Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
El
1° de enero, con el primer aliento del año, la Iglesia nos invita a contemplar
la figura de María, Madre de Dios. Este es un acto profundamente significativo
pues, desde el inicio del año, se nos recuerda la presencia inspiradora de aquella
mujer que, con su "Sí" a Dios, se erige como ejemplo y modelo a
seguir para todos los cristianos.
El
título de "Madre de Dios" no significa que sea anterior o superior a Dios, sino
que subraya una verdad central de la fe cristiana: Jesucristo es verdaderamente
Dios y hombre. Al afirmar que María es Madre de Dios, se reconoce que ella dio
a luz a Jesús, quien es plenamente divino y plenamente humano en una única
persona.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica: "La Virgen María [...] es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios, ya que engendró según la carne al Hijo eterno de Dios, hecho hombre".
Este título también resalta el papel único de María en la historia de la salvación. Su sí a Dios en la anunciación permitió la encarnación, haciendo posible que el Verbo se hiciera carne y habitara entre nosotros.
Pero
María, como Madre de Dios, no se encuentra alejada de las realidades humanas;
su maternidad espiritual la convierte en un refugio cercano y accesible para
todos. Su intercesión y cercanía la hacen una fuente de fortaleza,
especialmente para aquellos que buscan consuelo. Invocarla implica reconocer su
extraordinario papel como mujer, quien vivió de manera ejemplar gracias a su
profunda fe y total apertura a la voluntad de Dios.
María
nos enseña a reconocer las bendiciones con gratitud y a celebrar los pequeños
milagros de la vida, como lo hizo en las bodas de Caná. Su actitud nos invita a
buscar la presencia de Dios en lo cotidiano y a ser instrumentos de servicio.
María
vivió grandes momentos de incertidumbre, como la huida a Egipto. Su ejemplo nos
anima a enfrentar el miedo confiando totalmente en que Dios lleva adelante su
plan, incluso cuando no podemos verlo.
En
el Calvario, María permanece al pie de la cruz. Su presencia es el testimonio
de amor incondicional y nos enseña a acompañar a otros en su dolor, así como a
encontrar sentido en el propio sufrimiento.
Iniciar
el año bajo la presencia de María es una invitación a reflexionar sobre cómo
enfrentar los desafíos con valentía. Inspirados en su entrega, podemos buscar
nuevas formas de acompañar y servir a quienes nos rodean, siguiendo su ejemplo
de amor y dedicación.
Un
cristiano mariano no se define únicamente por expresar una devoción mariana
exterior, sino por vivir en profunda comunión con la Madre del Señor. Así, cada
uno de nosotros es llamado a contemplar a lo largo del año, a Cristo con los
ojos de María, viviendo su fe con una actitud de apertura, amor y acogida,
siguiendo el modelo de la Virgen Madre, quien, con su humildad y dedicación, hizo
de Jesús su razón de su vida.
¡Madre Santísima¡ Al iniciar este nuevo año, te pedimos que nos acompañes en cada paso que demos. Intercede por nosotros ante tu Hijo, para que, en medio de los retos y momentos difíciles que podamos enfrentar, nunca falte en nosotros la fe, la esperanza y la fortaleza. Enséñanos a confiar en la voluntad de Dios, tal como lo hiciste tú, y a abrazar los desafíos con valentía y amor. Que tu manto protector nos cubra siempre, guiándonos con tu ternura y sabiduría, para que, a pesar de las adversidades, podamos ser luz y testimonio de la paz de Cristo. Amén.