Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
La
Iglesia no puede ser una espectadora. Cuando la dignidad humana es herida,
cuando los vínculos sociales se rompen, cuando la verdad es silenciada, no
basta con lamentar: es tiempo de anunciar, actuar y sanar. Hoy, más que nunca,
evangelizar no es conservar estructuras: es salir con audacia a responder con
el Evangelio al clamor de nuestro pueblo.
La
fractura del tejido social interpela directamente a la Iglesia. No desde un
lugar de poder, sino desde su identidad misionera y profética. No podemos ser
cómplices del silencio. Donde haya desesperanza, estamos llamados a llevar
consuelo. Donde haya ruptura, debemos sembrar comunión. Donde haya confusión
moral, debemos formar las conciencias con claridad, ternura y firmeza.
Como
pastores, no estamos llamados a reaccionar con miedo ni con resignación, sino
con fe creativa. El Evangelio no se acomoda al mundo: lo transforma.
Evangelizar
no es decorar la realidad: es habitarla con mirada redentora. Es acoger el
dolor del pueblo, caminar con el que sufre, encender una esperanza que no
defrauda. La Iglesia tiene la misión de estar allí donde hay confusión,
fragilidad, cansancio. No desde discursos abstractos, sino con presencia
encarnada.
El
Evangelio que predicamos debe tocar la carne herida de la sociedad. No
evangelizamos con teorías, sino con una vida que acompaña, que escucha, que
construye comunidad.
La
crisis más profunda de nuestros tiempos no es técnica ni política, es de
conciencia. Y ahí, la Iglesia tiene una misión insustituible. Estamos llamados
a acompañar procesos formativos que ayuden a los jóvenes, a las familias, a los
líderes, a discernir el bien, a elegir con libertad interior, a comprometerse
con la verdad.
Desde
su experiencia como obispo diocesano, el Papa León ha estado insistiendo en la
necesidad de la evangelización y dice: ?Si Jesucristo ha vencido al pecado, a
la muerte y a toda la maldad que se pueda encontrar en el mundo, ¿cómo no vamos
a anunciarlo? ¿Cómo podríamos esconder -en esta hora- la única luz que ilumina
en las tinieblas? ¿cómo podríamos no compartir la sal del mundo que todo lo
conserva y todo lo mejora??.
No
podemos delegar esta tarea. La primera escuela de evangelización es la iglesia doméstica, la familia, pero la Iglesia
tiene que estar cerca: apoyando a las familias, formando agentes para
evangelizar, renovando los métodos de catequesis, promoviendo el pensamiento
crítico desde la fe.
La
tentación hoy es replegarse. Pero el Espíritu nos llama a salir. A no esperar
condiciones fáciles, sino a sembrar aún en terreno pedregoso. La Iglesia es
experta en humanidad cuando se deja guiar por la compasión.
Por eso, evangelizar no es sólo llenar templos, sino salir a las periferias existenciales. A las familias divididas, a los jóvenes confundidos, a quienes buscan sentido. Es allí donde debemos estar, no para imponer, sino para proponer la luz del Evangelio con humildad y convicción.