Responsive image

Obispo Auxiliar

Llamados a buscar los bienes del cielo

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

Podríamos resumir la Palabra de Dios de este Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, con la máxima que San Pablo escribe a los colosenses y que nos ha narrado la segunda lectura: «buscad los bienes de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra».
Esta frase de Pablo nos ayuda a comprender mejor el conjunto de lecturas propuestas para este Domingo.
De este modo, la frase que nos presenta el libro del Eclesiastés "¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!" y que es característica de este libro y que parece insinuar un sentimiento pesimista, indicando que todos los esfuerzos humanos son vana ilusión y que no traen ningún provecho al ser humano, en realidad, lo que busca es hacer resaltar un bien mayor, es decir esta frase tiene el objetivo de subrayar la afirmación fundamental de los libros sapienciales: el único absoluto es Dios, sin Él no podemos hacer nada y el hombre sabio y justo busca, no los bienes efímeros de este mundo, sino hacer la voluntad de Dios, la felicidad verdadera, porque esto es lo que lo llevará a gozar de la eterna bienaventuranza.
En esta misma temática el evangelio presenta el encuentro de Cristo con un hombre que le pide, al estilo de los jueces del Antiguo Testamento, que le ayude para que su hermano le comparta la herencia. Ante esto, Jesús responde que no es él quien puede tomar esas decisiones, porque no ha sido nombrado juez en la distribución de herencias, pero aprovecha para dar una enseñanza, a partir de una parábola.
Dicha parábola habla de un hombre que acumula mucha riqueza y que cree que eso le dará la felicidad plena, que consistiría en una vida sin esfuerzo y con muchos años de descanso y de lujos.
La parábola termina señalando la muerte de aquel hombre, precisamente el día que iba a iniciar esa vida que había planeado.
Ante esto, Jesús advierte que no se trabaja por los bienes de este mundo, que al final no sabemos si los podremos disfrutar. Se trabaja por la vida verdadera, esa que, como ha dicho Jesús, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes, sino de los tesoros que se acumulen en el cielo, gracias a una vida justa, una vida vivida en santidad. Nos recordaba el querido papa Francisco: «Entonces - podríamos pensar - ¿no se puede desear ser ricos? Por supuesto que se puede, es más, es justo desearlo, es bueno hacerse rico, ¡pero rico según Dios! Dios es rico en compasión, en misericordia. Su riqueza no empobrece a nadie, no crea peleas ni divisiones. Es una riqueza que ama dar, distribuir, compartir. Hermanos, hermanas, acumular bienes materiales no es suficiente para vivir bien, porque - repite Jesús - la vida no depende de lo que se posee (cf. Lc. 12,15). En cambio, depende de las buenas relaciones: con Dios, con los demás y también con los que tienen menos. Entonces, preguntémonos: ¿cómo quiero enriquecerme? ¿quiero enriquecerme según Dios o según mi codicia?» (31.07.2022).
Por tanto, el Señor, no está dando una categoría moral a los bienes materiales, es decir no está indicando que sean buenos o malos, sino que dice con claridad que estos bienes, no dan la verdadera felicidad y no deben ocupar el lugar que sólo puede ocupar Dios, eso sería idolatría, porque sólo el Señor da la dicha verdadera, esa que es eterna y que San Pablo afirma que es la manifestación gloriosa de Cristo en la cual, también nosotros, nos manifestaremos gloriosos.
Por tanto, las lecturas de este Domingo, que nos han invitado a aspirar a los bienes de arriba, nos enseñan que no debemos hacer depender nuestra vida de los bienes pasajeros de este mundo y, por ende, que no debemos buscar tener muchos bienes, sino más bien, debemos hacer continuamente el bien; al hermano que sufre, al que está pasando dificultad y a todo aquel que necesita que se le haga presente la misericordia del Dios cercano y amoroso revelado por Jesucristo.
Es así como unimos nuestra vida a la felicidad verdadera, la felicidad que no acaba nunca, la que se disfrutará eternamente, como ha dicho San Pablo, arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios.