Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En
medio de las dificultades que enfrenta nuestra sociedad, muchas personas buscan
respuestas. Vemos familias atrapadas en círculos de violencia, personas sin
hogar que deambulan sin esperanza, jóvenes perdidos en el infierno de las
drogas, ancianos abandonados y niños que carecen de oportunidades.
Lamentablemente, los migrantes en las calles se diluyen en el paisaje,
invisibilizados por la rutina diaria. Hemos llegado como a acostumbrarnos a
esta tremenda realidad, y con frecuencia pasamos de largo, creyendo que poco
podemos hacer.
Durante
el tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a un examen profundo de nuestro
corazón y a reflexionar sobre cómo podemos transformar esta situación. La
conversión que Cristo nos pide no es solo un cambio teórico ni un sentimiento
pasajero; es un compromiso concreto con nuestro prójimo. Este llamado a la
acción nos invita a transformar nuestra forma de vivir, a ser la mano amiga
para quienes lo necesitan y a brindar esperanza donde parece no haberla. Es una
invitación a amar y cuidar a los demás como Cristo lo hizo, creando un impacto
visible y duradero en nuestra comunidad local y nacional.
Jesús
nos dejó un mensaje claro: "Tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me
diste de beber; fui forastero, y me acogiste" (Mt 25,35). Estas palabras no son
poesía ni una simple metáfora. Son el corazón de la conversión cristiana. Si
realmente queremos vivir según el Evangelio, la prueba está en nuestras actitudes
hacia quienes sufren en nuestro entorno.
Cuando
hablamos de conversión, muchos piensan en dejar atrás ciertos pecados y en
acercarse a Dios en la intimidad del corazón. Todo esto es importante, pero si
nuestra fe no se traduce en gestos concretos de amor, es una fe sin obras, una
fe incompleta. La conversión real se demuestra en hechos, en acciones que
transforman la vida de los demás.
Si
tienes comida en tu mesa, piensa en quien no la tiene. Hay muchas maneras de
ayudar: compartiendo, donando, apoyando iniciativas de ayuda comunitaria o
simplemente asegurándonos de que en nuestro entorno nadie pase hambre.
Si
tienes ropa en buen estado que ya no usas, pensar que hay personas que pasan
frío en las calles, niños que van a la escuela con zapatos rotos, madres que no
tienen con qué abrigar a sus hijos. La caridad no es dar lo que sobra, sino
compartir generosamente los propios bienes con los más necesitados.
Hasta
el tiempo libre se debe dedicar a quienes lo necesitan: un anciano en soledad,
un joven sin orientación, una familia en crisis? Todos necesitan alguien que
los escuche, que les brinde apoyo, que les haga sentir que no están solos.
Si
tienes posibilidades, ofrece oportunidades: un empleo, una beca, un pequeño
préstamo, una recomendación pueden cambiarle la vida a alguien. La conversión
también se expresa en abrir caminos para los demás.
Uno
de los problemas más graves de nuestro tiempo es la indiferencia. Nos hemos
vuelto insensibles al dolor ajeno, justificando nuestra inacción con frases
como "no es mi problema" o "si yo pude salir adelante, que ellos también lo
hagan". Sin darnos cuenta, hemos construido barreras que nos separan de los
demás, olvidando que la vida cristiana es un llamado constante a derribar esas
distancias.
Jesús
no realizó su misión desde la comodidad de un templo o desde la distancia de un
discurso. Se acercó a los enfermos, tocó a los marginados, comió con los
pecadores, levantó a los caídos. Nos mostró que la fe se vive en el contacto
con la realidad, en el encuentro con los que sufren, en la capacidad de
ensuciarnos las manos por amor.
Es
tiempo de dejar de solo hablar de conversión y que empecemos a vivirla. No como
un ideal lejano, sino como una realidad palpable en cada gesto, en cada
decisión, en cada oportunidad de hacer el bien. Porque al final, seremos
juzgados no solo por lo que creímos, sino por lo que hicimos con los dones que
Dios puso en nuestras manos.