Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
El camino cuaresmal que estamos viviendo es un peregrinar que
tiene como objetivo ayudarnos a que nos preparemos de la mejor forma para conmemorar
el acontecimiento pascual que es la celebración principal y fundante de todo
cristiano.
He querido usar la palabra fundante porque la Pascua de Cristo es el fundamento de nuestra fe
y lo que da razón de ser a la vida de cada persona humana; porque Cristo, con
su muerte y resurrección, une la vida del ser humano a su misma vida, para que,
muriendo con Él, resucitemos también con
Él (Cfr. Col. 2, 12).
El acontecimiento pascual es el modo con el cual Dios ha
querido reconciliarnos consigo y la forma con la cual ha hecho Alianza con la
humanidad.
Porque Dios siempre ha querido entrar en comunión con el ser
humano y ha buscado hacer alianza con nosotros desde la creación, ejemplo de
esto es la alianza que Dios ha sellado con Abraham y que ha sido narrada en la
primera lectura, en la cual solamente Dios ha pasado por en medio de los
animales descuartizados, dando a entender que sólo él ha asumido, de manera
plena, el compromiso de aquel pacto.
De este mismo modo, el acontecimiento pascual, realiza la Alianza
Nueva y Eterna, sellada únicamente por Dios con la sangre del Mesías que se
derrama en la cruz y que trae salvación para el género humano, siendo por tanto
una alianza de la que el ser humano, sin mérito alguno, goza gratuitamente.
Por tanto, es necesario contemplar el acontecimiento pascual
de manera integral, sin separar ninguno de sus elementos, la pasión, la cruz y
la muerte, son el camino para alcanzar la resurrección, cada elemento es
necesario, para que la Alianza sea sellada y se dé la salvación al género
humano.
Esto es lo que ha querido manifestar Jesús con su
transfiguración. Cada año, durante el
segundo domingo de cuaresma, escuchamos el evangelio que narra esta
manifestación con la cual Cristo muestra su gloria a sus discípulos.
La transfiguración de Jesús se da en un momento muy preciso: inmediatamente después de anunciar a sus
discípulos su pasión y su muerte en la cruz.
Ésta es una verdad que los discípulos no quieren aceptar, no es el
camino mesiánico que ellos conocían y esperaban. El fracaso
de la cruz no entra en la idea que los apóstoles tenían de lo que debe ser
el Mesías.
Jesús, con la teofanía del Tabor, muestra su gloria a sus
discípulos y de este modo indica con total transparencia, que Él es Dios, es el
hijo amado del Padre a quien hay que
escuchar y que está por encima de los grandes
del antiguo testamento como son Moisés y Elías.
Las palabras de Pedro, «que
bien se está aquí», manifiestan que éste es el tipo de mesianismo que ellos
esperaban, uno que mostrara el poder y la gloria de Dios. Pero una vez que se escucha la voz del Padre,
deben bajar del monte y continuar su camino hacia Jerusalén, donde Jesús será
entregado a la muerte.
La transfiguración, será la predicación con la cual Jesús
revela, una vez más, lo que significa el camino del discípulo: Peregrinar siguiendo a Cristo, tomando la
cruz de cada día y contemplando la meta, que es la resurrección.
Por tanto, siguiendo la enseñanza de San Pablo en la segunda
lectura: No debemos ser enemigos de la
cruz, porque por ella somos ciudadanos del cielo, por ella nuestros cuerpos
humildes serán transformados en cuerpos gloriosos como el de Cristo. No hay resurrección sin cruz, no hay Tabor
sin Calvario y por tanto no hay vida cristiana, si no se hace el camino de
Cristo que implica cargar con la cruz.
Así nos lo ha recordado el papa Francisco: «La Transfiguración se cumple en un momento
bien preciso de la misión de Cristo, es decir, después de que Él ha confiado a
los discípulos que deberá «sufrir mucho, [...] ser asesinado y resucitar al
tercer día» (v. 21). Jesús sabe que ellos no aceptan esta realidad ?la realidad
de la cruz, la realidad de la muerte de Jesús?, y entonces quiere prepararlos
para soportar el escándalo de la pasión y de la muerte de cruz, porque sabemos
que este es el camino por el que el Padre celestial hará llegar a la gloria a
su Hijo, resucitándolo de entre los muertos. Y este será también el camino de
los discípulos: ninguno llega a la vida eterna si no es siguiendo a Jesús,
llevando la propia cruz en la vida terrenal. Cada uno de nosotros, tiene su
propia cruz. El Señor nos hace ver el final de este recorrido que es la
Resurrección, la belleza, llevando la propia cruz» (17.03.2019).
Que
nuestro camino cuaresmal nos permita seguir preparándonos, uniéndonos a Cristo
con la oración, la penitencia y la caridad, asumiendo nuestras cruces, es decir
los dolores y sufrimientos que no buscamos de forma masoquista, sino que van
llegando a nuestra vida, como elementos necesarios de este peregrinar, que como
el de Cristo, culminará en la gloria de la resurrección.