Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Iniciamos el camino de un nuevo
año litúrgico con la celebración de este primer domingo de Adviento.
Este es un tiempo en que nos
preparamos con la oración, con la escucha de la palabra de Dios, con la
celebración de los sacramentos y con distintos actos de piedad popular, como la
corona del adviento y las posadas, para la venida del Señor, entendida ésta en
su doble dimensión, la venida en carne, es decir la Navidad y la segunda y
definitiva venida al final de los tiempos.
El tiempo del Adviento, por
tanto, consta de dos partes y cada una nos prepara para uno de estos acontecimientos.
La primera parte del Adviento, la
que estamos iniciando este domingo, nos recuerda que Jesús volverá, por tanto
nos prepara para la segunda venida del Señor y la segunda parte, que iniciaremos
el 17 de diciembre, nos preparará para la primera venida del Señor es decir
para la conmemoración de la Navidad.
Por eso estas primeras semanas del
Adviento, la palabra de Dios que se proclama, nos está recordando que Jesús va
a volver, tal y como lo decimos en la profesión de fe que recitamos todos los
domingos: «creemos que (el Señor) de nuevo vendrá con gloria para juzgar a
vivos y muertos y su reino no tendrá fin».
También lo decimos en otros
momentos de la celebración eucarística, por ejemplo en el Padre Nuestro, cuando
pedimos que venga su Reino, o después
de la consagración cuando aclamamos ¡ven
Señor Jesús!
Por esto, la verdad de nuestra fe
cristiana, que nos asegura que Jesús va a volver, no la consideramos como una
amenaza que nos llena de terror y angustia, sino como una promesa que nos colma
de esperanza, porque se nos asegura una vida perfecta vivida junto a Cristo
eternamente.
Esto es lo que la palabra de Dios
en este domingo, con el que iniciamos el Adviento, nos ha recordado con toda
claridad.
El evangelio de San Lucas nos presenta
a Jesús anunciando su regreso. Él se presenta
como el Hijo del hombre que va a venir con poder y majestad.
Su venida será el signo de la
liberación, de la vida plena que se ha prometido desde antiguo y que se nos ha
recordado por medio del profeta Jeremías en la primera lectura. El Hijo del hombre es el vástago de David es el Señor-nuestra-justicia,
es aquel que trae salvación para toda la humanidad.
Este anuncio de salvación lleva
implícito un recordatorio para el creyente:
estar preparados, porque no
sabemos el día ni la hora. Jesús, por
tanto, invita a estar atentos, ya que aquel
día vendrá de repente. Asimismo los
indicios que da, no permiten saber el día ni la hora. Desastres naturales y angustia en las gentes ha
sido parte de la historia de la humanidad en todas las épocas y los signos en
el sol y la luna y los astros que se tambalean es lenguaje apocalíptico que
indica que la creación entera se estremece ante el poder de su creador. Por tanto, el llamado del Señor es a estar
despiertos y atentos, es decir, constantemente preparados para su venida
gloriosa.
¿Cómo debe ser esta preparación?
La misma palabra de Dios este
domingo nos presenta tres elementos que nos ayudarán a estar preparados:
·
La sobriedad
de vida, que nos haga centrar
nuestra vida en Dios y nos haga alejarnos de todo aquello que nos aparta de Él. Estar siempre preparados implica hacer opción
fundamental por Dios, y aún en nuestras limitaciones humanas, hacer de Dios
nuestro todo.
·
La oración: Jesús nos
dice que debemos, estar siempre despiertos, rogando con fuerza a Dios. La oración nos hace reconocer humildemente la
necesidad que tenemos de Dios, sólo su fuerza y su gracia nos permitirá
peregrinar en este mundo, con la esperanza puesta en su venida gloriosa que nos
hará participar de su misma vida divina.
Nos enseña el papa Francisco: «el secreto para ser vigilantes es la oración. Porque Jesús dice: "Estén atentos orando en
todo momento" (Lc. 21,36).
Es la oración la que mantiene encendida la lámpara del corazón. Especialmente
cuando sentimos que nuestro entusiasmo se enfría, la oración lo reaviva, porque
nos devuelve a Dios, al centro de las cosas. La oración despierta el alma del
sueño y la centra en lo que importa, en el propósito de la existencia»
(28.11.2021). Precisamente, la Corona
del Adviento que se bendice este primer domingo del Adviento, es un signo que
utilizaremos para la oración comunitaria y familiar y que nos ayudará en esta
preparación a la venida del Señor.
·
La vivencia
del amor mutuo, como nos ha dicho
San Pablo en la segunda lectura, será el emblema que nos permitirá presentarnos,
santos e irreprensibles, ante Jesús cuando
venga acompañado de sus santos.
Estos tres elementos deben ser
vividos con toda radicalidad en este tiempo de Adviento.
La sobriedad de vida, la oración y el amor mutuo, nos permitirán estar atentos
a la venida del Señor y a estar cerca del hermano, ser signo de alegría e
instrumento de la esperanza que nos asegura que aunque existen agobios y
cruces, nuestra meta es el encuentro con el Señor que vendrá a instaurar un
reino glorioso que no tendrá fin.