Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Cada
día se abre ante nosotros un abanico de posibilidades: Caminos de éxito
inmediato, de satisfacción personal sin sacrificio, de ideologías que prometen
plenitud, de espiritualidades diluidas en las que el compromiso es opcional. Sin
embargo, en medio de este panorama seductor, nos enfrentamos a la pregunta
esencial: ¿Son estos caminos verdaderamente sólidos o meras ilusiones pasajeras
que nos alejan de un sentido más auténtico de la vida?
A
diferencia de estas promesas fugaces, el camino de Jesús no se construye sobre
la inmediatez ni la ausencia de sacrificio. Es un sendero que exige entrega,
renuncia y amor verdadero, pero que, a cambio, ofrece un sentido que no se
desmorona con el tiempo. El seguimiento de Cristo no es solo un estilo de vida
o una decisión circunstancial; es un llamado radical, un camino redentor que
nos lleva a la plenitud de nuestra existencia.
El
Papa Benedicto XVI recordaba que "la fe no es una adhesión intelectual a
una doctrina, sino una relación personal con Cristo, el Mesías de Dios". Seguir
a Cristo no es una teoría, es una elección que se vive en lo cotidiano: en la
forma en que tratamos a los demás, en las renuncias que hacemos por amor, en la
fidelidad a la verdad cuando lo más fácil sería ceder. No es un camino cómodo
ni popular, pero es el único que nos hace realmente libres y nos permite vivir
con sentido, más allá de lo pasajero.
Seguir a Cristo significa aceptar que el
Evangelio no es un conjunto de ofertas negociables, sino un llamado que
transforma toda nuestra existencia.
Jesús
nos lo dice con claridad: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al
Padre sino por mí" (Jn 14,6). Esta afirmación es la clave fundamental de nuestra
fe pues, él no es solo un guía, sino el Camino mismo. No es una opinión entre
muchas, sino la Verdad que ilumina. No es una simple fuente de inspiración,
sino la Vida en plenitud. En una época donde se relativiza todo, este mensaje
nos desafía: no hay otro camino que conduzca a Dios, no hay otra verdad que nos
haga libres, no hay otra vida que tenga sentido fuera de Cristo.
La
Cuaresma, además de prepararnos para la Pascua mediante gestos de renuncia,
oración y servicio a Dios y al prójimo, nos urge a tomar en serio el
seguimiento de Jesús. Que Cristo no sea una opción entre muchas, sino el camino
que da sentido a nuestra vida entera, asumiendo la fidelidad hasta el extremo,
la entrega total y la confianza plena en el amor del Padre. No se trata de un
esfuerzo temporal, sino de una opción radical, día a día, para deshacernos de
lo que nos ata, amando sinceramente y caminar con esperanza en medio de las
dificultades.
Volvamos
nuestra mirada a Cristo. No sigamos promesas vacías e inmediatista que solo nos
alejan de lo que realmente necesitamos para nuestro bien. Vivamos al Evangelio
con decisión, con valentía, y sobre todo con un corazón sincero, sabiendo que
solo en Cristo encontramos la verdad que da sentido a nuestra vida.
En
un tiempo tan marcado, dolorosa y preocupantemente por la violencia y la
negatividad, salgamos al frente con la confianza de que nuestra esperanza no se
basa en lo que el mundo nos ofrece, sino en el amor que Cristo nos da cada día.
Que este tiempo de conversión nos impulse a ser una luz en medio de la oscuridad,
a dar testimonio de paz, de empatía y de verdad. Así, no solo renovaremos
nuestro caminar, sino que seremos una presencia viva de Cristo para los demás.
Nuestro mundo necesita de testigos valientes y convencidos de la Verdad, porque solamente en el Señor de nuestras vidas, el ser humano encuentra la verdadera paz y felicidad, para esta vida y para la eternidad. Compartamos nuestra experiencia en Cristo con los demás, asumiendo actitudes transparentes en nuestra forma de ser.