corazón de la Iglesia.
Esta
no es una ocurrencia aislada. Es la continuidad fiel de una visión que el Papa
Francisco nos regaló con profunda convicción en Laudato Si. Aquel documento,
que en su momento algunos leyeron como "ecologista", es en realidad una
propuesta de espiritualidad encarnada: un llamado a ver en el cuidado del
planeta una forma concreta de amar a Dios y al prójimo.
La
nueva celebración, aprobada por el papa León, toma esa inspiración y la lleva
al centro mismo de la vida litúrgica, donde el pueblo de Dios se reúne para
alabar, suplicar y dar gracias. Ya no hablamos solo de ideas, documentos o
campañas: hablamos de orar juntos por este regalo, de ponerle nombre al clamor
de los ríos, de los árboles, de los animales, de los campesinos que ven sus
cosechas perdidas. De recordar, en cada altar, que el pan y el vino "frutos de
la tierra y del trabajo humano" no nacen del aire, sino de un mundo vivo que
debemos cuidar.
Cuando
la Iglesia incluye un tema en su liturgia no lo hace para recargar el
calendario, sino para incentivar la espiritualidad de los fieles. Así lo ha
hecho a lo largo de su historia con las celebraciones por la paz, por los
migrantes, por la justicia social. Hoy, la creación entra de lleno en ese mismo
horizonte: como causa de oración, de conversión y de compromiso.
No es un detalle menor que esta eucaristía se incluya entre las llamadas "misas por diversas necesidades". Nos recuerda que el deterioro ambiental no es un fenómeno neutral, sino una verdadera emergencia que afecta a los más vulnerables, que provoca desplazamientos, pobreza, enfermedades y conflictos. La justicia ambiental es también justicia social. Y lo que está en juego no es solo la belleza del paisaje, sino la dignidad de la creación y, de millones de personas.
Por
eso, esta misa es también un gesto profético frente a la indiferencia. Porque - y esto lo digo con dolor - mientras comunidades enteras se hunden en el barro o
el fuego, algunas grandes potencias siguen actuando como si el planeta fuera un
almacén inagotable o una propiedad privada sin dueños visibles. El mercado
impone su lógica, pero la Iglesia alza la voz desde otra lógica: la del don, la
del cuidado, la del límite.
Muchos
de nuestros fieles aman la tierra porque la trabajan. Porque la sufren. Porque
la ven cambiar. Y también porque saben que Dios habla a través de ella. Por eso
es justo que nuestras celebraciones reflejen esa dimensión de amor por su obra.
Es
un regalo, una oportunidad para formar, inspirar y comprometer a nuestro pueblo
en una causa que es profundamente cristiana. Que cada celebración sea también
un acto de conversión ecológica. Que el lenguaje del altar nos lleve a un
estilo de vida más sobrio, más agradecido, más justo con la creación.
Es
un tema que también compromete a los líderes políticos, empresariales y
sociales desde la responsabilidad que a cada uno corresponde. No es alinearse
simplemente con un tema de moda, sino tener una visión de futuro. Los valores
del Evangelio ?el cuidado, la solidaridad, la justicia? no son compatibles con
un modelo que destruye la vida en nombre del crecimiento.