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Arzobispo

Cristo renueva nuestro corazón

Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José

El Corazón de Cristo es nuestro modelo porque en Él encontramos el amor llevado hasta el extremo: un corazón que ama sin medida, perdona sin límites y se entrega sin reservas. Aprender de su corazón es aprender a vivir con compasión, mansedumbre y fidelidad, dejando que nuestros propios corazones se parezcan al suyo, en el amor al Padre y al prójimo.

Desde su primer mensaje a la humanidad, el Señor Jesús nos recuerda que ha venido a sanar nuestros corazones: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres; me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para liberar a los oprimidos (Lucas 4,18). Cristo no solo nos libera del pecado, sino también de todas las cargas que nos impiden vivir plenamente.

Ciertamente, los sentimientos humanos son complejos. A veces, el rencor, la tristeza o el miedo se enraízan profundamente, impidiendo que experimentemos la paz que Cristo nos promete. Sin embargo, cuando permitimos que Él toque nuestro corazón, encontramos paz. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo; quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne (Ezequiel 36, 26). Esta promesa es para todos nosotros, especialmente para quienes, en algún momento, hemos sentido nuestro corazón endurecido por las pruebas de la vida.

Un corazón renovado no es solo aquel que ha sido sanado, sino también el que ha aprendido a amar como Cristo. San Pablo nos recuerda que el amor es la medida de nuestra fe: El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor (1 Corintios 13,4-5). Esta es una invitación a examinar nuestras relaciones, a dejar atrás los resentimientos y a amar con un corazón libre y generoso.

Pero, ¿cómo logramos este amor? Solo es posible si dejamos que Cristo sea el centro de nuestras vidas, si permitimos que su Espíritu nos guíe y nos transforme desde adentro. Nosotros amamos porque él nos amó primero (1 Juan 4,19). El amor auténtico no nace de nuestra propia fuerza, sino del encuentro con Cristo, que nos enseña a perdonar, a ser pacientes y a servir con humildad.

Cristo también nos libera del miedo, ese sentimiento que tantas veces nos paraliza y nos impide avanzar. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor (1 Juan 4,18). Cuando nuestro corazón es renovado, encontramos una confianza profunda en el amor de Dios, que nos sostiene en medio de las tormentas.

Como Jesús les dijo a sus discípulos: No se turbe su corazón ni tenga miedo (Juan 14,27). Estas palabras son un llamado a vivir con fe, a confiar en que, aunque las circunstancias cambien, el amor de Cristo es eterno y constante.

Que nuestro corazón renovado irradie esperanza y que se convierte en luz para los demás. Ustedes son la luz del mundo (Mateo 5,14). Cuando permitimos que Cristo transforme nuestros sentimientos, nos convertimos en instrumentos de su paz y amor en el mundo. Nuestras palabras, gestos y decisiones se vuelven reflejos de la luz de Cristo, iluminando incluso los lugares más oscuros.

Que Cristo renueve nuestros corazones, que transforme nuestros sentimientos y que nos haga verdaderos testigos de su amor en el mundo. Que nuestras vidas reflejen la compasión, la misericordia y la ternura de aquel que nos amó hasta el extremo.