Hoy, 25 de marzo, conmemoramos la Solemnidad de la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Virgen María y la encarnación en ella del Hijo de Dios. María, una joven comprometida con el justo José, enfrenta una situación de escándalo, queda embarazada sin la intervención de un varón, por obra del Espíritu Santo. Un embarazo en crisis, marcado por el dolor y la incertidumbre según los hombres, pero acontecimiento en el que Dios sale al encuentro de María y José, iluminando el corazón de él a través de un sueño, en el que el ángel le revela la grandeza del misterio que está sucediendo.
Coincidiendo con la solemnidad de la Encarnación del Señor celebramos la Jornada de la Vida por Nacer. Elevamos hoy nuestra voz para proclamar con alegría y convicción la dignidad inviolable de toda vida humana desde el momento de la concepción. La vida es un don sagrado de Dios, un regalo que hemos de acoger, proteger y promover con amor y responsabilidad.
En una sociedad donde la cultura del descarte amenaza especialmente a los más vulnerables, queremos reafirmar nuestro compromiso inquebrantable con la vida, particularmente con aquella que está por nacer y que muchas veces no tiene quien la defienda. La Iglesia, fiel al Evangelio de la vida, sigue proclamando que cada ser humano, sin importar su condición o etapa de desarrollo, es un hijo amado de Dios y merece ser acogido con respeto y ternura.
Desde el primer instante de su existencia, el ser humano posee una dignidad propia e inalienable. La ciencia nos confirma que en el vientre materno late un corazón, crece un cuerpo y se desarrolla una persona única e irrepetible. Cada niño y niña concebidos son un testimonio del amor creador de Dios, una nueva esperanza para la humanidad.
El Papa Francisco nos recuerda que "el aborto nunca es la respuesta que las mujeres y las familias buscan" (Carta a las mujeres, 2024). Por el contrario, nuestra tarea es acompañar y sostener con amor a las madres que atraviesan dificultades, ofreciéndoles acompañamiento, apoyo material y afectivo, y ayudándolas a descubrir la grandeza de la maternidad para que puedan elegir la vida con valentía y confianza.
Como Iglesia y sociedad, estamos llamados a construir una auténtica cultura de la vida. Esta tarea nos interpela a todos:
A las familias, para que sean el primer ámbito donde la vida sea recibida con generosidad y gratitud, protegida con amor y educada con responsabilidad, sean testimonio de la belleza del don de la vida.
A los jóvenes, para que valoren la vida como el mayor regalo de Dios, promoviendo relaciones fundamentadas en el amor auténtico y la responsabilidad.
A los profesionales de la salud, para que ejerzan su vocación con un compromiso inquebrantable en la defensa de la vida humana en todas sus etapas. La verdadera medicina siempre busca curar, cuidar y acompañar, jamás eliminar.
A los legisladores y gobernantes, para que garanticen leyes que respeten y promuevan la dignidad de toda persona humana desde su concepción hasta su muerte natural. Ninguna ley que atente contra la vida puede considerarse justa.
Como Iglesia, renovamos nuestra misión de ser un hogar de misericordia para todos, especialmente para las madres en situaciones difíciles. Fortalezcamos iniciativas que protejan la vida, apoyen a las familias y promuevan el respeto por la dignidad de cada ser humano. Exhortamos a todos los fieles a sumarse a programas de ayuda a mujeres embarazadas, hogares de acogida y campañas de concientización sobre la importancia de la vida desde la concepción.
Volvemos nuestra mirada a la Virgen María, que con su "sí" generoso acogió en su seno al Hijo de Dios. Ella nos enseña a confiar en el plan divino y a decir sí a la vida. Que su amor maternal nos sostenga en la misión de ser testigos valientes del Evangelio de la vida.
Dado en San José, a 25 de marzo del 2025.