Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Los últimos domingos, hemos venido escuchando el sermón de la
llanura, en el cual Jesús ha manifestado que son dichosos aquellos que, con
humildad, reconocen su pobreza y ponen su vida en las manos del Señor.
Esto debe verse manifiesto en gestos concretos en la vida de
cada creyente, como lo es la actitud de amar incluso al enemigo, tal y como se
nos recordaba el domingo anterior.
Continuando con esta predicación, este domingo, Jesús da instrucciones
sobre otras acciones concretas que ayudan a manifestar que una persona ha
optado por Cristo, que Dios es su todo, que es una persona bienaventurada, usando las mismas palabras con las que Jesús
iniciaba este discurso, porque la vida del bienaventurado
se debe notar en la vivencia cotidiana.
Jesús indica que aquel que lo sigue debe conocerse por sus
frutos, es decir que las acciones del discípulo deben ser coherentes con su
nombre de cristiano porque un árbol bueno dará frutos buenos y un árbol enfermo
dará frutos malos.
Ya en el libro del Eclesiástico, el sabio de Antiguo
Testamento, que busca guiar al creyente a vivir según la voluntad de Dios y
cumpliendo sus mandamientos, ha indicado algo similar, al afirmar que por sus palabras se conoce al hombre, es
decir que la verdadera sabiduría de una persona es vivir adherido a la voluntad
de Dios y que sus palabras y acciones manifiesten esa vivencia de la fe.
Según estas consideraciones, que nos regalan tanto el libro
del Eclesiástico como Cristo en el evangelio, nos debemos preguntar: ¿cuáles deben ser esos frutos que debe dar la
vida del discípulo? El mismo evangelio
nos da la respuesta:
·
Primeramente, Jesús indica que un ciego no puede guiar a otro ciego. Jesús hace un llamado, especialmente a
quienes tienen la responsabilidad de guiar a otros (padres de familia,
pastores, maestros y otras autoridades tanto eclesiásticas como civiles), a
asumir con seriedad esta misión, dejándose guiar por el Señor para que tanto el
que guía como el que es guiado sean conducidos a la meta del encuentro con el
Padre del cielo.
·
Segundo, Jesús nos exhorta a no
juzgar, porque nadie tiene la autoridad de señalar los errores del otro, ya que
todos somos limitados y pecadores. Nos
dice el papa Francisco al respecto «estamos
muy atentos a los defectos de los demás, incluso a los que son pequeños como
una brizna de paja, e ignoramos serenamente los nuestros otorgándoles poco peso...encontramos siempre motivos para culpabilizar a los demás y justificarnos a
nosotros mismos. Y muchas veces nos quejamos de las cosas que no funcionan en
nuestra sociedad, en la Iglesia, en el mundo, sin cuestionarnos antes a
nosotros mismos y sin comprometernos en primer lugar a cambiar - todo cambio
fecundo, positivo, debe comenzar por nosotros mismos; de lo contrario, no habrá
cambio - » (27.02.2022).
·
Y por último nos dice Jesús una
máxima que deja al descubierto una realidad de toda persona humana: «de la abundancia del corazón habla la boca». El Señor nos quiere recordar que tanto las
palabras como las acciones manifiestan nuestro ser cristianos, por tanto, así
como estamos llamados a ayudar a guiar hacia Dios al hermano, a amar al enemigo
y a no juzgar a nadie, también debemos procurar tener un corazón limpio, que se
vea reflejado en las palabras que pronuncia la boca, porque quien tiene un
corazón puro no critica destructivamente, no miente buscando beneficiarse a sí
mismo y dañar al hermano, no usa palabras despectivas para ensuciar la fama del
prójimo. También el papa Francisco, en
su rico magisterio nos dice: «con la lengua también podemos alimentar los
prejuicios, alzar barreras, agredir e incluso destruir; con la lengua podemos
destruir a los hermanos: ¡las murmuraciones hieren y la calumnia puede ser más
cortante que un cuchillo! Hoy en día, especialmente en el mundo digital, las
palabras corren veloces; pero demasiadas vehiculan rabia y agresividad,
alimentan noticias falsas y aprovechan los miedos colectivos para propagar
ideas distorsionadas» (27.02.2022).
Pidamos a Dios la gracia de vivir
nuestra fe, dando buenos frutos con palabras y con acciones, y así, como nos ha
dicho Pablo en la segunda lectura, después de permanecer constantes trabajando
con fervor en la obra de Cristo, recibamos la recompensa de participar de la
misma victoria de Jesucristo, victoria sobre la muerte y el pecado que nos
introduce en la vida gloriosa del cielo.