Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En
estas noches frías de diciembre, cuando el mundo parece detenerse bajo el
brillo de las estrellas, hay un relato bíblico que nos invita a reflexionar: San
Lucas nos cuenta que, en aquellos días, el emperador César Augusto emitió un
edicto ordenando un empadronamiento general. Cada persona debía registrarse en
su ciudad natal, por lo que José, descendiente de la casa de David, viajó desde
Nazaret en Galilea a Belén, en Judea, acompañado de María, su esposa, que se
encontraba embarazada, para cumplir con la orden. "Y sucedió que, mientras
ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a
su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque
no tenían sitio en el alojamiento". (Lucas 2,6-7).
La
escena de Belén en el momento del nacimiento de Jesús es profundamente
conmovedora y, a la vez, reveladora. Este pequeño pueblo en Judea, estaba
desbordado de gente debido al decreto. La ciudad, habitualmente tranquila, se
encontraba en ese momento abarrotada de viajeros. Las posadas y alojamientos,
ya de por sí limitados, estaban repletos. Las calles probablemente estaban
llenas de ruido, familias buscando un lugar donde quedarse y comerciantes
tratando de aprovechar la afluencia de personas. Era un ambiente de agitación
y, al mismo tiempo, de indiferencia. En medio de todo ese movimiento, nadie
percibió que una joven embarazada necesitaba ayuda urgente.
Se
evidencia, además, una enorme paradoja: mientras las autoridades romanas
buscaban organizar y controlar el Imperio, el Salvador venía al mundo en las
condiciones más humildes y precarias. Belén estaba demasiado ocupada, demasiado
llena, para reconocer la importancia del momento.
La
falta de alojamiento no solo refleja una saturación del lugar, sino también una
realidad espiritual: un mundo demasiado concentrado en sus propios asuntos como
para darle un espacio a Dios. Y en esa circunstancia, el Hijo de Dios eligió
nacer no en un palacio ni en un lugar cómodo, sino en un pesebre, entre los más
humildes, dejando claro que su mensaje y misión serían para todos,
especialmente para los olvidados y marginados.
A
menudo, nuestras vidas están tan llenas que no hay espacio para más. Estamos
atrapados en el ruido de las rutinas, en las exigencias de lo urgente y en la
búsqueda de lo material. En ese contexto, Jesús se convierte en el huésped
inesperado, aquel que llega cuando menos lo esperamos, llamándonos con su
mensaje de amor y reconciliación.
Jesús no impone su presencia, el aguarda:
?Estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él
y cenaré con él, y él conmigo? (Apocalipsis 3,20).
Al
igual que en Belén, hay portazos que se repiten en nuestros días. Cuando
ignoramos al necesitado, cuando evitamos mirar al que sufre o priorizamos
nuestros intereses sobre el bien común, estamos cerrando la puerta a Jesús. En
nuestras comunidades, cuando permitimos que la indiferencia o el egoísmo guíen
nuestras acciones, lo estamos dejando fuera.
El
rechazo no siempre es intencional. A veces es la prisa, otras la falta de
tiempo o incluso el miedo. Pero estas pequeñas cerrazones van acumulándose, y
al final, encontramos que el pesebre de nuestro corazón permanece vacío.
El
Adviento y, sobre todo la Navidad, son tiempos de gracia para abrir las puertas
que hemos mantenido cerradas. Jesús no busca mansiones, ni espacios impecables;
Él desea un corazón dispuesto, pequeño y sencillo, como aquel pesebre en Belén.
Preparar un lugar para Jesús implica dar prioridad a lo verdaderamente
importante: la relación con Dios y el amor al prójimo. Cada gesto de bondad,
cada acto de generosidad, por pequeño que sea, es una manera de decirle al
Señor: "Aquí tienes un lugar".
Queridos
hermanos, les invito a mirar hacia adentro. ¿Hay espacio en nuestro corazón
para Jesús? Él no viene a quitarnos nada, sino a llenarnos de vida y esperanza.
Jesús quiere nacer en ti, en tu familia,
en tu comunidad. No seamos como aquellos en Belén que dijeron: "No hay lugar".
Cada
corazón abierto es un nuevo Belén. Que este sea un tiempo de acogida, de
puertas abiertas y de gozo profundo. Porque cuando dejamos entrar a Cristo, el
cielo toca la tierra.