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Arzobispo

El propósito de enmienda

Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José

El sacramento de la reconciliación, también conocido como confesión o penitencia, es un momento profundo y transformador en la vida de los creyentes, en el que se nos brinda la oportunidad de acercarnos con confianza al Dios Misericordioso, siempre dispuesto a perdonarnos.

Este itinerario de fe comienza con un acto de contrición sincera, donde el creyente reconoce sus errores y busca restablecer su relación, no solo con Dios, sino también consigo mismo y con los demás. En este recorrido espiritual, somos llamados a la reflexión, al arrepentimiento y a abrir el corazón para permitir una transformación interior profunda. Cada paso en este camino nos invita a renovarnos, acercándonos más a Dios cultivando una auténtica conversión.

Dios no nos exige perfección, sino honestidad. No nos pide promesas imposibles, sino un corazón dispuesto a intentarlo de nuevo. El propósito de enmienda es ese "sí" que decimos a la gracia, ese paso valiente hacia la conversión. Enmendar significa reconocer un error o una falta y tomar la decisión de corregirlo. No se trata solo de arrepentirse, sino de comprometerse a cambiar la actitud o el comportamiento que llevó a ese error. Es un proceso de transformación personal, donde se busca mejorar y actuar de manera más correcta en adelante para vivir de acuerdo con los valores y principios que guían una vida auténtica.

En fin, el propósito de enmienda más que un requisito es un abrazo de parte de Dios al corazón que quiere sanar. En efecto, como penitentes, debemos tener la resolución sincera de romper con el pecado y de hacer todo lo posible por evitar las ocasiones que nos llevan a ello. Es un compromiso que brota del verdadero arrepentimiento y se fortalece con la gracia de Dios. No se trata de una promesa basada solo en la fuerza de voluntad humana, sino de una disposición abierta a la acción transformadora del Espíritu Santo.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que, para recibir el perdón de Dios, no basta con reconocer el pecado y sentir dolor por él; es necesario tener la firme intención de apartarse de esa falta. Sin esta resolución, la reconciliación se convierte en un acto vacío, sin frutos duraderos.

En la vida cristiana, podemos caer en la trampa de la rutina espiritual: confesarnos sin un verdadero deseo de cambio, repetir los mismos errores sin tomar medidas concretas para evitarlos. La conversión no es un simple acto exterior, sino un cambio interior profundo. Implica revisar nuestra vida, identificar aquello que nos impide crecer en el amor a Dios y al prójimo, y hacer esfuerzos reales por corregirlo.

Jesús mismo nos muestra el camino del propósito de enmienda cuando le dice a la mujer adúltera: ?Vete, y en adelante no peques más? (Juan 8,11). No solo le otorga su misericordia, sino que la llama a una vida nueva. Este es el camino al que Dios nos invita: recibir su perdón, pero también comprometernos con una existencia renovada.

Para que el propósito de enmienda sea real y eficaz, es necesario asumirlo con humildad y determinación: examinar nuestra vida con sinceridad, sin justificaciones y preguntarnos cuáles son las áreas donde más fallamos y qué patrones de conducta nos llevan al pecado. Por supuesto, pedir ayuda a Dios pues necesitamos la gracia que nos fortalece y nos guía, además de tomar medidas concretas pues no basta con querer cambiar; hay que hacer ajustes reales en nuestras actitudes y decisiones diarias.

La Cuaresma nos ofrece la oportunidad de hacer un alto en el camino y renovar nuestro compromiso con Dios. No basta con reconocer nuestros errores; debemos estar dispuestos a cambiar. Que este tiempo nos ayude a crecer en santidad y a vivir con mayor autenticidad el Evangelio, recordando que Dios siempre nos da la gracia para comenzar de nuevo y permanecer en esa novedad de vida.