Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
Hablar de la verdad en nuestros días es cada vez más
desafiante y, en ocasiones, incómodo. En una sociedad que promueve el
relativismo, pareciera que cada persona tiene ?su propia verdad?, y cualquier
intento de presentar una verdad universal es visto casi automáticamente como
una imposición inaceptable.
Sin embargo, para quienes seguimos a Cristo, la verdad no es
un concepto moldeable ni una mera opinión, es una realidad firme y
transformadora. A través de ella, orientamos nuestra vida y fundamentamos
nuestra esperanza.
El derecho a la verdad no es un lujo o un privilegio; es una
necesidad profundamente humana, pues conocer la verdad nos permite entender la
razón de ser de nuestra existencia. Cristo mismo nos enseña: "Yo soy el camino,
la verdad y la vida" (Juan 14,6), revelando que la verdad no es solo un
conjunto de enseñanzas, sino una Persona que nos llama a seguirla y nos
transforma.
Jesús vino al mundo "para dar testimonio de la verdad" (Juan 18,37). Esta verdad no oprime ni aplasta; por el contrario, nos libera y
da vida. Así, la propuesta cristiana no impone, sino que invita a un encuentro,
a una experiencia de libertad y de paz.
Sin embargo, el derecho a la verdad no está completo si no
se traduce en el derecho a vivir según esa verdad. En un contexto cultural que
con frecuencia desvirtúa o ridiculiza la fe, vivir de acuerdo con la verdad
exige valentía y coherencia. Supone actuar conforme a nuestros valores, incluso
cuando estos contradicen las modas o los criterios dominantes. No se trata de
resistencia por orgullo o tradición, sino de testimoniar con nuestra vida la
alegría y la libertad que solo la Verdad nos da. Cuando vivimos según la verdad
de Cristo, mostramos que esta no es una carga insoportable, sino el camino que
nos libera para amar de manera auténtica, sin necesidad de aprobación externa.
La verdad, cuando es auténtica, no necesita imponerse,
porque su luz y su consistencia hablan por sí misma.
Para los cristianos, vivir según la verdad de Cristo es
tanto una gracia como un desafío diario. Reconocer a Cristo como la Verdad no
se limita a la confesión de fe, sino que nos empuja a encarnar esa verdad en
cada aspecto de nuestra vida. Este compromiso exige que nuestras acciones,
palabras y actitudes reflejen de manera auténtica el amor y la justicia que Él
nos enseña. Sin embargo, sabemos que no es un camino fácil; vivir la verdad de
Cristo requiere firmeza y coherencia en un mundo que a menudo nos invita a
acomodarnos a valores opuestos.
El reto de vivir según la verdad no solo está en enfrentar
un entorno cultural que relativiza principios y valores fundamentales, sino en
sostener un testimonio firme, sin desfallecer. Vivir según la verdad implica
ser testigos de una esperanza que no es temporal, de un amor que trasciende lo
inmediato y de una justicia que no se adapta a intereses particulares. Esta
postura nos llama a nadar contra la corriente, a rechazar las medias verdades o
las actitudes de conveniencia y a actuar con integridad aun cuando resulta
incómodo o impopular.
La honestidad, la compasión y la humildad son piedras
angulares en esta forma de vida. Este llamado a la coherencia y al testimonio
firme también requiere valor para enfrentar las críticas, y en ocasiones el
rechazo, de quienes no comparten nuestra fe o ven en ella una amenaza a sus
propios intereses.
No obstante, como cristianos, sabemos que el testimonio de
la verdad no tiene por qué ser arrogante ni impositivo; se trata, más bien, de
una invitación que se hace desde el amor, con la conciencia de que cada persona
está en su propio proceso de búsqueda y transformación.
En definitiva, vivir según la verdad de Cristo nos desafía a
permanecer firmes y fieles, confiando en que esta verdad no solo ilumina
nuestro camino, sino que también trae libertad a quienes se abren a ella.
En medio de los desafíos y las pruebas, el Señor nos
sostiene y nos recuerda que, en la oscuridad y la confusión del mundo, nuestra
vocación es ser luces que guían, sin miedo, hacia la única verdad que
permanece: Jesucristo único Señor de nuestra historia.
Que nuestra vida sea un testimonio sereno y valiente de que
en Él encontramos la paz y la plenitud que el mundo busca.