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Obispo Auxiliar

Jesús, nuestro Rey, Mesías, Pastor

Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José

Llegamos al último domingo del Adviento y toda la celebración litúrgica de este día nos prepara para la conmemoración de la Navidad que ya está muy próxima.

La liturgia de la palabra presenta el nacimiento del Mesías como el cumplimiento de todas las promesas del Antiguo Testamento; es decir, que el niño que nace en Belén es el nuevo David que viene a reinar como Buen Pastor, dando salvación a todo el género humano.

Este es el anuncio que ha proclamado el profeta Miqueas.  Ante la incapacidad de los descendientes de David para gobernar al pueblo elegido según las enseñanzas de Dios, se anuncia la llegada de un verdadero sucesor de David, nacido no en una gran ciudad, sino en la pequeña Belén, de donde fue sacado David cuando trabajaba como pastor para ser ungido como Rey.  Por tanto, este jefe de Israel, está llamado a ser pastor de su pueblo, como lo fue David, y reinará con las prerrogativas mesiánicas, es decir llevando unidad, paz y concordia a Israel.

El nuevo testamento señala, con toda claridad, que esta profecía de Miqueas se cumple únicamente con el nacimiento de Jesucristo, ya que ningún descendiente de David, ni provino de Belén, ni logró consolidar la unidad ni la paz en Israel.

Jesucristo es, por tanto, el Rey-Mesías que como Buen Pastor cuida, apacienta y protege a su pueblo.  Lo hace asumiendo nuestra misma condición humana, cuando el Padre le da un cuerpo en las entrañas de María y entregándose como víctima agradable en el sacrificio de su misma vida, hecho una vez y para siempre, nos regala la salvación y la santificación, como lo ha explicado el autor de la carta a los Hebreos en la segunda lectura.

Esta acción, que manifiesta el mesianismo de Cristo en las actitudes del pastor que apacienta y protege a su pueblo, lo vemos reflejado incluso estando Jesús aún en las entrañas de su madre.  El evangelio presenta a María que presurosa sale a casa de Isabel, la Virgen es portadora de Dios, y aquel que está en su vientre actúa de inmediato, haciendo que Isabel quede llena del Espíritu Santo y que el Bautista, también en el seno de su madre, salte de gozo al encontrarse con su Señor y Salvador.

Toda la escena de la visitación muestra la acción de Dios que entra en la historia para cumplir todas las promesas anunciadas en el Antiguo Testamento.  El Mesías esperado transforma la vida de María y de aquellos con los que ella se encuentra, llenándose de júbilo porque la salvación ha llegado para toda la humanidad.

También, esta escena nos enseña a los cristianos cómo debemos prepararnos para la conmemoración del nacimiento de nuestro salvador, porque el gozo que experimentan los protagonistas del evangelio ante el cumplimiento de las promesas no se limita a un sentimiento de alegría, sino que los mueve al encuentro, al amor y a la alabanza.

María, al conocer por boca del ángel la situación de Isabel, sale presurosa a su encuentro como portadora de Dios, como ya se dijo anteriormente, pero también para ayudar desinteresadamente a quien por su edad avanzada y sus seis meses de embarazo necesitaría su colaboración.

Este encuentro, motivado por el amor al prójimo y la vivencia de la caridad, culmina con la alabanza a Dios por las maravillas que realiza en la historia y cómo en el cumplimiento de las promesas, la historia de todo el género humano es transformada, por el Mesías que toma carne en el vientre de María, en Historia de Salvación.

Así nos lo ha manifestado el papa Francisco al decirnos que «María emprende el viaje con generosidad, sin dejarse intimidar por los inconvenientes del viaje, respondiendo a un impulso interior que la llama a hacerse cercana y a ayudar. Un largo camino, kilómetros y kilómetros, y no había un autobús que fuera allí: tuvo que ir a pie. Sale para ayudar, compartiendo su alegría. María dona a Isabel la alegría de Jesús, la alegría que llevaba en el corazón y en el vientre. Va donde ella y proclama sus sentimientos, y esta proclamación de los sentimientos después se ha convertido en una oración, el Magníficat, que todos nosotros conocemos» (19.12.2021).

Por tanto, nuestra preparación para la próxima conmemoración del nacimiento del Mesías, también debe llevarnos a vivir estas mismas acciones, es decir el encuentro con el hermano, la vivencia del amor y de la caridad y la alabanza por la acción salvífica de Dios en nuestra vida y en la historia de la humanidad.

Estamos llamados, entonces, a centrar nuestras próximas celebraciones en Jesús, nuestro Rey-Mesías-Pastor y a imitar a María, que en su espera del Salvador, salió al encuentro de quien la necesitaba, siendo portadora de alegría y de caridad, y uniéndose, con aquellos que se encontró, en la alabanza a Dios por su acción salvífica en favor de la humanidad.