Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El
salmo de este domingo nos une en una hermosa alabanza al proclamar: Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en
toda la tierra!
Este versículo del salmo 8, junto
a la totalidad de este cántico que nos propone la liturgia de la palabra en
esta solemnidad de la Santísima Trinidad, nos hace volver la mirada a la
creación y confesar nuestra admiración ante la obra realizada por las manos de
Dios.
Este Dios creador, es presentado
por el libro de los proverbios, como aquel que crea en comunión con la
sabiduría, la cual es presentada como una persona que acompaña a Dios al
momento de la creación. La tradición nos
ha enseñado que esa sabiduría hecha persona, es el Hijo o, como indicará San
Juan en el prólogo de su Evangelio, es el Verbo que estaba desde la eternidad
con el Padre y por el que todo fue creado.
Esto nos permite comprender, en
un primer momento, que Dios quiere revelarse como eterna comunión y no como un
ser infinitamente solitario. Desde siempre,
Dios es comunión y crea el universo en comunión y ha estado siempre, desde la
eternidad, en comunión, al interno de las personas trinitarias y en relación
con su creatura y de manera especial con el ser humano.
Su forma de relacionarse es
amando; Dios ama perfectamente en la intimidad de su ser, provocando que la
comunión trinitaria haga de tres personas distintas, una sola naturaleza, la consubstancialidad
de las personas trinitarias que fue definida en el concilio de Nicea, del
que estamos celebrando 1700 años y que profesamos cada domingo en el credo.
Y ese amor vivido en la intimidad
trinitaria se desborda en el amor por la creatura humana, regalándonos la
redención por medio de la encarnación del Verbo y guiándonos hasta la verdad plena, por medio del Espíritu, como nos
enseña el evangelio de este domingo. Por
esto San Juan, resume la naturaleza de Dios enseñando en una simple frase, que Dios es amor, es decir la esencia del
Dios Trinitario es el amor.
Así lo enseñaba el papa Benedicto
XVI al afirmar que «Lo podemos intuir, en cierto modo,
observando tanto el macro-universo ?nuestra tierra, los planetas, las
estrellas, las galaxias? como el micro-universo ?las células, los átomos, las
partículas elementales?. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido,
el "nombre" de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus
últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se
trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se
mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y
libertad» (07.06.2009).
Por
tanto, celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad, es celebrar al Dios que ha
querido revelar que su perfección y su omnipotencia radican en su íntima
comunión de amor que hace que tres personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu
Santo) no tengan diferencia ni distinción,
porque el amor los unifica no en la singularidad
de una sola persona sino en la Trinidad de una sola Naturaleza como reza el
prefacio de la eucaristía de esta solemnidad.
Además, es un amor que se desborda, alcanzando a la humanidad entera,
que recibe la totalidad del amor del Dios Trinitario, en el acontecimiento de
la Pascua que nos redime.
Pero también, esta celebración
nos recuerda el compromiso de la Iglesia de ser imagen de la Trinidad. El Concilio Vaticano II, ha querido recordar esta
verdad que debe caracterizar a la comunidad de los bautizados. Nos dice la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, que: «La Iglesia tiene que hacer presentes y casi visibles a Dios Padre y a
su Hijo encarnado, renovándose y purificándose sin cesar, bajo la guía del
Espíritu Santo» (GS 21).
Por ende, es compromiso de la
Iglesia, hacer casi visible al Dios
Trinitario en el mundo. Los padres
conciliares con humildad utilizaron la frase casi visible, porque fueron
conscientes de que la perfección sólo se encontrará en Dios.
Pero a pesar de nuestra
limitación, este compromiso se lleva adelante cuando se vive con profundidad el
amor entre los que formamos parte de la Iglesia. Un amor que no significa que no existan
diferencias o que pretendamos ser todos iguales, sino que, a ejemplo de la
Trinidad, el amor nos une y nos impulsa, para que cada uno, según su vocación y
misión, trabaje por el bien común, sirviendo y entregándose con generosidad al
hermano.
Nos decía el papa Francisco en
esta solemnidad del año 2022: «...celebrar la Santísima Trinidad no es solo un
ejercicio teológico, sino una revolución de nuestra manera de vivir. Dios, en
quién cada Persona vive para la otra en continua relación, no para sí misma,
nos estimula a vivir con los demás y para los demás. Abiertos. Hoy podemos
preguntarnos si nuestra vida refleja el Dios en el que creemos: yo, que profeso
la fe en Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, ¿creo verdaderamente que para
vivir necesito a los demás, necesito entregarme a los demás, necesito servir a
los demás? ¿Lo afirmo de palabra o lo afirmo con la vida?» (12.06.2022).
Por tanto, oremos para que la
Iglesia, es decir cada bautizado, viva un amor, que como el de la Santísima
Trinidad, que se desborde en el prójimo y nos ayude a vivir la unidad querida
por el Señor, para que seamos uno
para que el mundo crea.