Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Llegamos al IV domingo de la
Cuaresma, el cual marca la mitad de nuestro camino de preparación a la Pascua.
Antiguamente, este domingo,
marcaba un descanso a las pesadas penitencias cuaresmales de quienes se
preparaban para recibir el bautismo o de aquellos que debían hacer alguna
penitencia pública.
Por esto es conocido como Lætare,
o Domingo de la Alegría, lo que se refleja en las celebraciones con el cambio
de color en las vestiduras litúrgicas, algún cambio en los cantos y la
posibilidad de adornar las iglesias con algo de flores.
También, este llamado a la
alegría, lo podemos ver reflejado en la palabra de Dios que se proclama este
domingo, ya que esta palabra nos asegura cuánto es bueno y misericordioso Dios,
nuestro Padre.
La primera lectura, tomada del
libro de Josué, narra el momento final del camino que el pueblo elegido debió
realizar desde la salida de Egipto hasta llegar a la Tierra Prometida.
Efectivamente, el texto
proclamado, presenta el último día del éxodo:
El pueblo se ha purificado, celebraron la Pascua y al día siguiente
dejaron de comer maná y comieron los frutos de la tierra prometida.
Es un momento de profunda
alegría, porque Dios cumple su promesa.
El Señor hace entrar, al pueblo de la antigua alianza, en una tierra que
mana leche y miel, una tierra que Él mismo ha escogido y regalado a los
descendientes de Abraham, a quien le había prometido tierra y descendencia
abundante, como las estrellas del cielo.
Esta alegría del pueblo elegido al
entrar en la Tierra Prometida es fruto del modo de actuar de Dios, que, en su
misericordia, a pesar de las muchas infidelidades de los descendientes de
Israel, los trató como verdaderos hijos, tuvo compasión de ellos, los perdonó,
los guio por el desierto y los hizo habitar en tierra de Canaán, porque la
alegría del pueblo elegido será siempre la alegría de Dios.
Ese modo en que Dios actúa es
totalmente opuesto al modo humano, que fácilmente juzga, señala y condena las
faltas, equivocaciones y pecados de los otros, por esto mismo es que los
fariseos y los escribas murmuraban ante la cercanía de Jesús con aquellos que
eran considerados pecadores.
Estas murmuraciones permiten que
Jesús explique cómo es ese modo de actuar de Dios, lo hará por medio de las tres
parábolas de la misericordia, que San Lucas presenta en el capítulo 15 de su
evangelio. De éstas, la liturgia de este
domingo nos presenta la tercera que conocemos como la parábola del Hijo
Pródigo.
El padre que nos presenta esta
parábola, claramente, hace referencia a Dios y a su modo de actuar en favor de
sus hijos. Este hombre, ama
profundamente a sus dos hijos, espera al que se ha ido y cuando lo ve aún
lejos, él mismo sale a su encuentro, lo perdona y le devuelve la dignidad que
sus muchos pecados le habían arrebatado, colocándole un anillo en su dedo,
sandalias en sus pies y dándole ropa nueva.
Además, hace una gran fiesta, signo de la alegría extrema que siente al
haber recobrado a su hijo.
Con respecto a su otro hijo, al
que siempre ha estado con él, también sale a buscarlo, al enterarse que no
quiere entrar a la fiesta y lo alienta a tener sus mismos sentimientos, para
que perdone a su hermano y se alegre junto a él porque han recobrado al que
creían perdido.
El padre misericordioso se acerca
a cada uno de sus hijos, conociendo sus sentimientos y hablándoles al corazón y
manifestando su amor y ternura de padre tanto al que se sabe pecador como al
que se cree justo y a ambos devolviéndoles la dignidad de hijos que el pecado quiso
arrancarles.
Este padre misericordioso es el
Dios revelado por Jesucristo y que nos trata con esa misma misericordia y esa
misma ternura a cada uno de nosotros. Porque este Dios, que es Padre de
misericordia nos regala:
·
Su misericordia
que nos hace nuevas creaturas, como nos recordaba San Pablo en la segunda
lectura.
·
Su constante perdón,
ante nuestras constantes infidelidades.
·
La alegría de
volver a la casa del Padre y ser recibidos con los brazos abiertos.
·
La alegría de que
la dignidad de hijos que nos arrebata el pecado es restituida por su amor y su
compasión.
Este Domingo de la Alegría, lo
vivimos no sólo como parte de nuestro caminar cuaresmal, sino también en el
contexto del año jubilar, en el cual se nos ha llamado a ser peregrinos de
esperanza. Por esto vivamos con
esperanza y anunciemos con esperanza estos regalos de gracia que recibimos
constantemente de nuestro Padre del cielo, haciendo experiencia de la
misericordia que Dios nos regala y siendo misericordiosos con los hermanos.