Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
La Iglesia culmina las celebraciones pascuales con la solemnidad de Pentecostés, fiesta en la que conmemoramos el cumplimento de la promesa de Cristo en la Última Cena: «el Padre les dará otro Paráclito que estará siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad» (Jn. 14, 16).
El libro de los Hechos de los Apósteles, indica que el envío de este Espíritu Paráclito, prometido por Cristo, ocurre durante la fiesta de Pentecostés, una fiesta judía, celebrada cincuenta días después de la Pascua, en la que se daba gracias por las tablas de la ley dadas a Moisés en el Sinaí, las cuales contenían los diez mandamientos y que son el signo con el que YHWH hace alianza con su pueblo.
Esto nos ayuda a comprender la profundidad de que el acontecimiento del envío del Espíritu Santo, sucediera, precisamente, el día de esa fiesta judía llamada Pentecostés.
El Nuevo Testamento nos enseña que Cristo, no inscribe la ley en unas tablas de piedra, sino que la inscribe en el corazón del ser humano (Rom. 2, 15), y lo hace, precisamente, con su Espíritu, el cual infunde en el corazón de cada persona.
Este Espíritu viene a renovarlo todo, como lo proclamamos en el salmo 103: renueva la faz de la tierra y renueva la creación entera. Por tanto, este Espíritu, renueva a cada persona humana y eso es lo que nos ha recordado la palabra de Dios proclamada este domingo.
Porque la lectura de los Hechos de los Apóstoles, además de indicarnos que el envío del Espíritu fue el día de Pentecostés, dice que la comunidad apostólica se ve totalmente renovada; los apóstoles son nuevas creaturas, el Espíritu infudido en sus corazones los ha transformado.
Aquellos mismos que huyeron la noche del jueves santo, ahora anuncian con valentía a Cristo; Pedro, que negó al Señor, ahora con total fortaleza se dice testigo de la Resurrección. El Espíritu que hace recordar todas las cosas y que enseña la verdad, impulsa a la comunidad apostólica para que anuncie esa verdad, la cual escucharon de la boca del mismo Cristo y cumplen el mandato dado el mismo día de la resurrección y que nos recordaba el texto del evangelio: Reciban el Espíritu Santo, como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Esta verdad, además, se anuncia en todas las lenguas conocidas sobre la faz de la tierra y que estaban representadas en la larga lista de pueblos que narra la primera lectura. Es un único mensaje, un único anuncio, una única verdad, que todos comprenden, a pesar de la diferencia de idioma. Por tanto, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, es principio de unidad, porque desde el día de Pentecostés, habla todas las lenguas, como nos recordó en su momento el papa Benedicto XVI (23.05.2010), o como lo dice, de manera muy hermosa, el prefacio de la eucaristía de esta fiesta: El Espíritu une en una misma fe, a quienes el pecado había dividido en la diversidad de lenguas.
Por tanto, el Espíritu Santo, que exhaló Cristo sobre la comunidad apostólica el día de la resurrección, como lo indicó la narración del evangelio, y que transformó a esa misma comunidad el día de Pentecostés, no sólo nunca abandona a la Iglesia, sino que viene a renovarla y a impulsarla para que con fuerza y valentía anuncie la verdad del evangelio predicado por Cristo. Asimismo, suscita gran cantidad de distintos carismas, para que esa misión pueda ser asumida en cada coyuntura histórica y hasta los confines del mundo, sin importar razas o culturas.
Por esto San Pablo, aproximadamente treinta años después de Pentecostés, le recuerda a la comunidad cristiana de Roma, una ciudad distante geográfica y culturalmente de Jerusalén, que en ellos también habita verdaderamente el Espíritu Santo y que, si se dejan guiar por el Espíritu de Dios, serán hijos de Dios y sus acciones darán testimonio de esto.
Estas acciones deben ser precisamente, el anuncio alegre y valiente del evangelio de Cristo y el trabajo arduo para que, en la diversidad de carismas, esta predicación del evangelio se fortalezca con el testimonio de unidad de todos los cristianos.
Así nos lo ha recordado y solicitado el papa León XIV en la eucaristía de inicio del ministerio petrino: «Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad» (18.05.2025)
Por tanto, en este nuevo Pentecostés, pidamos el don del Espíritu para la Iglesia, es decir cada bautizado, para que nos dejemos guiar por su gracia y trabajemos en formar la única familia de los hijos de Dios, una familia que anuncia la verdad del evangelio y que vive la unidad como mayor signo testimonial.