Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Los cristianos seguimos
celebrando con mucha alegría el tiempo de la Navidad. Este año esta alegría se acrecienta
por la gracia del Jubileo que estamos viviendo y que nos llena de gozo y nos
hace peregrinos de esperanza.
Este segundo domingo de Navidad,
en nuestro país, celebramos la Solemnidad de la Epifanía del Señor,
acontecimiento que nos recuerda una verdad fundamental de nuestra fe: Dios ha venido para salvarnos a todos sin
excepción.
Esta fiesta evoca el momento en
que unos magos de Oriente llegan a
Belén a adorar a Jesús. El relato del
evangelio de Mateo recuerda que estos hombres sabios vieron surgir una
estrella, la cual les aseguraba el nacimiento de un rey. Esta misma estrella los guio hasta Belén
donde se encontraron al recién nacido al cual, postrándose, lo adoraron y le
ofrecieron regalos.
Este hecho ha sido llamado por
los cristianos con el nombre de Epifanía,
palabra en griego que significa Manifestación. Porque se ha comprendido que Dios ha querido
manifestarse a la humanidad, mostrando su amor y su misericordia en Jesucristo,
el Dios encarnado. Manifestación que se
dio al pueblo judío en la persona de los pastores de Belén y a los pueblos
gentiles en estos magos de Oriente, que nos presenta San Mateo en el evangelio.
Esta manifestación de Dios a la
humanidad entera es el cumplimiento de la profecía con la que Isaías, en la
primera lectura, llenaba de alegría y esperanza al pueblo elegido que salía del
exilio en Babilonia.
Ya que en esa peregrinación que
se encamina hacia la ciudad santa, no sólo va el pueblo elegido, que después de
las tinieblas y el dolor del exilio, ve el resplandor de Jerusalén; sino que
ante la luz esplendorosa de la gloria del Señor que surge de la ciudad santa,
vienen hombres y mujeres de todas las naciones para ofrecer regalos a Dios, que
está presente en medio de su pueblo.
La salvación como regalo universal,
es una verdad que Jesucristo ha querido revelar, también a los pueblos paganos,
desde el momento de su nacimiento, porque al manifestar su gloria en la humildad de nuestra carne mortal (Cfr.
Prefacio de la Epifanía), está asegurando que Él ha venido, no sólo a salvar a
unos cuantos, sino a la totalidad del género humano.
Esta ha sido también la
predicación de San Pablo quien claramente, en la segunda lectura, ha dicho a
los efesios y a todos nosotros que «también
los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y
partícipes de la misma promesa de Jesucristo».
Por esto, la celebración de la
Epifanía del Señor, en el contexto de este año jubilar, sigue llenando de
alegría y de esperanza nuestra vida, porque Dios nos asegura que ha enviado a
su Hijo para salvar a toda la familia humana, es decir, que cada uno de
nosotros ha estado en la mente de Dios cuando Él ha decidido enviar a su Hijo
al mundo para redimirnos.
Como manifestamos en los días de
Adviento, la alegría y la esperanza, vividas con auténtico espíritu cristiano,
no son simplemente un bonito sentimiento que se vive individualmente, sino que la
alegría y la esperanza, deben mover la vida del cristiano, como nos ha
recordado el papa Francisco al iniciar el Jubileo, debemos ser signos
tangibles de esperanza para el mundo, tal y como lo fueron los magos de
oriente.
Ellos dejaron su tierra,
peregrinaron hasta una pequeña y pobre ciudad porque tenían la certeza de que
había nacido el rey esperado por los siglos.
Una vez que lo encontraron, que lo adoraron y le dieron regalos, escucharon
la voz de Dios que los orientó sobre cómo debía ser su regreso, porque el
camino de quien se encuentra con Dios, necesariamente debe verse transformado.
El papa Francisco, el año pasado,
recordaba unas palabras del papa Benedicto XVI en la Epifanía del 2008 sobre
cómo vivieron la esperanza los Magos de Oriente, decía el papa «Si falta la
verdadera esperanza, se busca la felicidad en la embriaguez, en lo superfluo,
en los excesos, y los hombres se arruinan a sí mismos y al mundo. [...] Por
esto, hacen falta hombres que alimenten una gran esperanza y posean por ello
una gran valentía. La valentía de los Magos, que emprendieron un largo viaje
siguiendo una estrella, y que supieron arrodillarse ante un Niño y ofrecerle
sus dones preciosos» (06.01.2008).
De este modo los Magos se
convierten en ejemplo a seguir para vivir la esperanza cristiana y el papa
Francisco lo resume en tres actitudes:
·
Contemplando el
cielo para seguir la luz que ya no es una estrella, sino el mismo Cristo,
nacido para salvarnos.
·
Caminando para
buscar a Dios, al cual encontraremos, no en un rey poderoso, sino en el pequeño
y vulnerable niño de Belén. Dios ha
querido hacerse el encontradizo en los pequeños del mundo, a quienes debemos
llevarles el gozo y la esperanza que Dios da a toda la humanidad.
·
Adorando, porque
«Ante este misterio, estamos llamados a inclinar el corazón y doblar las
rodillas para adorar: adorar al Dios que viene en la pequeñez, que habita la
normalidad de nuestras casas, que muere por amor. El Dios «al que los cielos
abiertos mostraban con las señales de los astros» se dejaba encontrar «en un
estrecho establo, para que, aunque impedido a causa de sus miembros infantiles
y envuelto en pañales de niño, lo adorasen los magos y lo temiesen los malos»
(S. Agustín, Sermón, 200,1)» (06.01.2023).
Por tanto, pidamos la gracia al
Señor, para vivir esta Navidad, este Jubileo y toda nuestra vida, imitando a
los Magos de Oriente y siendo auténticos Peregrinos de Esperanza.
¡Dios los bendiga y feliz
año nuevo!