Los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, profundamente conmovidos, nos unimos en oración y esperanza al pueblo santo de Dios y a toda la humanidad ante la noticia del fallecimiento del Santo Padre, el Papa Francisco. Con el corazón lleno de gratitud, reconocemos en él un pastor conforme al corazón de Cristo, un discípulo misionero que vivió con humildad, amó con ternura y sirvió con pasión a la Iglesia y al mundo entero.
Un pastor desde el fin del mundo
Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina. Hijo de inmigrantes italianos, fue marcado desde su juventud por la sencillez del hogar, la fuerza del trabajo y la piedad del pueblo. Ingresó a la Compañía de Jesús y, tras una intensa formación intelectual, espiritual y pastoral, fue ordenado sacerdote en 1969. Sirvió como maestro, rector, provincial y finalmente como obispo, siempre con un espíritu cercano al pueblo y atento a los signos de los tiempos.
El 13 de marzo de 2013, el Espíritu Santo nos regaló un Papa venido "desde el fin del mundo", el primero latinoamericano y el primero en asumir el nombre de Francisco. Desde el balcón de San Pedro, con un simple "buenas tardes" y un pedido de oración por él, comenzó un pontificado marcado por la autenticidad evangélica, la cercanía al Pueblo de Dios y una renovada pasión misionera.
Un pontificado de ternura, reforma y profecía
Durante más de una década, el Papa Francisco animó a la Iglesia a volver a lo esencial del Evangelio: el amor de Dios manifestado en Jesucristo, especialmente para con los pobres, los enfermos, los descartados, los migrantes y los olvidados. Su magisterio ha dejado huella profunda: nos habló de la alegría del Evangelio que no se puede callar, del cuidado de la casa común como expresión de una ecología integral, de la fraternidad universal como vocación de la humanidad y de una Iglesia sinodal, en la que todos caminamos juntos, escuchándonos y discerniendo.
El Papa Francisco fue un reformador humilde. No buscó protagonismos, sino que encarnó una Iglesia en salida, hospital de campaña, madre con corazón abierto. Su lenguaje sencillo, sus gestos espontáneos, sus visitas a las periferias, sus abrazos a los pequeños y su insistencia en la misericordia como rostro de Dios, conmovieron a creyentes y no creyentes.