Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
El
Jubileo, inaugurado el pasado 24 de diciembre y que se extenderá hasta 6 de
enero del 2026, bajo el lema "Peregrinos de la Esperanza", nos interpela a
vivir nuestra fe con autenticidad y compromiso. Este Año Jubilar no es
simplemente un evento, sino una oportunidad para reflexionar sobre el núcleo de
la esperanza cristiana, esa virtud que nos impulsa a mirar más allá de las
dificultades presentes hacia la promesa de una vida plena en Dios.
El Papa Francisco ha destacado que la esperanza cristiana "es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime".
No
se trata de una ilusión superficial o de un final feliz garantizado por
nuestras propias fuerzas, sino de una confianza activa en el plan de Dios,
incluso en medio de las circunstancias más desafiantes.
Sin
esperanza, la vida pierde su horizonte y se desliza hacia el vacío de la nada, despojándose
de su sentido más profundo. La esperanza es un recordatorio constante de que
siempre hay un mañana que espera ser construido. Mirar hacia el futuro no es
solo un acto de supervivencia, sino una necesidad esencial para mantener el
dinamismo y la vitalidad que nos impulsan a crecer, a soñar y a transformar las
dificultades en oportunidades. La esperanza no es solo un anhelo, es el alma
misma de la existencia.
El
Santo Padre nos exhorta a no caer en la rutina, la mediocridad o la pereza,
esas trampas que nos inmovilizan y nos alejan del sueño de Dios. Nos llama a
ser peregrinos, soñadores incansables, hombres y mujeres inquietos por un mundo
donde la paz y la justicia sean posibles. Este sueño no es una utopía distante,
sino una meta concreta que exige nuestro compromiso en el presente.
La
esperanza cristiana, por tanto, no nos permite evadir las dificultades de la
vida. Más bien, nos invita a enfrentarlas con la certeza de que Dios camina con
nosotros, transformando nuestras cruces en ocasiones de redención. En este
jubileo, se nos recuerda que la esperanza nos desafía a salir al encuentro del
otro, especialmente del que sufre, para ser portadores de consuelo y
restauradores de la dignidad humana.
Es
en las circunstancias más adversas donde la esperanza debe brillar con mayor
intensidad. En las periferias del mundo, donde la pobreza, la guerra y la
exclusión parecen tener la última palabra, la esperanza cristiana se convierte
en un acto profético. También en nuestra vida cotidiana, en los momentos de
fracaso, enfermedad o incertidumbre, esta virtud nos sostiene y nos mueve a
confiar en que Dios está presente, obrando incluso en el silencio.
El jubileo nos invita a practicar una esperanza que no se limita a lo individual, sino que es comunitaria y solidaria. En un mundo herido por divisiones y conflictos, la esperanza cristiana se traduce en acciones concretas: tender puentes, perdonar, promover el bien común y cuidar la creación.
El Jubileo de la Esperanza nos llama a vivir de manera coherente con nuestra fe, recordándonos que somos parte de un proyecto más grande que nosotros mismos. Como dice Francisco, estamos invitados a ser "peregrinos en busca de la verdad", testigos de un amor que transforma vidas y renueva la historia.
Este
tiempo jubilar es una oportunidad única para renovar nuestra confianza en la
promesa del Señor y comprometernos, activamente, con el ideal de un mundo
nuevo, un mundo donde verdaderamente "reinen la paz y la justicia".
Pidamos a Nuestro Señor, que su esperanza ilumine nuestros corazones en cada prueba y nos sostenga en los momentos más oscuros; que no permita que desfallezcamos ante las dificultades, sino que, confiando en sus promesas, avancemos siempre con fe y valentía.