Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
San Lucas nos sigue presentando a Jesús que camina hacia la Ciudad Santa de Jerusalén y, este domingo, nos narra el encuentro que tiene con un doctor de la ley que viene a buscar a Jesús para hacerle una pregunta y ponerlo a prueba.
El doctor de la ley pregunta a Cristo, ¿qué debe hacer para conseguir la vida eterna? El doctor de la ley conoce la respuesta, porque conoce a la perfección la Escritura Santa, pero pregunta a Jesús, para ponerlo a prueba, esperando una respuesta distinta a la que ley y los profetas indican y de este modo poder entonces acusarlo.
Pero Jesús aprovecha aquella pregunta, para afirmar dos verdades importantísimas, primero que él es la Palabra Eterna del Padre, que ha tomado carne y está entre nosotros, y por tanto conoce la totalidad de la Escritura y segundo para revelar cuál es la ley más importante, aquella que permite alcanzar la vida verdadera, es decir la ley del amor.
El doctor de la ley indica aquello que conoce por sus estudios de las Escrituras, y por tanto, responde a Jesús, recitando de memoria los mandamientos: para alcanzar la vida eterna es necesario Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo, a lo que Jesús manifiesta que esa es la respuesta correcta y que cumplir estos mandamientos le permitirá gozar de la gloria del cielo.
Pero el doctor de la ley, dándose cuenta de que ha quedado en evidencia y que no pudo acusar a Cristo, le pide a Jesús que le explique a quién se debe considerar como prójimo.
Esta respuesta, para los mismos doctores de la ley, no era fácil de responder, porque existían distintas conclusiones y generalmente todas indicaban que se consideraba prójimo a los que pertenecían al pueblo elegido y a los extranjeros que han asumido la fe judía. Incluso existían documentos, de maestros de la ley, que explicaban que los samaritanos y otros considerados herejes y paganos, no debían considerarse como prójimo.
Por esta razón, Jesús, utiliza una parábola, que presenta signos muy claros en el modo de actuar de los distintos personajes, que hacen comprender fácilmente, incluso al doctor de la ley, quién es el prójimo.
La parábola del Buen Samaritano narra cómo una persona que camina entre Jericó y Jerusalén es asaltado y dejado medio muerto.
Ese mismo camino lo hace un sacerdote y un levita, quienes, al ver al hombre herido, pasan de largo. Asimismo, haciendo el mismo recorrido, un samaritano, uno de los que eran considerados paganos y herejes, viendo aquella situación, es quien socorre al hombre, cura sus heridas, lo lleva a un lugar para que descanse y lo asistan y se hace cargo del costo económico que eso implicaba.
La pregunta que salta en primer lugar es por qué el sacerdote y el levita pasan de largo.
La respuesta es clara para el maestro de la ley, a quien Jesús le está dirigiendo aquella parábola. Tocar a una persona herida o muerta y tener contacto con la sangre, implicaba incurrir en impureza, el levita y el sacerdote tendrían que participar en el culto del Templo o de la Sinagoga y aquella impureza se los impediría. Ellos debían cumplir la ley.
A diferencia de ellos, el samaritano, posiblemente poco conocedor de la ley, va a compadecerse de aquel que está sufriendo y hará todo lo posible para ayudarlo. El samaritano no conoce la ley escrita en tablas de piedra, pero en él se cumple lo que indicaba el libro del Deuteronomio en la primera lectura: El Señor pone los mandamientos al alcance, están inscritos en la boca y en el corazón del ser humano, para poder cumplirlos.
Hasta el mismo doctor de la ley tuvo que reconocer que el que se comportó como prójimo fue el samaritano, porque fue quien cumplió a cabalidad el mandamiento del amor, el que tuvo entrañas de misericordia y compasión por el que estaba sufriendo.
Con esta parábola, Jesús, nos recuerda que prójimo es quien es capaz de compadecerse del que está en momentos de dificultad, sin ningún tipo de prejuicio o discriminación, para ayudarle sin importar quién o de dónde sea; sino que vive la ley del amor, no porque está escrita en los mandamientos, sino porque Dios la ha escrito en su corazón.
Nos recordaba el papa Francisco «El Evangelio nos educa a ver: guía a cada uno de nosotros a comprender rectamente la realidad, superando día tras día ideas preconcebidas y dogmatismos. seguir a Jesús nos enseña a tener compasión: a fijarnos en los demás, sobre todo en quien sufre, en el más necesitado, y a intervenir como el samaritano: no pasar de largo sino detenerse» (10.07.2022).
Que Dios nos dé la gracia, como lo hemos pedido en la oración colecta, de cumplir lo que el nombre cristiano significa, es decir, que cumplamos la ley del amor al prójimo, con fidelidad y radicalidad, teniendo entrañas de misericordia y compasión por aquellos que más sufren, sin tener ningún tipo de prejuicio o discriminación.