Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Este año, por indulto de la Sede
Apostólica, no celebramos la liturgia propia del II domingo del Adviento sino,
que al ser este domingo 8 de diciembre, celebramos la solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, esto porque esta fiesta
goza de muchísima relevancia y está muy arraigada en el corazón del pueblo
católico de Costa Rica.
Es importante, por tanto,
reflexionar a la luz de la Palabra de Dios lo que esta fiesta significa.
El Santo Padre, el beato Pío IX,
al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María,
indicaba: «?la santísima Virgen María
fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante
de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en
atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano» (Beato
Pío IX, Ineffabilis Deus, 08.12.1854).
Esta
frase, que encierra el misterio que hoy celebramos, nos recuerda que no podemos
entender la Concepción Inmaculada de María Santísima, separada del
acontecimiento salvífico de Jesucristo.
Y así nos lo recuerda la Palabra de Dios que se ha proclamado.
El
texto del libro el Génesis, que escuchamos como primera lectura y que es
conocido como el protoevangelio, nos presenta la caída de nuestros primeros
padres por no cumplir lo indicado por el Señor y sucumbir en la tentación del
maligno.
Pero
a pesar de que este pecado alejó a la humanidad entera de Dios; el Señor nunca
ha querido alejarse de la humanidad y constantemente muestra su misericordia y
su intención de rescatar al ser humano.
Por
eso desde el mismo instante de la caída de Adán y Eva, Dios anuncia la
salvación, la cual llegará de la descendencia de una mujer; descendencia que
aplastará la cabeza de la serpiente, aniquilando al maligno, al pecado, a la
muerte y devolviendo la dignidad que aquel pecado arrebató al ser humano.
La
descendencia de la mujer anunciada por el Génesis es Jesucristo, salvador del género humano, como
indicaba la declaración del dogma de la Inmaculada. Porque Él, con el acontecimiento pascual, es
decir, con su muerte y su resurrección, ha destruido al maligno, ha arrancado
de raíz el pecado y nos ha devuelto la dignidad que habíamos perdido.
Este
regalo de la misericordia se da por deseo del mismo Dios y con la colaboración
de María, así nos lo enseña el Concilio Vaticano II, cuando nos dice que, así como
una mujer, Eva, contribuyó a la muerte, María, nueva Eva, contribuyó a la Vida
(LG. 56).
Esta
insigne misión de María se realiza cuando ella acepta ser la madre del
Salvador. El evangelio de Lucas nos
narraba el momento preciso en que el ángel le anuncia esta tarea.
El
anuncio se da con un saludo en el cual a María se le llama Llena de Gracia, su nombre es cambiado, para que asuma un
servicio. Al respecto nos recordaba,
hace dos años el papa Francisco: «El
ángel Gabriel saluda así a la Virgen: "Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo" (v. 28). No la llama por su nombre, María, sino por un
nombre nuevo que ella no conocía: llena
de gracia. Llena de gracia, y por
tanto vacía de pecado, es el nombre que Dios le da y que hoy nosotros
celebramos» (08.12.2022).
Y el
papa Benedicto XVI, también nos enseñaba sobre ese nuevo nombre: «La
expresión "llena de gracia" indica la obra maravillosa del amor de Dios, que
quiso devolvernos la vida y la libertad, perdidas con el pecado, mediante su
Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado» (08.12.2011).
María,
por los méritos de su Hijo, que ha venido a traernos salvación, ha sido
transformada plenamente, desde el primer instante de su concepción, por la
Gracia de Dios, haciendo de ella, modelo de la humanidad redimida, porque, como
también nos recuerda el Concilio, María es tipo y modelo de la Iglesia (LG. 63),
es decir que todos los bautizados estamos llamados a ser como María, limpios e irreprochables ante Dios por el
amor, como nos recordaba San Pablo en el hermoso cántico de Efesios; porque
en el acontecimiento pascual de Cristo, hemos sido constituidos hijos y
herederos del Reino.
El
hecho de ser María modelo de la Iglesia, nos compromete a todos los bautizados,
porque aquella que es Llena de Gracia, toda
pura y sin mancha y primera en participar plenamente de la redención, se
caracteriza, porque su vida es una total adhesión a la voluntad de Dios, una
entrega sin limitaciones al servicio en la misión que se le ha encomendado y
una participación plena en la comunidad eclesial, tanto en la comunidad
apostólica, como nos lo recuerdan los Hechos de los Apóstoles, como desde el
cielo donde sigue intercediendo por nosotros.
Por
tanto, la Iglesia, que venera a María, que medita en sus virtudes y que celebra
sus dogmas, está llamada a imitarla, cada uno según su vocación, en la
respuesta a la voluntad de Dios y en la entrega generosa a la Iglesia,
especialmente en sus miembros más vulnerables, acompañando a los que sufren,
celebrando la fe en la comunidad y siendo portadores de Cristo, con nuestro
testimonio.
Que
la Inmaculada Virgen María, interceda por todos nosotros y nos ayude a cumplir
fielmente nuestra misión de bautizados y estemos preparados, como
insistentemente se nos recuerda en este tiempo del Adviento, para que un día,
como lo hemos pedido en la oración colecta, purificados
de nuestras culpas, participemos de la plenitud del cielo.