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Obispo Auxiliar

Cristo nos abre la puerta del cielo

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

Cuando iniciamos el tiempo de la cuaresma se indicaba que el número cuarenta en la Sagrada Escritura hace referencia a un tiempo en el cual Dios actúa en favor de su pueblo, un periodo de tiempo suficiente para ver la obra de Dios, como nos enseñó el recordado papa Benedicto XVI (22.02.2012).
En la solemnidad de la Ascensión del Señor, que celebramos este domingo, también podemos ver cómo se usa este número tan lleno de simbolismo.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, en la primera lectura, dice claramente que el tiempo transcurrido entre la resurrección y la ascensión del Señor es de cuarenta días, tiempo en el cual Cristo resucitado se encuentra con los apóstoles y con la primera comunidad cristiana.  El resucitado, se aparece a los apóstoles y a las mujeres, camina en Emaús con dos discípulos, come con ellos, realiza el milagro de la pesca y da el primado a Pedro.  Evidentemente estos cuarenta días, han sido un tiempo en el que Dios actúa en favor de su pueblo.
Al finalizar este periodo, Cristo resucitado asciende a los cielos, acontecimiento en el que podemos ver la obra de Dios en favor del ser humano.  Obra que consiste en que la humanidad glorificada en Cristo resucitado penetra en la plenitud del cielo, abriendo así la perfección de la gloria a toda la humanidad, tal y como lo indica la segunda lectura:  «tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo con su propio cuerpo» (Cfr. Hb. 10, 20).
Esto es lo que miraban fijamente y con total asombro los apóstoles al ver a su maestro ascender a los cielos, se quedan plantados mirando el cielo, nos dice la lectura; ellos contemplan ciertamente la gloria de Dios manifestada en Cristo que sube al cielo, pero contemplan también, cómo se abre la perfección de la vida divina para toda la humanidad redimida por Cristo, cabeza de la Iglesia, quien llevará a su cuerpo, que es la Iglesia, a participar de esa victoria, como hemos pedido en la oración colecta.
Así lo expresaba de modo muy hermoso el año pasado el querido papa Francisco:  «la Iglesia, somos precisamente ese cuerpo que Jesús, ascendido al Cielo, arrastra consigo como una "soga". Es Él quien nos desvela y nos comunica, con su Palabra y con la gracia de los Sacramentos, la belleza de la Patria hacia la que nos encaminamos. Del mismo modo también nosotros, sus miembros, - somos nosotros miembros de Jesús - subimos con alegría junto a Él, la cabeza, sabiendo que el paso de uno es un paso para todos, y que nadie debe perderse ni quedar atrás porque somos un cuerpo solo» (12.05.2024).
El tiempo transcurrido entre la resurrección y la ascensión del Señor, por tanto, ha permitido a los apóstoles y a la comunidad cristiana naciente, conocer con total evidencia la verdad de la resurrección y contemplar que esa victoria se asocia a todo el género humano al ascender Jesús a los cielos y, precisamente por esto, es que esta comunidad regresa llena de gozo a Jerusalén, a pesar de que saben que ahí sufrirán persecución por su fe en Jesús, porque la certeza de los regalos de la resurrección, llena de alegría el corazón humano.
Asimismo, esta obra de Dios en favor de su pueblo implica también un llamado que hace el mismo resucitado a los apóstoles y a toda la iglesia naciente y que hemos escuchado tanto en la primera lectura como en el evangelio:  Ser testigos de esta verdad en todas las naciones y hasta los confines del mundo.
Esto es lo que hará la iglesia naciente, una vez que se cumple la promesa de Cristo de enviar el Espíritu.  El anuncio del evangelio se extiende por todo el orbe conocido, un anuncio lleno de alegría, aún en medio de la persecución, un anuncio que permea todos los ámbitos de la vida y de la sociedad y llena de esperanza el mundo, con el mensaje del Reino instaurado por Cristo.
Esta misión, encomendada a la primera comunidad cristiana, es la misión de cada bautizado.  Todos estamos llamados a seguir anunciando la fe, haciendo presente en medio de la humanidad el gozo del Evangelio y proclamando la verdad de que, en Jesucristo, todos podremos participar de una vida perfecta junto a él, llenando de alegría auténtica el corazón del ser humano, que vive entre las dificultades de esta vida pasajera.
Que el Espíritu Santo, que ha venido a su Iglesia en Pentecostés, como lo celebraremos el próximo domingo y que nosotros hemos recibido en el Bautismo y la Confirmación, guíe nuestra vida, como testigos gozosos de Cristo y su acción en favor de toda la humanidad, realizada con el acontecimiento pascual.