Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Durante los domingos anteriores la palabra de Dios ha ido
marcando el itinerario del ministerio público de Cristo, indicando que Jesús es
el Mesías anunciado y esperado desde antiguo.
Él, con su predicación anuncia la llegada del Reino y con sus gestos
manifiesta la cercanía y la misericordia de Dios con la humanidad, misericordia
que llegará a su plenitud con el acontecimiento pascual que trae la salvación
para todo el género humano.
Este domingo, la palabra de Dios, nos muestra otro hecho que
marca el inicio del ministerio público de Jesús y que caracteriza el modo con
el cual el Señor actúa en favor de la humanidad, este elemento es que Dios
cuenta con la colaboración del ser humano para llevar adelante su plan de
salvación.
La primera lectura nos narra la vocación de Isaías. En medio de una manifestación de la santidad de
Dios, que desde el templo de Jerusalén inunda toda la tierra de su gloria,
Isaías se reconoce impuro y pequeño
para asumir la misión de ser profeta.
Pero es Dios mismo, con el gesto de enviar a uno de sus serafines a
tocar con las brasas del altar los labios de Isaías, quien lo purifica, lo
perdona y lo prepara para asumir su misión de profeta. Esta experiencia hace que Isaías se sienta apto,
porque Dios mismo lo ha capacitado, y por tanto puede responder: «Aquí
estoy, Señor envíame».
El texto del evangelio presenta a Jesús de nuevo en
Cafarnaún, a la orilla del lago, ante una gran multitud que escucha su
predicación. El evangelista indica que
en ese mismo momento están los pescadores haciendo su trabajo y Jesús usa la
barca de Simón para poder predicar desde ahí.
Estos humildes pescadores de Galilea, tienen su primer
encuentro con Jesús, en medio de su trabajo.
Es ahí, cuando están lavando las redes después de una noche en la que no
lograron pescar nada, cuando Jesús los llama a remar mar adentro y a echar
nuevamente las redes.
Los expertos pescadores, sabían que no tenía sentido volver
al mar porque si no habían pescado nada durante la noche, menos lo harían a la
luz del día, con una multitud de personas alrededor del lago. Pero Simón, que ha reconocido a Jesús como un
maestro, lo obedece diciendo: «confiado
en tu palabra, echaré las redes», y en ese momento se da la pesca
milagrosa.
Ante este milagro, Simón ya no llama maestro a Jesús, sino
que lo llama Señor, porque lo identifica como Dios y como Mesías y por tanto se
aparta y se confiesa pecador; y dice San Lucas que lo mismo pasaba con Santiago
y Juan.
Pero Jesús no ve la situación humilde ni pecadora de estos
hombres, ve el corazón y la fe que han tenido al volver mar adentro a echar las
redes y por esto los llama y los capacita, haciéndolos pescadores de
hombres. La actitud de Pedro, Santiago y
Juan será radical porque dejándolo todo,
lo siguieron.
San Pablo, en la segunda lectura, también relata su propia vocación. Cristo resucitado, que después de aparecerse
a todos los apóstoles y a la primera comunidad cristiana, se apareció también a
él, y Pablo reconoce que este encuentro con el Señor cambió su vida y lo
transformó de perseguidor de la Iglesia en apóstol de Cristo.
La palabra de Dios de este domingo, nos recuerda a todos que
Dios cuenta con nosotros para que colaboremos en su plan de salvación. Cuenta con nosotros para que anunciemos su
Palabra y la verdad de su resurrección, para que manifestemos su misericordia
con los que sufren y para que trabajemos en la construcción de su Reino. Todo esto haciéndolo desde las diferentes
vocaciones a las que el Señor llama a los bautizados y con la seguridad de que
Dios aún con nuestra pequeñez y limitación nos capacita para hacerlo. Es más, como enseña el papa Francisco, se
aprovecha de nuestra pequeñez para hacerse cercano y mostrar su misericordia al
ser humano.
Dice el Santo Padre: «(El
Señor) Elige subirse a nuestra barca.
Desde allí quiere anunciar el Evangelio al mundo. Precisamente esa barca vacía,
símbolo de nuestra incapacidad, se convierte en la ?cátedra? de Jesús, en el
púlpito desde el que proclama la Palabra. Y esto es lo que le gusta hacer al
Señor: [?] subir a la barca de nuestra vida cuando no tenemos nada que
ofrecerle; entrar en nuestros vacíos y llenarlos con su presencia; servirse de
nuestra pobreza para proclamar su riqueza, de nuestras miserias para proclamar
su misericordia» (06.02.2022).
Respondamos con generosidad al Señor, que nos ha querido
asociar a su obra salvadora y que podamos decir como Pablo por gracia de Dios, soy lo que soy y su gracia no ha sido estéril en mí,
porque hemos puesto nuestra vida, desde nuestra vocación bautismal, al servicio
de Dios y de los hermanos, colaborando con el Señor en su plan de salvación.