Mons. Daniel Francisco Blanco Méndez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de San José
Cada año, durante las últimas
semanas del año litúrgico, la Palabra de Dios nos presenta textos de los evangelios
en los que se narran los discursos escatológicos de Jesús, es decir, los
mensajes en los que Cristo habla sobre el fin del mundo y sobre su segunda
venida.
La Iglesia, como madre y maestra,
aprovecha el año litúrgico para recordarnos que así como los años llegan a su
fin, este mundo en el cual peregrinamos, también llegará a su fin, cuando venga
el Hijo del Hombre vestido de gloria y majestad, como nos lo ha recordado el
mismo Cristo en el evangelio de San Marcos.
Desgraciadamente, por distintas
razones, se ha creado una idea errónea sobre la segunda y definitiva venida de
Cristo, dándole tintes de terror y por tanto provocando miedo ante la idea del
final de los tiempos.
Este domingo, la palabra de Dios
proclamada, nos permite meditar sobre esta verdad de nuestra fe, quitando
cualquier idea que pueda causar temor o angustia al creyente.
En la primera lectura, el profeta
Daniel busca llenar de esperanza al pueblo elegido, que vive la opresión, el
dolor y la muerte en tiempos de la invasión helénica, afirmando que Miguel, el
arcángel que vence los poderes del mal, defenderá a su pueblo y llevará a aquellos
que han sido fieles, aunque hayan perdido el combate aquí en la tierra, a
participar de la eterna bienaventuranza.
Asimismo Jesús, en el evangelio,
anuncia su llegada, como Hijo del hombre, con gran poder y majestad sobre las
nubes del cielo, congregando a los elegidos de todas las naciones para que
participen de su Reino y de su misma Gloria.
Estos elegidos, como nos recuerda
la segunda lectura de la carta a los Hebreos, son todos los seres humanos, que
con el sacrificio del Sumo y Eterno Sacerdote, han sido perdonados, santificados
y perfeccionados y de este modo preparados para participar de la vida gloriosa
del cielo.
Sobre este mismo tema, Jesús
también indica que el día y la hora en que ocurrirá esto son conocidos
únicamente por el Padre, ni los ángeles ni el mismo Hijo lo conocen, por lo
tanto nos invita a estar preparados para vivir este momento. Preparación que consiste en cumplir la
palabra que no pasará, aunque pasen el cielo y la tierra.
Nos
enseña el papa Francisco: «Las palabras del Señor no pasan. Establece
una distinción entre las cosas penúltimas, que pasarán, y las
cosas últimas, que permanecerán. Es un mensaje para nosotros, para
orientarnos en nuestras decisiones importantes de la vida, para orientarnos
sobre en qué conviene invertir la vida. ¿En lo que es transitorio, o en las
palabras del Señor, que permanecen para siempre?» (14.11.2021).
Precisamente este ha sido el
llamado, que en el evangelio de Marcos, Cristo ha hecho en su camino hacia
Jerusalén y que la liturgia de la palabra nos ha recordado los últimos
domingos: ser discípulo implica cumplir
la palabra y las enseñanzas de Jesús y esto, aunque signifique cargar la cruz,
vivir momentos de sufrimiento, persecución y muerte en este mundo, asegura, a
quien lo ha cumplido, la vida eterna junto a Cristo Resucitado.
Por tanto, la palabra de este
penúltimo domingo del año litúrgico, nos recuerda que la venida gloriosa de
Cristo es parte de nuestra fe como cristianos, y que no debemos verla ni con
temor ni con angustia, sino con auténtica esperanza cristiana, es decir una
esperanza activa, que vive y que anuncia la palabra de Dios, esa que nunca
pasará y que nos prepara para la llegada del Hijo del hombre impulsándonos a vivir
según las enseñanzas de Cristo, es decir amando, sirviendo con profunda y
verdadera alegría a Dios nuestro Padre, como lo hemos pedido en la oración colecta
y realizando buenas obras en favor de los hermanos, de este modo podremos
participar de la eterna bienaventuranza.