Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La Sagrada Escritura nos presenta
diversos pasajes en los cuales el Señor exhorta a mostrar misericordia y
compasión con el forastero pidiendo que se le ofrezca hospitalidad.
Por esto no es extraño encontrarnos, este
domingo, con los textos de la primera lectura y del evangelio, que narran cómo
Dios mismo es acogido con hospitalidad por Abraham y Sara en la figura de tres
desconocidos y, en el evangelio de Lucas, el Emmanuel, -Dios con nosotros- es
acogido en la casa de Marta y María.
En el caso de la narración de la primera
lectura, Abraham se muestra atareado, procurando dar lo mejor a aquellos tres
personajes misteriosos, para que se alimentaran y descansaran.
Esta preocupación de Abraham se verá
recompensada con el cumplimiento de la promesa de una descendencia innumerable,
que YHWH había hecho años atrás, ya que uno de aquellos tres hombres, promete que,
al año siguiente, Sara tendría un hijo.
Asimismo, el texto de San Lucas muestra a
Marta, con una preocupación similar a la de Abraham. Se afana por atender la casa y dar lo mejor a
su huésped; esto era lo mandado por la Escritura. Pero su hermana María, asume una conducta
distinta; se sienta a los pies del maestro a escuchar su predicación.
Lo hecho por María fue absolutamente algo
que contradecía toda regla en aquella época, primero por el cumplimiento del
mandamiento de acoger y atender al forastero y segundo, porque los maestros de
la época no enseñaban a las mujeres ni las tenían entre sus discípulos.
De ahí, que la respuesta de Jesús es
totalmente revolucionaria: María ha escogido la mejor parte y nadie se
la quitará. Jesús, quien ha recibido
la hospitalidad de Marta y María, les enseña y las hace sus discípulas.
Por tanto, en ambos relatos, la
hospitalidad de los dueños de casa se
ve recompensada por las bendiciones con las que Dios los enriquece.
Esta es la primera enseñanza de la Palabra
de Dios de este domingo: el cristiano
está llamado a acoger al hermano y mostrar hospitalidad, ya que es el mismo
Dios que viene a nuestra casa. Así lo
recuerda el mismo Cristo cuando nos dice fui forastero y me acogisteis [...] porque
cuando lo hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis (Cfr.
Mt. 25, 35).
La segunda enseñanza, que nos da, particularmente
el texto evangélico, es que los afanes del diario vivir, no deben alejarnos de
la contemplación, ni de la escucha de la palabra de Dios ni de la oración, es
decir, no debe impedirnos estar, como María de Betania, a los pies del maestro.
La Palabra de Dios no busca hacer una lucha entre
la vida contemplativa y el trabajo diario, poniendo a una por encima de la otra
o diciendo que una es más importante que la otra, eso es claro porque tanto el
afán de Abraham como el de Marta se ve recompensado.
Lo que sí indica, claramente Jesús, al decirle a
Marta que María ha escogido la parte
mejor, es que no es posible vivir sin Dios.
Ciertamente la persona humana tiene una vida con distintas labores que
debe realizar en sus casas, en lugares de trabajo y de estudio, pero ninguna de
estas actividades debe separarlos del Señor, que sigue llamándonos para que
estemos con Él, oigamos sus enseñanzas y hagamos experiencia de su
misericordia, como lo hizo María al quedarse a los pies del maestro.
Al respecto el recordado papa Francisco nos
recordaba: «la palabra de Jesús es la parte buena, la que había elegido
María. Por eso ella le da el primer
lugar: se detiene y escucha. El
resto vendrá después. Esto no quita nada al valor del empeño práctico, pero eso
no debe preceder, sino brotar de la escucha de la palabra de Jesús, debe estar
animado por su Espíritu. De lo contrario, se reduce a fatigarse y agitarse por
muchas cosas, se reduce a un activismo estéril» (17.07.2022).
Por tanto, este domingo, Dios nos llama a escoger -como María- la parte mejor, es decir, estar a los
pies del maestro, escuchando su palabra y uniéndonos a Él en la oración, y así
fortalecernos con su gracia, para llevar adelante las obligaciones cotidianas como
verdaderos cristianos, santificando la vida laboral y doméstica, sirviendo y
amando a los hermanos.