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Obispo Auxiliar

Signos en el ministerio de Jesucristo

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

Hemos iniciado nuestro caminar jubilar en el Año Litúrgico dentro del Tiempo Ordinario, luego de haber celebrado el domingo anterior la fiesta del Bautismo del Señor, acontecimiento que marca el inicio del ministerio público de Jesús.

Es precisamente el ministerio público de Cristo, a la luz de la Palabra de Dios proclamada, lo que estaremos meditando domingo a domingo durante este tiempo litúrgico que hemos comenzado.

El evangelio de San Juan presenta como inicio de la vida pública de Cristo el acontecimiento de las bodas de Caná, donde Jesús realiza el primer signo al convertir el agua en vino.

El evangelista le da a este hecho el título de signo y no de milagro.  El papa Francisco nos explica esto al enseñarnos que «un signo es un indicio que revela el amor de Dios, que no reclama atención sobre la potencia del gesto, sino sobre el amor que lo ha provocado. Nos enseña algo del amor de Dios, que es siempre cercano, tierno y compasivo» (16.01.2022).

Por esto podemos decir con total certeza que el ministerio público de Cristo, lo que nos manifiesta es la cercanía de un Dios lleno de amor y misericordia por sus hijos a quienes muestra siempre su compasión.

Es el cumplimiento de la promesa de Dios anunciada por Isaías en la primera lectura y que llena de esperanza al pueblo en el exilio porque anuncia que su tierra ya no será llamada abandonada, sino que será llamada desposada, porque su tierra tendrá marido, haciendo alusión precisamente a la presencia del Mesías, que como un esposo hace alianza con su pueblo, una alianza nueva y eterna que asegura la salvación a la familia humana.

Esta alianza es aquella sellada por Cristo y que ha sido rubricada con la sangre derramada en el trono glorioso de la cruz.

Esta verdad, fundamental de nuestra fe, la podemos ver anunciada ya en el signo de las Bodas de Caná, el cual marcará todo el itinerario del ministerio público de Jesús que culmina con el acontecimiento pascual.

El relato del Evangelio nos indica que ante la observación que María hace a Jesús sobre el vino que se ha terminado, la respuesta de Jesús es: Mujer, no ha llegado mi hora.

En el evangelio de San Juan, Jesús se refiere a María con el apelativo de Mujer en dos ocasiones.  En las bodas de Caná y en el momento de la Cruz, cuando le dice a su madre Mujer ahí tienes a tu hijo.

Cuando en San Juan, Jesús habla de la Hora, está hablando del momento culmen de su misión salvífica, que es el sacrificio de la Cruz, Jesús dice ha llegado la hora, para esta hora he venido, cuando se acerca el momento de la cruz.

Por tanto, Jesús quiere indicar que su ministerio público no puede verse solamente como la acción de un taumaturgo (uno que hace milagros) desarraigado de la acción salvífica que se realizará en la Cruz, sino que; el signo realizado en las bodas de Caná, todos los demás milagros que realizará y su predicación, se logran entender sólo por la que será su Hora, es decir el acontecimiento pascual:  la Cruz y la Resurrección.

Ciertamente los signos milagrosos aseguran la divinidad de Cristo y la certeza de que la promesa de que Dios habitaría entre nosotros está cumplida, pero lo que el signo por excelencia muestra es que Dios, en su infinito amor y misericordia por la persona humana, se entrega al sufrimiento y a la muerte para hacer una alianza con nosotros y hacernos participar del banquete de la eternidad.

Iniciemos este tiempo ordinario llenos de esperanza, que es la virtud que se nos invita vivir en este año jubilar.  Esperanza por la certeza de nuestra salvación, donada por la misericordia del Señor en la Hora de la cruz, y que al ir escuchando domingo a domingo la predicación de Cristo, sus milagros y sus acciones misericordiosas, no olvidemos que este pueblo de Dios, que lo formamos todos los bautizados, no podrá ser llamado nunca más abandonado ni devastado, porque el Señor nos ha elegido haciendo una alianza nueva y eterna, que nos asegura una vida junto a Él, una alianza que nunca podrá ser anulada porque fue sellada con la Sangre de Cristo en el trono glorioso de la cruz.