Homilía en la Santa Misa de apertura del Año Jubilar por el Centenario de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica, 1921-2021 Catedral de Limón, jueves 13 de febrero, 2020
Hermanos y hermanas, ¡bienvenidos a Limón! Esta tierra rica en tradiciones culturales, recursos naturales y arraigada fe en Jesucristo, les saluda en esta Solemne Eucaristía de apertura del Año Jubilar por el centenario de la creación de la Provincia Eclesiástica de Costa Rica.
Saludo muy afectuosamente al señor Nuncio Apostólico Monseñor Bruno Musaró, quien en representación del Santo Padre Francisco ha querido estar presente esta mañana para reiterar los profundos lazos de comunión que nos unen con el Romano Pontífice.
A mis hermanos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y todo el pueblo de Dios aquí presente y a los que nos siguen a través de los medios de comunicación, gracias por unirse a este regocijo que nos embarga y nos compromete a seguir extendiendo la presencia del Señor en la historia de nuestro país.
La Palabra de Dios nos ilumina
En el texto de la primera lectura, el profeta Isaías tiene una maravillosa y bellísima visión, acerca de Judá y de Jerusalén, en la que se anuncia un reinado de paz universal, instaurado por el Señor, al final de los tiempos. Sión y su Templo serán el lugar de la reunión de todos los pueblos. El tiempo del fin será un tiempo de paz, fundamentado en la justicia, ya que todos caminarán a la luz del Señor y las armas de guerra serán transformadas en instrumentos de labranza, al servicio de la paz.
Desde aquí, en esta Catedral de Limón, convocados por la ley de Dios, en palabras de Isaías y como Iglesia, queremos ser estos instrumentos de paz, de entendimiento y solidaridad, como señal para todos los pueblos.
De la segunda lectura resuenan en nuestro corazón las preguntas: ?¿Cómo van a invocar al Señor si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se los anuncie??.
Estas inquietudes, que San Pablo se hacía en la carta a los Romanos, tienen un especial significado en este Año Jubilar que estamos comenzando. Vivimos en un mundo en el que muchas veces los valores cristianos no son comprendidos; y cuanto menos se comprenden, menos son apreciados. Y, cuántas veces, comprendidos y apreciados, no son seguidos y no son vividos.
Yo les invito a llenar su alma de Cristo, colmen su corazón de una generosidad inmensa para seguir al Señor, para que cada uno de nosotros pueda ser mensajero de la Buena Nueva para la propia vida, para la familia y para la sociedad, inclusive para que nuestra Iglesia de Costa Rica sea anunciadora y destinataria de esta Buena Nueva.
Hemos de continuar la consigna de Jesús, que hoy san Marcos nos ofrece al final de su Evangelio. La misión que Jesús encarga a los suyos es la de proclamar el Evangelio a toda creatura, una misión que obliga a tomar postura, que se convierte, ineludiblemente, en juicio de salvación o de condenación y que ya, desde ahora, manifiesta su eficacia en quien la acoge con fe.
Jesús sube al cielo y es exaltado como Señor del Universo, junto a Dios, pero como consecuencia, su ascensión y glorificación, es el lanzamiento a la misión por parte de sus discípulos. Pero han de contar con su asistencia, pues Él, siendo el Resucitado, el eternamente presente, nunca les va a faltar.
Este eterno presente asegura que el anuncio de la Buena Noticia nunca se interrumpirá, pese a los continuos fallos humanos, incluso dentro de nuestra Iglesia. Esta es la tarea a la que somos llamados y enviados, y la que queremos seguir poniendo en práctica.
Una mirada agradecida a la historia
Las costas de esta Iglesia Particular, y en concreto la isla La Huerta, bautizada así en 1502 por el Almirante Cristóbal Colón en su cuarto viaje a América, o Quiribrí, como la llamaban nuestros indígenas, constituyen la puerta de entrada de la buena noticia de Jesucristo al territorio que hoy es Costa Rica.
El largo camino recorrido desde el primer sacrificio eucarístico que con seguridad sucedió aquel año, encuentra, hace un siglo en la creación de la Provincia Eclesiástica, un punto de llegada fundamental, que al mismo tiempo sirve de impulso para la historia moderna de la Iglesia en nuestro país.
Esa primera Misa constituyó, en la práctica, un acto fundacional de nuestra patria, anterior a cualquier institución política en estas tierras, por lo que corresponde destacar el ?singular designio de haber nacido primero espiritualmente y después de manera secular?, ya que dicha Eucaristía se celebró en nuestro caso 59 años antes de la primera población permanente de españoles en Costa Rica, el poblado de Garcimuñoz, fundado en 1561 en el Valle Central occidental, que luego, desde el año 1563 pasó a ser la ciudad de Cartago.
A pesar de ello, más que el profundo simbolismo que encarna, aquel encuentro de 1502 no tuvo mayores consecuencias inmediatas para nuestro territorio.
Luego de varios intentos frustrados de exploración y conquista, fue hasta noviembre de 1560, muy tardíamente con relación al resto de América Latina, que da inicio la presencia permanente de españoles en nuestro territorio y con ella, como es propio de la época, tiene lugar también el comienzo de la labor evangelizadora sistemática de nuestra entonces naciente Provincia de Costa Rica.
Mientras las estructuras sociales se iban consolidando, y nuestro país iba tomando forma, Dios quiso marcar la historia nacional de manera privilegiada, con muchos acontecimientos, pero entre ellos el más grande fue el regalo del 2 de agosto de 1635, de la presencia y cuidado especial de su Madre, en la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles.
Acontecimiento que no sólo ofreció un auxilio espiritual a nuestra nación, sino que ayudó a configurar una identidad nacional que integraba todas las etnias y culturas existentes. Podríamos decir, que la ?Primera Piedra? de nuestra República fue puesta por Dios en la ?imagen morena de Cartago?.
Ya para esta época, el anhelo de contar con una Diócesis y un Obispo propios fue constante en Costa Rica, pero, por lo tardío de su proceso de colonización, no fue posible acceder a esta solicitud, por lo que la Corona española nunca presenta ante la Santa Sede dicha petición
Luego de un largo proceso, que no detallamos aquí, el 28 de febrero de 1850, el Santo Padre beato Pío Nono emite la bula ?Christianae religionis auctor?, erigiendo la Diócesis de San José de Costa Rica, desmembrada de la de León de Nicaragua. Esta Diócesis integró todo el territorio nacional costarricense y se erigió como sufragánea de la Sede Metropolitana de Guatemala.
Tres Obispos y un Administrador Apostólico pastorearon la Diócesis de San José de Costa Rica entre 1852 y 1920, aún sufragánea de la de Guatemala, sin embargo desde hacía tiempo se venía expresando la necesidad de crear la Provincia Eclesiástica de Costa Rica y en las demás naciones centroamericanas.
Así entonces, después del resto de Centroamérica y luego de un proceso impulsado desde el año 1914, el 16 de febrero de 1921 se erige la Provincia Eclesiástica de Costa Rica, mediante la bula ?Praedecessorum? del Santo Padre Benedicto Quince.
Desde entonces la Iglesia de Costa Rica cuenta con una Sede Metropolitana, pues la original sede diocesana de San José se eleva al rango de Arquidiócesis de San José, abarcando las provincias civiles de San José, Heredia y Cartago, mientras que la respectiva Catedral adquiere el título de Catedral Metropolitana; se crea la nueva Diócesis de Alajuela, con su respectiva Catedral, abarcando las Provincias civiles de Alajuela, Guanacaste y Puntarenas y se erige el Vicariato Apostólico de Limón, también con su respectiva Catedral, cubriendo la Provincia civil de Limón.
Hay que valorar el inmenso aporte pastoral de cada uno de los tres primeros Obispos de la Provincia Eclesiástica: en San José Monseñor Rafael Otón Castro Jiménez, en la Diócesis de Alajuela Mons. Antonio del Carmen Monestel Zamora y en el Vicariato Apostólico de Limón a Mons. Agustín Blessing C.M.
Nombres y rostros del centenario
Como hemos escuchado en la Palabra, el Monte Sion refleja la imagen de lo que la Iglesia quiere ser en medio de una realidad que se ha transformado vertiginosamente en las últimas décadas, y que nos exige asumir el mismo reto de ser enviados por el Señor a anunciar la buena nueva de su Reino, pero en medio de una sociedad que es muy diferente a aquella que vio nacer la Provincia Eclesiástica de Costa Rica el 16 de febrero de 1921.
Se trata de una misión que asumimos consientes del enorme y fundamental aporte de la Iglesia Católica a la vida nacional. ¿Quién podría desconocer figuras como Monseñor Anselmo Llorente y Lafuente, Monseñor Bernardo Augusto Thiel, Monseñor Víctor Sanabria Martínez o Monseñor Román Arrieta Villalobos?, o sacerdotes de la talla de Florencio del Castillo, Baltazar de Grado, Rosendo Valenciano, Manuel Antonio Chapuí, , Víctor Manuel Arrieta, Benjamín Núñez, Armando Alfaro o Eladio Sancho?
Y aquellos que han servido en esta diócesis de Limón: Monseñor Alfonso Coto, los padres Bernardo Drug y Bernardito Koch, Enrique Menzel, Antonio Drexler, Roberto Evans y Alfredo Madrigal.
Me detengo un minuto, por lo que significa para Limón, en la figura del querido Padre Evans. Fundador de los Clubes 4 S, creó el Centro de Nutrición y participó como secretario del Comité pro carretera Siquirres-Turrialba.
Su sensibilidad social lo llevó a combinar su servicio sacerdotal con el trabajo como maestro en la Escuela Justo Facio, y a desempeñarse como asesor de religión en toda la región caribeña.
En 1963 funda y es el primer director del Colegio Técnico Agropecuario de Siquirres que lleva su nombre. Fue miembro por muchos años de la Junta Directiva de JAPDEVA y hasta su muerte amó entrañablemente a esta provincia?
Como él, no alcanzaría una homilía para mencionar todos los nombres, proyectos e ideales de insignes hijos de la Iglesia, obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas que han configurado, y lo siguen haciendo, la realidad costarricense.
Junto a ellos un ejército de laicos insertados en la cotidianidad de la vida, en los ambientes familiares, comunales, laborales y políticos, que de forma notoria o desde la riqueza de las santidades escondidas, han sembrado la semilla del Evangelio en nuestro país.
Instituciones como la Caja del Seguro Social, el Ministerio de Trabajo, el Instituto Mixto de Ayuda Social, la Universidad Nacional y hasta la Universidad de Costa Rica, cuyas bases están en la histórica Universidad de Santo Tomás, tienen la impronta de la Iglesia.
Hoy nuestros habitantes gozan de garantías sociales y de beneficios laborales, de formación técnica, de sindicalismo y de solidarismo en buena medida por el servicio de la Iglesia en la configuración de nuestro entramado social.
Sin embargo, todas esas conquistas tan preciadas, sobre las que se sostiene y fundamenta la paz social que ha gozado Costa Rica, hoy corren el riesgo de desaparecer asfixiadas por el egoísmo, la corrupción, la falta de competencia y de compromiso con las causas sociales.
Es necesario renovar el impulso de los valores cristianos que hicieron grande a nuestro país entre las naciones, sin embargo hay nuevos y desafiantes retos que con valor debemos encarar.
Atrás ha quedado la era de la cristiandad en Costa Rica. Hoy se demanda de cada uno de nosotros claridad para aceptar esta realidad y arrojo para impulsar la misión de la Iglesia en medio de una sociedad para la que Dios cuenta cada vez menos, secularizada y secularizante, relativista, indiferente y muchas veces hostil a las propuestas del Evangelio.
Si miramos la historia agradecidos con Dios, tenemos que hacerlo hacia el futuro confiados a su poder y misericordia.
La Iglesia vive la certeza, cien años después de aquel momento histórico de creación de la Provincia Eclesiástica, de que el Evangelio del que es portadora no ha dejado de poseer la luz y la fuerza necesaria para seguir haciendo visibles en ?palabras y gestos?, la obra salvadora que Jesús vino a realizar.
En efecto, la Iglesia no se ve como enemiga del mundo, sino que se sabe llamada en medio de él a ser ?signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano?, pues su deseo ardiente, no es otro sino el de ?iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre su rostro? (LG 1); de ella quiere brotar una luz, la luz perenne del Evangelio que ilumina a toda persona, ayudándola a descubrir el sentido y el valor de la vida, a forjar caminos de paz, a construir un mundo mejor, una sociedad más fraterna e igualitaria.
Signo de esta misión es la Puerta Santa que acabamos de abrir. ?Ella evoca el paso que cada cristiano está llamado a dar del pecado a la gracia. Jesús dijo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 7), para indicar que nadie puede ir al Padre si no a través suyo? sólo Él es el Salvador enviado por el Padre. Hay un solo camino que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios: esta puerta es Jesús, única y absoluta vía de salvación? (ibid. 8).
La Puerta recuerda a cada creyente que cada uno es responsable de cruzar su propio umbral. ?Pasar por aquella puerta significa confesar que Cristo Jesús es el Señor, fortaleciendo la fe en Él para vivir la vida nueva que nos ha dado. Es una decisión que presupone la libertad de elegir y, al mismo tiempo, el valor de dejar algo, sabiendo que se alcanza la vida divina (cf. Mt 13, 44-46)?.
Caminamos hacia Jesús que es la Puerta por donde todos debemos entrar, para poder llevar a otros al encuentro con Él.
PERDÓN ... también hemos fallado
Con dolor, debemos aceptar que en este tiempo no todo ha sido según el querer del Señor.
Muchas veces, más de las que quisiéramos, nuestras debilidades humanas se han impuesto a su Voluntad, hemos fallado delante de Dios y del pueblo que NOS HA CONFIADO.
Nos hemos acomodado y nos ha faltado energía para denunciar nuestras faltas a la caridad y a la justicia, al deber de levantar la voz por los pobres y de ir contracorriente del mundo.
Muchas veces no hemos sabido vivir aquello que predicamos, hemos descuidado el servicio y la oración, nos hemos desanimado y perdido en el camino?
El flagelo de los abusos sexuales y de poder sacuden nuestras conciencias porque durante mucho tiempo el dolor de las víctimas fue ignorado, callado o silenciado.
Pero su grito, como nos recuerda el Papa Francisco, fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo incluso en la complicidad.
CON VERGÜENZA Y ARREPENTIMIENTO hay que aceptar que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas.
?Mirando hacia el pasado ?añade el Santo Padre- nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. PERDÓN, DE CORAZÓN, PERDÓN?
Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse.
El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor, por eso urge reafirmar una vez más nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos en situación de vulnerabilidad.
Y en eso, hermanos, les aseguro que estamos plenamente comprometidos.
Hacia el futuro con esperanza
El Centenario de la Provincia Eclesiástica será un tiempo para renovar como Iglesia nuestro compromiso de caminar con la historia de nuestro pueblo, para ayudar a que todos caminemos por el camino verdadero que es Cristo, pues "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino hacia la casa del Padre y es también el camino hacia cada hombre".
Será un año para valorar y reconocer que es un honor formar parte de la Iglesia y para reanimar nuestro impulso misionero.
Será un año para retomar conciencia que la vida humana es iluminada desde el misterio de Cristo y que ?el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado?. Para ello debemos recordar que la Iglesia vive de la Eucaristía. Y que toda vida cristiana está configurada desde la Eucaristía, pues el Sacrificio eucarístico es «fuente y cima de toda la vida cristiana».
Con justa razón, el camino que iniciamos hoy nos conduce hacia un Congreso Eucarístico Nacional, que será a su vez la apertura de una Gran Misión Nacional para el año 2022, a los 500 años de los primeros bautizos en nuestro territorio.
La nueva evangelización que la Iglesia costarricense debe impulsar, no puede realizarse de espaldas a la historia recorrida, ni evadir aquella que debemos seguir forjando.
Hacer una adecuada lectura de estos cien años de historia, es un ejercicio que se nos impone. La fidelidad a la historia no se forja repitiendo una y otra vez las mismas respuestas de ayer, sino teniendo el coraje de responder con la misma energía con la que en otro contexto, otros respondieron, pero descubriendo las exigencias del tiempo presente.
Contamos para ello con la fuerza del Espíritu Santo, a quien invocamos en este momento de la historia, y con la protección de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de los Ángeles, madre y protectora de los costarricenses.
A ella imploramos su benigna intercesión por la Iglesia en Costa Rica, por cada uno de sus hijos e hijas, para que configurados con su modelo de obediencia y entrega total a su voluntad, dispongamos todos los medios para ?hacer lo que Él nos diga?.
Que así sea.
Mons. Javier Román Arias
Obispo de Limón