Mons. José Rafael Quirós Quirós, arzobispo metropolitano de San José
En las actuales circunstancias, considero vital que reflexionemos sobre la importancia que tiene la fe en nuestro caminar como país. Hoy en día, nuestra sociedad, cada vez más fragmentada y saturada por diversas corrientes ideológicas, necesita con urgencia un ancla de esperanza. La educación religiosa cumple precisamente esa función, aportando principios claros y firmes que permitan guiar a nuestros niños y jóvenes en medio de la confusión y el sincretismo que, lamentablemente, se ha extendido en muchos espacios.
En los últimos años, hemos sido testigos del auge de posiciones que promueven un secularismo radical. Estas corrientes no solo buscan apartar la religión de la esfera pública, sino que, en muchos casos, adoptan una postura casi persecutoria contra la fe. Intentan reducir las creencias religiosas a simples opiniones privadas, sin valor para el debate público ni para la construcción de una convivencia sana y armónica.
Este ataque frontal a nuestra identidad cristiana no afecta únicamente a la fe; también erosiona los valores que sostienen el tejido social. La libertad religiosa, derecho fundamental de toda persona, se ve amenazada cuando las instituciones y los espacios educativos son presionados a abandonar la enseñanza de la moral trascendental y el reconocimiento de Dios. Es en este escenario que la educación religiosa cobra una relevancia aún mayor.
El sincretismo, esa tendencia a mezclar creencias de manera indiscriminada, ha permeado en muchos ámbitos, diluyendo las verdades esenciales de nuestra fe. No podemos permitir que nuestra identidad cristiana se vea relativizada. La educación religiosa que ofrecemos debe ser sólida y clara, no por exclusión, sino porque es necesario brindar a las nuevas generaciones una base firme sobre la cual construir sus vidas.
La educación religiosa no es una asignatura más en el currículo escolar; es una dimensión crucial para la formación integral de las nuevas generaciones. A través de ella, se inculcan valores que son indispensables para nuestra sociedad: la honestidad, el respeto por la dignidad humana, la solidaridad, el amor al prójimo como dinamismo constructivo de una sociedad auténticamente humana y espiritual. Estos valores son la respuesta a los desafíos que enfrentamos como nación, sobre todo en relación con la juventud.
A nuestros jóvenes, se les presenta hoy un mundo que muchas veces los seduce con propuestas superficiales y efímeras. Es nuestra responsabilidad guiarles hacia una vida de virtudes, enseñándoles que su existencia tiene un propósito superior, más allá del éxito material, y que están llamados a contribuir al bien común con los principios de la fe como norte.
A los padres de familia, los invito a reflexionar sobre su rol fundamental en esta tarea. El hogar es el primer espacio donde se siembran las semillas de la fe, pero es en la escuela donde esos principios encuentran un refuerzo y acompañamiento valioso. La educación religiosa que se imparte en nuestras instituciones no sustituye la misión de los padres, sino que es un derecho de indispensable observancia, para garantizar que los hijos crezcan enraizados en sus valores cristianos.
Como sociedad, no podemos dar la espalda a esta responsabilidad. La crisis en la vivencia de los valores, reflejada en la violencia, la desintegración familiar y la indiferencia por el bien común, nos exige un compromiso renovado con la formación de las futuras generaciones. Una educación religiosa bien fundamentada es clave para contrarrestar estas tendencias destructivas.
Frente al avance de un secularismo que pretende invisibilizar la dimensión trascendental del ser humano, reafirmemos con firmeza nuestra misión de educar en la fe. Hago un llamado a todos los padres, docentes y miembros de nuestra sociedad a valorar y fortalecer la educación religiosa, reconociendo en ella un pilar fundamental para la formación de una juventud firme en sus principios y capaz de enfrentar los desafíos de nuestro tiempo con dignidad y convicción.
Que el Señor, Maestro por excelencia, nos guíe en esta misión y que el Espíritu Santo nos conduzca con firmeza y decisión hacia una sociedad más justa, unida y arraigada en los valores cristianos.